La discapacidad, una cuarentena eterna
Por Liliana Urruti | Foto: Paula Conti
La calavera pegada en el centro de una bandera mira hurgando en quien la mire a ella. Un hombre mayor le dice a Videla (post mortem) en letras enormes: mi general se lo necesita. Otro cartel consigna: religión o muerte. Cada expresión es la síntesis del horror. La de no pertenecer a nada y entonces si nos adueñamos de la cuarentena, basta. Aunque sea por espanto, nunca por el amor.
Los aúna también ese extraño deseo de herir, destruir al otro sin advertir que se dejaron penetrar con un discurso rencoroso. Se siente la tentación de responder una a una las consignas hasta que surge la pregunta: para qué, por dónde empezar, cómo explicar lo inexplicable.
Entre tantas apps debería existir una que nos haga crecer, ya que todo se trata de tecnología. Que nos avispe, diría mi abuela.
Después están las otras, las mismas frases de siempre, que ya cansan por su falta de originalidad, como “no queremos ser Venezuela”. Un papel madera decía: “Los tres tiranos, Larri, Beto, Kisi”. Otro enumeraba: “Dependencia total de los planes del Estado; Expropiación de empresas y negocios; grietas de clases; patrulla en las redes; impuestos confiscatorios a los bienes; control social policial; rezaba una pancarta colgada del cuello de un señor con barbijos y anteojos de sol que en su mano izquierda, un martillo y la hoz se cruzaban detrás del signo de “prohibido”.
A los anticuarentena, Horacio González, el ex director de la biblioteca nacional los llama “la derecha sagaz”.
De sus bocas salen agresiones “como porotos de las chauchas”, dice el dicho del hombre de campo.
Me resisto a pensar que estas representaciones serán parte del sujeto histórico y que al mirar en retrospectiva nos encontremos con esto.
Otras de las culpas que deberá sobrellevar la cuarentena es que no es exclusiva ni de los pobres ni de los ricos. Los unos parecen no aburrirse. Los otros sí. No son los desclasados. Son los nenes caprichosos del sistema. Los que se indignan por la muerte de George Floyd porque es un negro lejano y ajeno. Son los que todavía recuerdan las casas de Ciudad Evita y te cuentan como los “cabeza” levantaban el parquet para hacer asado. Ese sentimiento perdura y continuará al acecho para salir en momentos como este.
Los aburridos, creyeron y continuarán creyendo que son una raza superior, por los siglos de los siglos amen.
Entonces escriben una carta y le ponen de título “Infectadura”, que Benito Ceratti resumió bien: “tantos intelectuales para ponerle ese nombre”. O bailan en plena cuarentena en Recoleta un domingo con 10 grados; o corren en los bosques de Palermo, muchos que no son del barrio ni hicieron gimnasia jamás.
Papá Estado le impone un límite, entonces le salen a discutir, no en términos médicos o científicos, sino en nombre de una sociedad que no representan porque no fueron elegidos por ningún voto ni popular, ni colegiado, ni de ningún tipo. No aceptan ser una minoría, y por primera vez desclasada. Protestan en nombre ¿del aburrimiento? ¿del cansancio? y le piden a papá Estado que levante la prohibición tal como se lo pedíamos a los quince cuando queríamos ir a un asalto y no nos dejaban. Mientras tanto la pandemia, las reflexiones sobre la pandemia, sobre su continuidad, en esta época de números tan agobiantes; sobre la posibilidad de una salida planificada, cuando toque, y con los menores traumas posibles; la adaptación de un país que, como el resto de los de mundo, quedará profundamente afectado en su economía, continúa sin poder ser expresada, debatida, negociada, unificada. Cuando tenemos tantos problemas en el corazón mismo de la sociedad nos estamos preocupando por si tenemos el flequillo corto o las cejas despeinadas.
Se le restó tiempo a la ciencia, le quitaron horas de sueño o vigilia, de descanso o de trabajo, de estudio, de investigación, de familia y fue entonces, como si se tratara de un padre agotado pero con la idea de ser buen padre, reconocidos científicos se vieron en la obligación de salir a contestar. A explicarles, a ver si de una vez por todas razonan, y dejan de llamar runners a los corredores o aerobistas.
