La carta de Juan Domingo Perón a Fidel Castro
Por Juan Domingo Perón
(24 de febrero de 1974)
Excelentísimo señor Primer Ministro, República de Cuba, Comandante Fidel Castro
Estimado amigo:
Justamente hoy se cumplen 28 años del día en que asumí la primera magistratura del país, dando un paso en la evolución con un movimiento revolucionario basado en la Justicia Social. Movimiento que perdura en el tiempo y en el espacio, puesto que nuevamente, pese a mis años, estamos firmes resolviendo el futuro de nuestra Patria, buscando salvarla del desastre en que un desgobierno de dieciocho años la ha sumido.
Al frente de esta misión de amistad, les envió al amigo señor Gelbard, nuestro ministro de Economía, que tiene el encargo de darle un fuerte abrazo de mi parte, junto con mis saludos, y también testimonio del profundo agrado que sentimos por la apertura práctica entre nuestros pueblos. En todas las clases de relaciones humanas, la verdadera fraternidad se demuestra no con palabras sino con hechos fehacientes. Nosotros los justicialistas tenemos un aforismo que dice: "Mejor que decir es hacer; y mejor que prometer, es realizar".
¡Cuba y Argentina lo están demostrando en la práctica!
Las revoluciones no pueden ser idénticas en todos los países porque tampoco todos los países son iguales, ni todos los pueblos tienen la misma idiosincrasia. Es preciso que cada uno actúe dentro de su soberanía con sus propios métodos.
Pero es indudable que la necesidad de una unidad latinoamericana será la única posibilidad de libertad real para nuestro continente. A esta meta debemos concurrir todos de inmediato, para poder elevar nuestra voz con seguridad y respaldo en el seno de ese Tercer Mundo que garantizará nuestro desarrollo futuro y la libertad en lo económico, político y social.
Tanto usted amigo Fidel, como yo, llevamos muchos años de permanente lucha revolucionaria. Ello otorga una experiencia invalorable que es preciso transmitir a la juventud, para evitarle atrasos que se pagan siempre con dolor y sangre, inútilmente. La pujanza viril de la vida joven, para rendir verdaderos frutos a la Patria, debe ir acompañada de la cuota de sabiduría que otorga la experiencia.
La responsabilidad que pesa sobre nuestros hombres no es ya la de realizar la revolución que cada uno de nuestros ideales concibe como lo mejor para su pueblo, sino enseñar a nuestros descendientes a consolidarla. Para ello, tenemos dos caminos: tiempo o sangre.
Tiempo sobra. La historia nos enseña cómo los excesos vuelven finalmente a su cauce habitual.
Sangre, falta. Puesto que somos un continente descapitalizado, que precisa su puesta en marcha por medio de la unidad fraternal, donde los intereses individuales sean considerados y respetados, cuando los mismos no afecten a la comunidad latinoamericana; y en ese desarrollo necesitaremos aumentar al máximo los habitantes en el continente.
¡En fin! Todo esto quiere decir que la tarea no se termina mientras uno viva. Pero bien vale la pena vivir y morir por un ideal que trasciende a los pueblos.
El señor Gelbard le contará cómo marchan nuestras cosas y confío en que todo marchará bien. Reciba un cordial saludo y mi afecto sincero.
¡Un gran abrazo!