¿Proyectan los medios acaso humanos virtuales?
Por Daniel Mundo
Recién ahora que los medios empezaron a mostrar desembozadamente su autonomía y su superioridad en crear, procesar, distribuir y producir información, empezamos nosotros, los seres humanos, a comprender que son los medios de comunicación o de información o de vinculación, y no los hombres, las mujeres o los trans-, los auténticos sujetos de la historia. Seguimos creyendo que los medios nos engañan ideológicamente, que propalan falsas informaciones y que esas falsas ilusiones sobredeterminan nuestra manera de comprender y percibir los fenómenos que vivimos. Es lógico que suceda esto: siempre necesitamos de responsables externos omnipotentes a los que culpar por nuestra ignorancia y nuestros miedos (Dios, el Rey, el Sistema, la CIA, Wikileaks).
En la dimensión del contenido del texto, su significado y su referente, es inevitable que los medios nos embauquen, pues somos seres hechos de ilusiones; y la palabra y las imágenes, los instrumentos adecuados para el ilusionismo. Pero por fin comprendimos que el medio de comunicación no es algo diferente de nosotros, no sólo en tanto lectores, telespectadores o usuarios de medios, sino también y principalmente en tanto medios espirituales y materiales de información y vinculación constantes. En la dimensión mediática de un texto no hay ilusión: la ilusión se funde con la realidad. Nuestra naturaleza (nos tomamos el atrevimiento de suponer que el hombre tiene una naturaleza) es la información, y en el futuro sobrevivirá la especie que sea capaz de procesar, almacenar, distribuir, producir, inventar, más información. Los paranoicos ven máquinas gigantes alimentándose de nuestros cerebros; los esquizoides llegan al éxtasis cuando imaginan nuevas alucinaciones producidas sobre la interfaz de nuestra piel. Todavía imaginamos el futuro con los elementos que nos provee un pasado demasiado humano.
Proponemos como hipótesis imaginar al Hombre como un eslabón que duró ¿cuánto, 5.000, 3.500, 2.500 años? en la evolución de los medios. Se necesita un ejercicio por el cual invirtamos nuestros prejuicios. Hasta ahora creíamos que los medios permitían y facilitaban nuestra comunicación; hoy adivinamos que funcionamos como una plataforma de despegue para el desarrollo de los medios —a los medios sólo les interesa que conectemos, no qué hagamos en la conexión. Podemos creer que los medios tan sólo median entre la realidad y nosotros; hay muchos intereses políticos y económicos para que así sea. Pero basta con que corramos un milésimo de microsegundo nuestra percepción para que constatemos que la definición más pertinente del ser humano ya no se funda en un mandato trascendente, ni en un privilegio de especie, ni en una sustancia biológica, ni en la posesión de un órgano especial: ser humano es administrar, concentrar, derrochar, procesar, multiplicar información.
Dirán: el ser humano es dual, hecho de cuerpo y alma, materia y espíritu, naturaleza y cultura. Pero esta estructura dicotómica pertenecía a la era metafísica, cuyo fin viene anunciándose desde hace más de un siglo, y que se consumó con el descubrimiento del código digital, cuando las máquinas (las llamamos máquinas por costumbre, pero no son máquinas: son organismos artificiales, espontaneidad ensayada, naturaleza producida que es más bella y más placentera que la naturaleza propiamente dicha) redujeron a todos los entes materiales e inmateriales a su elemento básico: la información. En la era postmetafísica o postmoderna no vivimos en una urbe desalmada colmada de gente divertida, ni dominados por tecnologías masivas de vinculación, ni autoalienados con la sensibilidad preprogramada, sino disfrutando de una cultura que alienta la difusión de singularidades masificadas que gozan de hechos virtuales que se promocionan como espectáculos inigualables. ¿Cómo se codificará nuestra razón y nuestra sensibilidad si el principio de este multiverso fuera la repetición original de un signo registrado como irrepetible? Estadísticamente, esta mediamorfosis general se manifestará con más contundencia en el sexo y los afectos, nuestros modos de ser en el mundo. Ya lo está haciendo, mal que le pese a nuestra consciencia, que se niega a aceptar lo evidente.