Ya responderle al título es un despropósito, una tarea injusta e inmerecida: dictadura de la pandemia. En algo tienen razón. No la elegimos, ella se nos impuso. Fue una decisión unilateral del virus, no sólo de llegar a la Argentina sino de desparramarse por el mundo, y lo más cercano a la democracia es su forma de infectar.
Con una mirada corta casi de microscopio, los “infectaludos” o “infectatarios” juzgaron al país como si se tratara del AMBA, desconociendo que la mayoría de las provinciasen las que se redujeron los casos diarios, ya están volviendo a su vida de antes de la pandemia - salvo por los cuidados que exige no tener una vacuna, todavía- y otras hasta están pensando en protocolos para el turismo después del Covid-19.
La “infectadura” pedía fecha de finalización de la cuarentena y de la pandemia. Me recuerda a mí sentada en el asiento de atrás: mamá cuando llegamos y mamá contestaba: Ya falta poco. Confundieron adrede la expresión del presidente: “la hora del Estado”. Achacaron al gobierno responsabilidad en la muerte Magalí Morales y Luis Espinoza a manos de la policía; lo culparon por argentinos varados en el exterior; por las provincias y ciudades, cerradas “como condados medievales”, escribieron. Protestan por “las clases suspendidas, los enfermos que no pueden seguir sus tratamientos, familias separadas, muertos sin funerales y, ahora, la militarización de los barrios populares”. El desdén por el mundo productivo no tiene antecedente -manifiestan- y su consecuencia es la pérdida de empleos, el cierre de comercios minoristas, empresas y el aumento de la pobreza. Aseguran que los créditos para monotributistas y autónomos y la asistencia a las PYME fueron tácticas publicitarias con requisitos casi inalcanzables para la mayoría de los afectados. “La democracia está en peligro. Posiblemente como no lo estuvo desde 1983. El equilibrio entre los poderes ha sido desmantelado. El Congreso funciona discontinuado y la Justicia ha decidido una insólita extensión de la feria, autoexcluyéndose de la coyuntura que vive el país.”
Lo datos más certeros que tenemos de sus firmantes es que son militantes de la derecha y del antiperonismo. No les importa nada de lo que dicen. Protestan por ellos, ellos son los desconformes, los aburridos, los cansados, igual que en la adolescencia pero sin glamour. Si el gobierno hubiese optado por la comunidad de rebaño, como Estados Unidos o Brasil antes que el aislamientos social y preventivo, tampoco hubiesen estado de acuerdo. Acá no es el Covid lo que los preocupa, o que la gente se muera - en tanto no se mueran ellos- se trata de comenzar con la campaña política que creen los llevará a ocupar algún espacio de poder. Pescar y dejar guardados en un balde a esos axolotes que para los medios son tan fáciles de dejar boqueando. Pero sobre todo, se trató de dañar la figura de un presidente que a principios de 2019 no formaba parte de su imaginario, y todavía la sorpresa les daña las vísceras. Recuerden lo que dijo su líder: “si me vuelvo loco puedo hacerles mucho daño”, y ellos se volvieron locos.
Insisto, me siento tentada de responder punto por punto pero me parece que hay algunos ejemplos de otras cuarentenas a los que se puede recurrir. Permítanmelo.
La discapacidad, una cuarentena eterna
Si hay un colectivo que merece ser consultado a la hora de explicar la cuarentena es el de las personas con discapacidad. Muchas no salen, ni en invierno ni en verano, O salen exclusivamente para ir a los médicos, o para estudios programados, o para rehabilitación. La mayoría no pisa la calle si no es acompañada.
La mayoría no tiene trabajo. El cupo del 4% no se cumple ni en el Estado ni en las empresas privadas.
La mayoría debe luchar para que no se los discrimine, no le violen sus derechos, cumplan con la ley, no los sometan a explicar que un sordo ve, que una persona en silla de ruedas piensa, que un ciego escucha. Violencia que avanza silenciosa. Violencia en la calle y violencia intrafamiliar, todos los días. Siempre
Viven en cuarentena porque no acceden a lo que todo el mundo. Los teatros no son accesibles; no circulan en los senderos para bicicletas, y para muchos las macetas, las calles, y veredas inundadas y rotas, son monstruos que se los tragan, por lo que es mejor quedarse en casa. Viajar en colectivo es una aventura, mucho más desde la construcción de los carriles especiales que tienen paradas cada cuatro o cinco cuadras. Y desde hace algunos meses, no se les permite el primer asiento (y el argumento de que son más seguros los de atrás, puede rebatirse con un sinnúmero de razones).
