Escalar, por Manuel Magrone
Por Manuel Magrone
"(...) porque hay un tiempo loco que afila su espada
sobre todos nosotros los que un día crecimos
que a fin de cuentas estamos y no pedimos nada"
(Ángel Quintero)
La guerra se impone en los discursos, análisis y -al menos en apariencia- las decisiones políticas. La visibilización súbita y por demás interesada de un conflicto bélico no especialmente distinto al sinnúmero de acciones de guerra que se han sucedido ininterrumpidamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial parece corresponderse con el interés de actores de mucho poder global por encapsular las acciones armadas pero maximizar e instrumentar sus consecuencias políticas y económicas. Ante esta reconfiguración del ya precario orden mundial, cabe la criolla sospecha de que el objetivo de los poderes actuantes es, simplemente, reorganizarse para seguir haciendo lo único que saben hacer: vivir de los que trabajan, parasitar el esfuerzo ajeno, depredar los bienes de la casa común, liquidar los sueños de los humildes.
Para quienes tenemos la fortuna de vivir hoy en este sur del mundo, las acciones bélicas nos resultan mayormente ajenas. Pero no podemos decir lo mismo sobre otras prácticas y estructuras de dominación y explotación que rigen el desafinado concierto de las naciones en el cual los bombazos llaman -un poco- más la atención que los dispositivos que solventan la paz semicolonial con sangre trabajadora a plazo fijo. Esta divergencia en las estrategias de dominación hace que la incursión de los análisis políticos locales en el discurso bélico tenga un riesgo duplicado: por un lado, alentar un maniqueísmo que poco ayuda a la solución de problemas complejos; por otro, la amenaza de esconder las estructuras de dominación que, por carecer de ojivas explosivas, pueden confundirse con simples desajustes de los mercados internacionales o problemas de pura gestión doméstica. Nuestra discusión no consiste en resolver cómo afrontar una guerra literal ni tampoco en apelar a metáforas bélicas para compensar la indecisión política a la hora de intervenir en favor de los eslabones más débiles de las cadenas de producción e intercambio. Nuestro Pueblo ha demostrado su vocación de paz, sin desmedro de su disposición a combatir cuando se ve forzado a ello. La “guerra” que el Pueblo argentino vive en carne propia es un orden injusto y explotador en favor de intereses foráneos y sus sirvientes oligárquicos y entreguistas, ofrecido como paz. La discusión, entonces, es “paz” semicolonial o paz auténtica, la paz que tiene al pueblo como protagonista y no a las corporaciones. La paz de la gente y no de los dirigentes. Esa paz que también es conocida como Justicia Social.
El objetivo de nuestra política es alcanzar esa paz y tiene dos componentes fundamentales: la identificación de las amenazas y el protagonismo popular para enfrentarlas. En la identificación obran principalmente las certezas aportadas por la conducción. Esto es el reconocimiento del conflicto principal, plantar bandera tal como lo está haciendo Cristina -una vez más- al señalar la amenaza que representa la injerencia del FMI. No obstante y a diferencia de cuando el conflicto principal fue la apropiación del poder público por parte de la patota entreguista, la batalla no tiene un terreno institucionalmente definido como fue el electoral. Habrá que ganar elecciones, sí, pero como consecuencia de conquistas previas. En este escenario, nuestra fuerza política debe poner en valor su activo con disciplina a la par que quienes ejercen distintos niveles de conducción deben extremar la claridad en sus definiciones. Sólo de este modo podremos sobreponernos al imperio de la mentira, la confusión y el desánimo, reponiendo en su lugar la fuerza de la mística, ese fuego sagrado del fanatismo.
Fanáticos del futuro
Ahora bien, la mística poco tiene que ver con los análisis sobre condiciones de posibilidad. No es tampoco una fuerza arrolladora que nos ahorre las respuestas al eliminar las preguntas. Antes bien, la mística es el polo gravitatorio que reasegura que los dispositivos de conducción puedan incorporar a sus decisiones los análisis sobre condiciones de posibilidad sin precipitarse en el estrecho desfiladero que discurre entre el posibilismo y el voluntarismo y sólo conduce a la nada -con el nihilismo asociado.
La fuente de esta mística es el segundo componente de nuestra política de paz: el protagonismo popular con su irremplazable aporte de energía e imaginación. Son las prácticas y las teorías surgidas de las experiencias del Pueblo protagonista las principales herramientas con las que contamos para enfrentar las graves amenazas que se ciernen sobre nuestro futuro. Se trata de amenazas complejas: algunas están incrustadas en conquistas parciales, como la demanda de divisas y recursos no renovables que genera la mejora del poder adquisitivo en el marco de una sociedad de consumo globalizada; otras, como las severas dificultades para garantizar la comida de todos los días para nuestros niños, son más fáciles de identificar y no tan simples de resolver, como un fierro cargado pero en manos difusas.
