Vencer a la muerte (una vez más), por Gonzalo Chaves
Por Gonzalo Leónidas Chaves
Estuve internado en la sala Covid del Hospital Rossi de La Plata, los primeros quince días con un estricto aislamiento. No la pasé bien. Las tres primeras noches no pude conciliar el sueño. Después me amoldé. Tuve pesadillas acompañadas de una catarata de sueños que no podía controlar. Las imágenes se sucedían una detrás de otras. No eran cosas terribles, eran molestas. Se superponían alocadamente y desordenaban mi cabeza. La mayoría de los recuerdos estaban referidos al exilio durante el gobierno de Raúl Alfonsín, en Montevideo y San Pablo. La sentí cerca, caminaba al borde del abismo. Tenía todo en contra. Grande, con 81 años, medio siglo soportando el asma y una vida ajetreada. Lo único bueno es que me habían dado la primera dosis de la Sputnik. Después de dos semanas de cuarentena, me pasaron a la sala PosCovid. Seguía asistido por el oxígeno, per la situación cambio como el día y la noche. Tuve visitas, más luz y más expectativas. Ahí comencé a palpar la solidaridad de la familia, amigxs y compañerxs. La atención en el Hospital público y en la Obra Social del Sindicato fue de primera.
Cuando conté esto a las primeras visitas que tuve, lxs compañerxs me dijeron: -Gonzalo esta no es la única vez que te sucedió, ya te habían ido a buscar para matarte en otras oportunidades. -Sí, pero son situaciones de naturaleza diferente, no se pueden mezclar. Esta es una Pandemia, lo otro fue producto del genocidio. –Todo bien, de naturaleza diferente, pero de parecidas consecuencias para vos. -Un día nos vas a tener que contar todo lo que viviste con lujo de detalles. –Prometo, les respondí, cuando salga de aquí, nos juntamos y les cuento hasta el último detalle sin guardarme nada. Pero lo voy a relatar una sola vez, no me voy a pasar la vida hablando de lo mismo. No quiero quedar aferrado pasado, no quiero congelarme en el lugar víctima, quiero vivir el presente, ser protagonista de lo que sucede.
Una tarde cumpliendo con lo prometido, nos juntamos con los debidos protocoles y conté. Me costó arrancar, tragué saliva y puse primera. El 7 de agosto de 1974, a pocos días de la muerte del General, un comando de la Triple A, integrado por un grupo de paramilitares, al mando del tristemente célebre Aníbal Gordon, se presentó al domicilio donde vivíamos con Amalia, nuestro hijo mayor y nuestra hija. La casa estaba ubicada en 69 entre 135 y 136, barrio de Los Hornos. Por suerte no nos encontraron, nos habíamos mudado unas semanas antes. Nos buscaban con fines inconfesables. Golpearon al nuevo inquilino de la propiedad, indagando sobre nuestro paradero, al no lograr nada se marcharon. La luz del día comenzaba a apagarse. Mi hermano Horacio vivía cerca, los vio cuando se retiraban. Una caravana de Ford Falcones verdes, entre los que resaltaba uno de color celeste. Más tarde fueron por la casa de mis viejos. Horacio Ireneo todavía no había llegado, esperaron, cuando apareció lo detuvieron. –Somos de la Federal le dijeron, lo vamos a llevar detenido. El Viejo tranquilo, no era la primera vez que pasaba por este trance. Lo subieron esposado dentro de unos de los coches. En otro auto cargaron a mi hermano Rolando y también se lo llevaron. Al Ruso, así le decíamos, lo acribillaron a balazos sobre la avenida 66 entre 190 y 191. Allí quedó tirado su cuerpo ultrajado. Al Viejo le volaron la tapa de los sesos con una Itaca y lo tiraron frente al local de la Juventud Peronista en calle 12 entre 45 y 46. Fue una señal de lo que vendría. Horacio Ireneo estaba retirado del Ejército con el grado de suboficial mayor, referente de la Resistencia Peronista, hacía poco había sido electo por el voto de los afiliados como secretario general del Partido Justicialista de La Plata. De la casa de mis padres, se fueron al domicilio de Tito Pierini, en 115 entere 61 y 62 del barrio del Mondongo. Tito, junto con su familia estaba por acostarse. Así como estaba lo subieron a un Falcón y se lo llevaron secuestrado. Lo acribillaron sin piedad en la avenida 7 entre 647 y 648. Ennio Tito Pierini, trabajaba en YPF, fue uno de los fundadores del SUPE, un reconocido referente de la Resistencia Peronista y dirigente de la huelga petrolera del 68. Pirucha Pierini, la compañera de Tito, llamó a la seccional novena, vino el comisario en persona, pero ya la patota se había retirado. El piso de la casa estaba enchastrado con un barro color marrón. Que es esto le preguntó Pirucha al comisario. Señora eso es barro mezclado con sangre, le respondió. Venían de matar a los Chaves. El día ante habían sacado de su domicilio a Luis Macor, un estudiante nacido en Catamarca, recién recibido de periodista, militante de la JUP. Lo asesinaron a mansalva. Esa noche los para militares, visitaron otras moradas. Sabemos que la fueron a buscar a Reina Diez, pero no la encontraron. Reina era decana de la Facultad de Humanidades de la UNLP, una compañera de mucho compromiso. Ese día había viajado al interior de la Provincia de Buenos Aires, para asistir a un homenaje que le hacían sus ex compañeras docentes. El accionar de la Triple A fue la primera de las visitas desagradables.
