Pobrecitos los hombres
Por Daniel Mundo*
El otro día en esta misma columna escribí que a los hombres nos gusta tener la pija bien parada para meterla en el primer agujero que distingamos. ¿Qué entiende la mujer en un pestañeo que estamos diciendo? Lo mismo que los hombres cuando nos decimos como en chiste que tanta pija de acá y tanta pija de allá está tratando de tapar una cosa obvia: nuestra impotencia.
Cualquiera que tenga como yo más de cincuenta años conoce de memoria uno de los motivos clásicos por los cuales los hombres alegamos que nos gustaría separamos de nuestras parejas (aunque pocas veces lo hagamos): ellas no quieren coger, mientras que se supone que nosotros queremos coger todo el tiempo. En el medio de todo inventamos el viagra.
El imaginario masculino básico de clase media fantasea que si no estuviera casado la vida sería una fiesta permanente en la que las minas se le tirarían a uno todo el tiempo encima. La soledad es dura.
Esto es muy básico, lo sé, pero funciona, ergo: tiene que ser así. A esta sensación incómoda podemos llamarla idiotez o confusión, da lo mismo. O necesidad de control. O terror a la traición, etc. La mujer se adaptó más rápido y mejor al capitalismo salvaje que los hombres tan bien supimos construir. Lo hizo con sufrimiento. Como dijo el gran maestro antes de volverse loco: lo que no te mata, te fortalece.
¿Cómo repercute esto políticamente? No tengo idea. Podría arriesgar que sea lo que sea, esta sensación contradictoria que tensa el espíritu y el cuerpo del hombre tiene que provocar efectos en la vida en común. Sé que imaginar que este tensión es el origen de los feminicidios puede implicar quitarle gravedad al feminicidio. Pero puede ser por lo menos uno de sus orígenes.
Sin duda esta contradicción estructural dificulta cualquier diálogo imaginable. Por un lado, tiene que quedar claro que éste es un problema masculino, que la excusa: “ella tendía que comprender/ somos tan simples/ es tan poquito lo que pedimos”, no funciona más. Siempre responsabilizando al otro sin hacernos cargo de nosotros —lo que no significa que apretar el acelerador como lo está haciendo la mujer no tenga también su cuota de responsabilidad en todo este asunto. A 100 km/h no se debe frenar con el freno de mano.
Pero por otro lado, partiendo de un origen tan tenso, tan contradictorio, difícilmente podamos torcer el rumbo de la caída a fuerza de voluntad e inteligencia. Cuanto más voluntad e inteligencia pongamos en el asunto, cuanto más queramos dominarlo, más abismático y desesperanzador se pondrá la cosa. ¿Soltar el volante, entonces? ¿Subir a la bici y dejar que el viento nos arremoline el poco pelo que nos queda? ¿Meternos adentro del placard y llorar para que mamá venga a salvarnos? ¿Cagarla a trompadas? Ah, ya sé: la clase media apuesta por el amor. No sabe lo que dice.
Por supuesto que todo esto es muy general y abstracto. Cualquier parecido que usted vea con la realidad, consulte con un especialista.
* El autor se define como pornólogo.