Va llegando el tiempo en que tendremos que aceptar que nuestra misión política no será realizada en una gloriosa carga de caballería que barra de la tierra todo mal. El enemigo no reside convenientemente concentrado en una esfera de acero que podamos detonar de un solo golpe. Los héroes de bronce no bajarán de sus pedestales para pelear en nuestro lugar. Nuestra épica, en cambio, es la del amor y la lucha permanentes; la de liberar de las estructuras de explotación y opresión, paso a paso, cada vez más regiones de la vida; la de montar guardia amorosamente delante de cada conquista. Y en esta épica, les militantes tenemos un lugar. O, mejor aún, tenemos todo lugar. No somos corporación ni clase ni casta. Pero tampoco orden monástica ni sujeto histórico hipostasiado. No somos ni más ni menos que un emergente sensible del Pueblo, transitorios como individuos, permanentes como colectivo, perpetuos en tanto voluntades con proyecto. Un emergente que en cada generación se reproduce en el caldo primigenio celosamente guardado por los humildes: un puchero de fibra y ternura, de esperanza y de pena, tradición imaginada y sentido intemporal de justicia con sal de felicidad inmediata, cocido al fuego inestable pero continuo de la voluntad inclaudicable de que los hijos sufran menos que los abuelos y enseñen a los nietos a seguir peleando.
Alto: ¡el fuego!
En Argentina el Fondo Monetario Internacional es uno de los principales instrumentos de aquellos poderes parasitarios, aunque no el único. No está de más señalar que, en este proceso de reconfiguración de orden global, la vigencia del FMI está lejos de darse por descontada. Pero volviendo a la relación del Fondo con la Argentina, su(s) programa(s) de altas tasas de interés, mercantilización de la divisa, reducción del gasto, bloqueo de la emisión y tope al crecimiento tienen como único resultado posible precisamente el que buscan: coartar las capacidades argentinas de desarrollar producción de bienes y servicios de su propio interés nacional; sostener una alta inflación que permita continuar transfiriendo ingresos de los trabajadores hacía los capitales concentrados; utilizar al pueblo argentino por medio de su Estado como financista -a pérdida- del dólar a nivel mundial, apuntalando la usura bancaria en el camino. Ese fue y será su único plan; ese fue el único plan político de Macri: hacer su parte en la gran estrategia de reordenamiento de dispositivos de explotación y sumisión en función del interés de la clase parasitaria a la que pertenece. Está en juego la soberanía argentina, su sustentabilidad en el tiempo, sus formas particulares y propias de pensar y hacer, su experiencia política acumulada y sus mismas condiciones de existencia material. Es así que se impone el grito de guerra "Patria o FMI". Una guerra que nosotros no inventamos sino que sufrimos desde hace años sin que haya sido nunca declarada. Una guerra contra los trabajadores de todo el mundo, con su particular capítulo en tierra argentina.
La situación de guerra permanente a la que nuestro Pueblo está expuesto habilita la idea, recurrente en parte de la dirigencia argentina (política, empresarial, gremial y social), de que es siempre deseable sentarse en una mesa de negociaciones. Detrás existe no sólo la inteligencia acomodaticia de quienes buscan obtener algún ascenso personal en el escalafón de los sometidos sino también personas y grupos que honestamente evalúan que grandes sectores de la sociedad están al límite y cualquier desescalada en la intensidad de la agresión es por sí misma positiva. Se trata de un artificio brutal basado en crear reiteradamente escenarios de crisis aguda: la amenaza de una corrida cambiaría y/o bancaria irrefrenable; cuanto más frecuentes, mejor de modo tal que esos sectores dirigenciales no tengan otra opción que valorar el desastre evitado por encima de la miseria naturalizada. Entran así a la batalla moralmente derrotados, incluso genuinamente convencidos de que obtuvieron un "alto el fuego" mientras el enemigo celebra su rendición incondicional. Nada nuevo bajo el sol, una versión financiarizada de la dominación colonial, una farsa de pax romana que demanda todo el tributo y no ofrece ninguna oportunidad para el desarrollo, ninguna libertad, ninguna justicia.
Entonces, si desescalar la tensión es una jugada ya prevista y organizada por el enemigo para que aceptemos su dominación, ¿cuál es la alternativa? Escalar. Lo cual no significa sentarse a la misma mesa de negociaciones pero a regañadientes. Con "escalar" nos referimos a encarar acciones urgentes sobre todos los flancos que debilitan la autonomía argentina y exponen a nuestro pueblo al fuego enemigo: la sumisión del mercado interno a los intereses de los exportadores, la concentración de servicios básicos y estratégicos en pocas y extranjeras manos, la precarización de trabajadores y unidades económicas pequeñas y medianas, la mercantilización de los derechos al trabajo, a la alimentación y a la vivienda.