El segundo intento ocurrió después del paro nacional contra la dictadura del 27 de abril, con más precisión el 12 de octubre de 1979. En un acto realizado en la Asamblea Nacional Francesa, por iniciativa promovida por el legislador Bernardo Stasi, presidente de la Comisión Interparlamentaria de Derechos Humanos, se presentaron Ana María Martí, Alicia Milia de Pirles y Sara Solarz de Osatinsky. Compañeras que habían estado secuestradas en la ESMA casi dos años en calidad de desaparecidas y liberadas a fines del 78, principios del 79. Parte del testimonio dado por las tres liberadas que denunciaron las atrocidades a las que fueron sometidas ellas y miles de personas que pasaron por la ESMA, dice: “A mediado de 1977, en oportunidad de la realización de la 63º conferencia de la OIT, viajó a Ginebra, Suiza un grupo operativo especializado con el objetivo de matar a Gonzalo Leonidas Chaves. En el mes de setiembre de 1978, viajó otro grupo operativo a cargo del teniente de navío Miguel Angel Benazzi a España con la intención de asesinar a Armando Croatto.”
Nosotros habíamos estado ese mismo año, durante el mes de junio, en la Conferencia de la OIT. Eramos un grupo de dirigentes gremiales medios, entre los que estaban Aldo Moran, del Sindicato Minero de San Juan, José López de Sulfacid Santa Fe, Armando Croatto de Municipales de Avellaneda, Paulino Aramayo de FATRE Salta y yo, delegado en la Empresa Nacional de Teléfono en La Plata. Hicimos llegar al Comité de Libertad Sindical, un dossier elaborado y firmado por el Bloque Sindical del Peronismo Montonero, donde se denunciaban los atropellos a los trabajadores y se pedía el levantamiento de la intervención a la CGT y la mayoría de los gremios. Un extenso listado con nombres y apellidos de dirigentes presos, perseguidos y desaparecidos, encabezaba el pedido de libertad y aparición con vida. Fue una de las primeras listas de dirigentes y militantes gremiales elaboradas en el exilio. Del viaje de los oficiales del Servicio de Inteligencia Naval para ultimarnos, me enteré después. Pasó el tiempo, llegó la democracia, se realizó un Juicio ejemplar a la Junta Militar y por los noventa tuve algún dato más. Horacio Nicolás, otro de mis hermanos me contó que había pasado por sus manos un libro que se llamaba “La Tercera Guerra Mundial”, no se acurda ni la editorial, ni quien era su autor. En el interior había una foto del salón de la OIT colmado de delegados de distintos países. Sobre un costado estaba yo de espaldas y sobre el otro extremo la imagen de Alfredo Ignacio Astíz, oficial del Servicio de Inteligencia Naval. Una línea de puntos unía a los dos. En el año 2017, el “Angel de la Muerte” fue condenado a cadena perpetua.
