La gesta de Cristina

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    Marcha en defensa de Cristina y la democracia
    Foto: Juli Ortiz

La gesta de Cristina

03 Septiembre 2022

El odio llegó hace rato. Se propagó como recurso legítimo de la vida democrática y los medios lo adoptaron como una performance válida para relatar en primera persona la experiencia política a cámara. El odio queda registrado en discursos incendiarios, participaciones televisivas y tweets furibundos. Está ahí, se siente en la rutina, no lo podés pasar desapercibido. El odio no es una invención contemporánea, esta atravesado en nuestra historia y enquistado en algunas ideologías. Hay fenómenos políticos que nacieron al calor del odio cómo si el hartazgo fuera la única convocatoria posible. Hay experiencias pasadas, aún alojadas en nuestra memoria colectiva y una voluntad tozuda que nos obliga a recordar que, alguna vez, la política no fue esto sino calles hechas fiesta, reivindicaciones y conquistas. No era una política edulcorada, disfrazada de otra cosa, tampoco academicista ni reservada para unos pocos. Era la política ensanchada, capaz de correr los límites de lo posible, antídoto de los 90 y atenta a las consecuencias del 2001. Ese fue el gobierno de Cristina, el epicentro de los discursos de odio que hoy continúan practicando algunos medios y dirigentes. El gobierno más político de todos.

Hay un punto de inflexión, un antes y un después, que empezó como gesta autoconvocada, tras conocerse el pedido de pena de los fiscales Luciani y Mola por la causa vialidad, pero que se materializó cuando se conoció la noticia del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner. El odio que se había inoculado en el operativo policial que se desplegó en las inmediaciones de la casa de la Vicepresidenta por orden del Jefe de Gobierno de la Ciudad, que se transformó en graphs y titulares de algunos medios de comunicación como La Nación o Clarín, que se hizo discurso en las figuras de Patricia Bullrich y López Murphy, se encapsularon momentáneamente. El odio dejó de ser trending topic y pasó a ser un problema público y político. A ese espacio vacante, se lo desplazó con estado de alerta y movilización a Plaza de Mayo, quizás, la más peronista de todas las prácticas.

Lo que empezó como un microclima se convirtió en la gesta de una política acalambrada por la falta de victorias y acuerdos. Sobre ese terreno erosionado por las crisis y emergencias, Cristina conjuró la mística que el peronismo había perdido e hizo del lawfare y la persecución sobre su figura la prenda de unidad para un movimiento que amenazaba con desunirse. En los últimos días, las inmediaciones de Juncal y Uruguay se transformaron en sinónimos de movilización y vigilia. Un músculo social y militante adormecido por la pandemia y la falta de hitos comenzó a despabilarse en la trinchera entre Recoleta y el microcentro. A esas calles rebalsadas de apoyo, bombos y cánticos se las intentó contener con vallas, efectivos policiales y camiones hidrantes. Lo que no pudieron pronosticar es que el peronismo en su conjunto volvía a interpelar y organizar al tejido social, haciendo mella el relato que la oposición se empecinó en coreografiar en las redes.

MARCHA

El odio es un recurso latente que forma parte de un clima de época prestado y propio. También es la columna vertebral de una forma de relatar y gestionar la política hecha tweets y campaña. El atentado contra Cristina Fernández de Kirchner es producto de ese odio mediatizado y de la efervescencia de la grieta catapultada por dirigentes opositores. Este es el punto cero del debate y las acciones, esta es nuestra democracia resistiendo, peleando para no sucumbirse. 

El video que nos sacó el sueño y rebobinamos hasta el cansancio por miedo a que se convirtiera en realidad, en el que se puede ver cómo un hombre le apunta a Cristina con una pistola en la cabeza, ese que algunos quisieron disimular o bajarle el precio, es crónica de una Argentina polarizada hasta el hartazgo, obligada a dirimirse en antagonismos. La urgencia y el estado de alerta que motorizó a una multitud de ciudadanas y ciudadanos es aprendizaje de lo que pasó en Brasil con Lula y en Bolivia con Evo. También es el intento fallido de una oposición dispuesta a extirpar el cuerpo social de un movimiento, de arrancar al peronismo de la memoria emotiva de la historia que lo hizo nacer.

Esta vez fue Cristina y la propia política las que hicieron de la frustración y la bronca posibilidad y presente y, entonces, cambiaron el paradigma. Ya no estábamos resistiendo sino convocándonos a estar, rebalsando Plaza de Mayo y todas las cuadras que la rodeaban y haciendo de Puente Pueyrredón una pasarela multitudinaria. Esa es la fuerza que terminó de nacer en los últimos días, la minoría intensa que siempre fue una inmensa mayoría, decidida a no dejarse domesticar por quienes piensan diferente, convencida que tiene algo para decir y dispuesta a convocarse bajo una misma consigna. Todos con Cristina no es un oxímoron, es nuestra propia prenda de unidad. La impotencia de los que menos tienen y la paradoja de los que aún tienen. El volver a creer de algunos y las ganas irreversibles de otros. En esa antítesis constante, el peronismo se arma y desarma desde el principio de los tiempos, con la demanda en la calle y al calor de las coyunturas presentes, creando su propia falla en el sistema político y revolucionándolo.

Esa es la llama de Cristina hoy, la nostalgia de lo que fue, pero también la búsqueda posible de lo que vendrá. Abroquelarse y polarizar para que el debate de cara al 2023 gane peso y densidad, pero también de construir, sobre las ruinas de nuestra propia historia, haciendo de la impotencia un futuro posible para el peronismo, pero también para la política. Quizás es una época a la que aún le faltan promesas de que se puede estar mejor, para para eso falta, los tiempos son otros. Ahora, estamos luchando por estar.