Unidades
No compete a este humilde apunte desde la militancia desagregar medidas; para eso existen las organizaciones libres (políticas, gremiales y sectoriales, agrupaciones de técnicos, profesionales y empresarios, espacios de gestión comunitaria, movimientos sociales grandes y pequeños) y estatales con sus correspondientes dispositivos de debate, elaboración y representación. Este apunte está escrito desde la experiencia diversa que la militancia de base implica. La militancia pone su tiempo en este mundo a disposición de acompañar y dar testimonio de una multitud de prácticas y saberes a partir de las cuales el Pueblo pueda escalar. Porque para escalar es preciso organizar y la militancia hace eso, organiza. Es decir, dispone los elementos de un conjunto de modo tal que satisfagan un objetivo. Se trata de diseñar dispositivos y dirigir inteligentemente recursos que permitan unir las necesidades sin satisfacción con las personas que no gozan de una ocupación formal, estable y deseada, de modo tal que se cree trabajo socialmente valioso, consolidando la satisfacción de necesidades comunitarias como proyecto de vida para millones. En términos matemáticos, pasar de la contabilidad a la ecuación por medio de las artes políticas, introducir igualdad y distribución allí donde hay desbalance y así, al principio y al final, cerrar los números con la gente adentro. Escalar es construir desde esa base práctica, simple y popular, un presente de paz y justicia y la proyección de un futuro trascendente.
La militancia está dispuesta a acompañar estos procesos y decidida a llevarlos a los ámbitos donde el Pueblo escala sus sueños: sus organizaciones representativas. Aquí cabe recordar que, entre las muchas cosas que el Estado puede ser, también es una organización con la capacidad de representar al Pueblo que la sostiene. En este sentido, una reflexión sobre la potencia del momento: existe dentro del marco normativo actual la posibilidad de ejercer el poder del Estado para aplicar medidas de carácter urgente, así como existe predisposición de las Organizaciones Libres del Pueblo no sólo a acompañar esas iniciativas sino a desplegar otras tantas -como ya venimos haciendo- junto a, con prescindencia de y -Dios no lo permita- a pesar del Estado. Al mismo tiempo, la puesta en valor de las capacidades de gobierno por medio del Estado y la ponderación de las iniciativas libres en la implementación de medidas inmediatas -que no empiezan ni terminan con incrementar retenciones agroexportadoras que caen de maduro- devolverá a las demandas su cauce histórico: el protagonismo popular. Sólo el protagonismo popular puede retomar las discusiones que dejamos en suspenso, rehabilitar las preguntas correspondientes y ensayar, al fin, las respuestas posibles.
La movilización del 24 de marzo de este 2022 constituye el mejor -y posiblemente mayor de, al menos, el último medio siglo- ejemplo de protagonismo popular. Una columna organizada nunca vista, inconmensurable desde sus mismas entrañas, nos indica que es un buen momento para despedirnos para siempre de la estrategia defensiva del gato panza arriba y preguntarnos: en qué se sustenta la idea de que el pueblo argentino tiene que mendigar su comida en los portales de los exportadores en lugar de recuperar el control del comercio exterior para garantizar el mercado interno y aprovechar el internacional en favor de la Nación; por qué debemos seguir financiando -por doble vía, con tarifas y subsidios- las ganancias de empresas extranjeras que ofrecen pésimos servicios con mínimas inversiones y luego demandan divisas para girar a sus casas matrices; por qué se trabaja más horas y se cobra menos en el mundo de internet que en el mundo naftero de la línea de ensamble y el archivo alfabético, explotando cada vez más a cada vez menos personas en lugar de acortar y repartir las jornadas de trabajo; por qué estamos a la defensiva en cuanto a servicios públicos básicos como salud, educación y seguridad en lugar de doblar la apuesta y organizar potentes servicios públicos en materia de alimentación, vivienda y cuidados creando trabajo socialmente valioso en el proceso.
Encarar las respuestas a estas y otras preguntas es tarea de la militancia. Una militancia no concebida como círculo -todo círculo político es antipopular- sino como emergente del Pueblo. Un emergente llamado a velar por el protagonismo del Pueblo que lo engendra. Un protagonismo que no puede ser reemplazado por acuerdos superestructurales, siquiera los mejor intencionados. Para construir el futuro que soñamos, para forjar la paz auténtica, para pegar los ladrillos de la casa grande que nos cobije a todes, la unidad más importante es la Unidad Básica.