La tercera vez fue en el año 1982, después de la ocupación por tropas argentina de las Islas Malvinas. Estábamos parando en ciudad de México. Yo me había retirado del país a fines del 79. Amalia con los tres chicos lo hizo a principios de los ochenta. Estando en el exterior, se desata la guerra de Malvinas. Esto acelero el retorno. Volvimos al país como salimos, en forma clandestina. Primero llegué yo y al poco tiempo lo hizo Amalia. Esta vez los chicos se quedaron en la Guardería de la Habana. Nos instalamos en Ezpeleta. Siempre en el conurbano Sur, era nuestro territorio asignado para movernos y organizar. Comenzamos restableciendo contactos. Se respiraba otros aires, la apertura política comenzaba a bosquejarse. Una tarde fui a visitar a un veterano compañero dela Resistencia, que formaba parte del Comando L 113, así se los conocía. Habían sido parte del levantamiento del general Juan José Valle en el 56 y después activos resistentes durante la represión del Plan Conintes, eso abarcó todo el gobierno de Arturo Frondizi hasta a su caída. Fui a su casa, nos teníamos plena confianza. Me recibió en la cocina, sentada a su lado en un sillón de mimbre estaba su madre. Nos saludamos con mucho afecto, hacía tiempo que no nos veíamos. Antes de que empezara a hablar, Alberto Vaquero saco una tarjeta del bolsillo superior de la camisa y me la mostró. -Ves este teléfono anotado aquí, lo escribió un oficial de Servicio de Inteligencia Naval y me dijo –Gonzalo Chaves te va a ir a visitar, cuando esté en tu casa comunícate con nosotros. Alberto trabajaba en la empresa SEGBA de Quilmes. Me contó que hacía un par de semanas al salir del trabajo camino a su casa se le acercó en coche con dos personas en su interior y lo intimaron para que suba. Así como estaba lo llevaron al sector Sur de Puerto Madero. Esta vez, no lo esposaron, tampoco lo encapucharon, todo sucedió a la luz del día. Entraron con el auto a una especie de estacionamiento. No había mucha gente, solamente guardias armados de la marina, apostado a la entrada de cada dependencia. Bajaron del coche y se introdujeron en un galpón de chapas de grandes dimensiones. El mobiliario era escaso, estaba compuesto por seis sillas y una mesa de madera alumbrada por una pantalla. Lo invitaron a sentarse. Continúa Alberto -El que parecía el jefe, tomó la palabra y me dijo, Gonzalo Chaves es uno de los que volvió al país y en algún momento va a pasar a visitarte. Cuando esté en tu casa nos llamas. No te vayas a olvidar. Aquí tenés el número de teléfono para ubicarnos, nosotros nos encargamos del resto. -Así como me entraron a esa dependencia de la marina, me sacaron. Me dejaron cerca de Constitución. En la estación abordé el primer tren que salía para Quilmes y me volví a casa.
Alberto Vaquero, me contó también, que esa no fue la primera vez que lo levantaron. Para fines de 1979, un grupo de paramilitares lo secuestraron también, a pocas cuadras de la salida de su trabajo. Lo esposaron y lo encapucharon. Del auto lo pasaron al interior de una casa rodante. Mientras daban vueltas por Quilmes, lo torturaban sin piedad. Querían los contactos con la Organización Montoneros. Alberto se mantuvo firme. En una pausa de su tenso relato el compañero cambio de tono y me dijo: Alguien habló Gonzalo, los milicos estaban al tanto sobre detalles del grupo, que pocos conocían. En sus palabras no había reclamo, fue como una constatación de lo ocurrido. La madre, escuchaba en silencio, atenta a todo lo que pasaba a su alrededor. Me sentí avergonzado, con culpas de lo sucedido. Saludé y me fui de la casa en silencio, no había mucho que explicar. Alberto se reintegró a la familia y la militancia. Era un hombre de la Resistencia Peronista, que otra cosa podía hacer. Los compañeros lo nombraron presidente la “Comisión Permanente de Homenaje a los Mártires del 9 de junio de 1956” de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela. El Comando L 113 dejó su impronta marcada en el Sur. Además de Alberto lo integraban entre otros, Jorge Santoro, Aníbal Santoro, el Negro Florencio Guevara, Tulio Estedile y Fermín Jeanneret, compañero detenido-desaparecido en el 77. Para fines de los ochenta, compartimos con Alberto Vaquero el homenaje del 9 de junio en el cementerio de Ezpeleta, nos abrazamos sin decir palabras. Salud compañero Alberto.