Las obras sociales les dan las órtesis y prótesis más baratas no las que necesitan, tienen dificultades para conseguir medicación, pañales, insumos. Que no se les pague a los prestadores atenta contra la rehabilitación, que cierren los institutos atenta contra la rehabilitación. Sin educación, sin trabajo, sin salud, muchos con pensiones que arrancan en los 300 pesos.
¿Alguien puede imaginar que este colectivo no vive en cuarentena permanente?
Fueron lo que no recibieron IFE, ni aumentos en las pensiones, y lo que se paga en los talleres protegidos no alcanza a la jubilación mínima. Nadie los defiende. No hay un solo diputado o funcionario de la ANDIS que comprenda la problemática de la discapacidad. No se los incluye en los centros de decisión. Se habla de las personas con discapacidad sin conocer lo que piensan, sienten, saben. Son ciudadanos de tercera. Son la parte molesta de la sociedad. Son los que sobran tal como lo dijo Cristine Lagarde, los que están demás como los viejos.
La Relatora Especial de sobre los Derechos de Personas con Discapacidad de la ONU, Catalina Devandas, nos interpela: “¿Quién protege a las personas con discapacidad? Poco se ha hecho para proporcionar la orientación y los apoyos necesarios a las personas con discapacidad para protegerlas durante la actual pandemia del COVID-19, aun cuando muchas de ellas pertenecen al grupo de alto riesgo”. La experta de la ONU recalcó que los ajustes razonables son esenciales para permitir a las personas con discapacidad reducir el contacto y el riesgo de contaminación. Debe permitírseles trabajar desde el hogar o recibir licencias con goce de sueldo para garantizar la seguridad de sus ingresos. Sus familiares y cuidadores también pueden necesitar estas medidas para poder brindarles el apoyo requerido durante la crisis. Además, es vital el acceso a apoyos económicos adicionales para reducir el riesgo de que estas personas y sus familias caigan en la pobreza o mayor vulnerabilidad”, explicó Devandas.
“Muchas personas con discapacidad dependen de servicios que han sido suspendidos, o no tienen los suficientes recursos para hacer reservas de alimentos y medicinas o pagar los costos adicionales de las entregas a domicilio”.
“Limitar el contacto con sus seres queridos deja a las personas con discapacidad totalmente desprotegidas frente a cualquier forma de abuso o negligencia en dichas instituciones. “Para enfrentar la pandemia es crucial que la información sobre cómo prevenir y contener el coronavirus sea accesible para todo el mundo”, explicó la experta.
“Las campañas de información pública y la información proporcionada por las autoridades nacionales de salud debe estar disponible en lengua de señas y en modos, medios y formatos accesibles, incluida la tecnología digital, los subtítulos, los servicios de relevo, los mensajes de texto, la lectura fácil y el lenguaje sencillo.”
A su vez, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en la Declaración sobre COVID-19 y los derechos de las personas con discapacidad, resalta que “si bien muchas personas con discapacidad tienen condiciones de salud que las hacen más susceptibles a COVID-19, la discriminación y la desigualdad preexistentes significan que las personas con discapacidad son uno de los grupos más excluidos en términos de prevención de salud y acciones de respuesta y medidas de apoyo económico y social, y entre los más afectados en términos de riesgo de transmisión y muertes reales.”
Continuar en la tesitura de protestar por aburrimiento o bailar en la calle habla también de nosotros.
Reitero, ¿lo enumerado no es acaso una cuarentena permanente? Todas las expresiones vividas en esta cuarentena, a la que le falta la cuota de solidaridad que hace que no salgas una noche a bailar en las calles para cuidarte y cuidar al otro, son ofensivas para el colectivo de personas con discapacidad. Ofensivas, irritantes, profundizan el miedo, emerge la desidia. Infectaludos o infectatarios que conste, que los que promueven la grieta tienen nombre y tienen apellidos, algunos de la estirpe patricia.