¿Qué hacer?, por Gastón Fabian
Detrás del exitismo y derrotismo de los analistas se esconde el olvido de las estructuras
Nada de esto que está pasando se explica si no podemos olfatear el clima de época frente al que nos encontramos, lo que quiere decir también: no gastemos todos los cartuchos en las causas endógenas y situémonos en el momento del proceso de acumulación del capital en el que nos vemos envueltos. Ese es un gran condicionante, aunque a menudo pase desapercibido. Claro que son de mucha importancia las particularidades locales. Pero Cambiemos no es solamente un producto del genio de Durán Barba, los errores del kirchnerismo o la fragmentación del peronismo. Ahí estaríamos hablando de resultados, no tanto de factores explicativos. Cambiemos, como diría Hegel, es hijo de su época. La restauración neoliberal en América Latina es una oleada que poco tiene que ver con la casualidad o la contingencia. Es el efecto postergado de una crisis capitalista que adoptó un movimiento centrífugo. Los recaudos profilácticos tomados por algunos gobiernos latinoamericanos para reducir el nivel de dependencia respecto al sistema financiero fueron exitosos en una primera instancia, pero no se puede escapar para siempre de la globalización neoliberal. Las repercusiones llegan más temprano que tarde. En algunos casos el impacto fue brutal: Brasil y Venezuela.
En Argentina, si bien no estalló por los aires la economía y no se cayó en una recesión como en el gigantesco país vecino, la crisis puso un límite muy fuerte y difícil de franquear al modelo económico kirchnerista. Mérito de Kicillof y Cristina evitar que la bomba explote de la misma manera disruptiva que en Brasil, donde no dudaron en dar un giro ortodoxo. Pero las palancas e instrumentales del Estado, si alcanzaban para morigerar las consecuencias fatales de los shocks externos, eran insuficientes para producir un horizonte de futuro. Cuando Macri ganó la elección, no había crisis explícita. La maquinaria comunicacional que lo llevó al gobierno se encargó de descubrir su carácter asintomático, que justificaba las futuras reformas que deberían sanar un cuerpo enfermo. La caída económica del 2016 fue inventada por Cambiemos para implementar su recetario, duro para los sectores populares pero gradual para las expectativas de los organismos internacionales de crédito. Sin embargo, si tanto traccionó la promesa del cambio es porque la política económica del kirchnerismo estaba dando vueltas en círculo, sin escoger un camino entre la profundización y el ajuste. Algo parecido le ocurrió a Perón entre 1952 y 1955. Había un problema estructural sin resolver y sobre sus derroteros emergió el macrismo como una fuerza política capaz de brindar una solución (la que demandaban los “mercados”). Si perdemos de vista esta parte de la trama, estaremos boicoteando nuestra propia construcción política. De alguna manera, las dificultades que atraviesan tanto el kirchnerismo como el peronismo no kirchnerista se deben a no haber superado todavía hoy los obstáculos que se presentaron en el 2015.
Si para los gobiernos latinoamericanos la caída del precio de los commodities se convirtió en un hueso duro de roer, en un dolor de cabeza que desembocó en el estrangulamiento de la balanza de pagos y en la restricción externa, el macrismo está pudiendo hacer frente a ese panorama desolador mediante una política de endeudamiento sin precedentes (se calcula que el 20% de la deuda mundial emitida este año pertenece a la Argentina). Lo dijo el presidente el 22 de octubre: mientras haya déficit fiscal seguiremos tomando deuda. De aquí en más, dada la insostenibilidad de la política económica de Cambiemos, podríamos presagiar una crisis, pero no sabemos cuando. La crisis está por-venir y, sin embargo, no vislumbramos el momento de su llegada. El kirchnerismo se proclama vencedor del ángel caído, se muestra como una fuerza preventiva capaz de detener el caos que amenaza tragarnos a todos: “hay que cambiar la política económica antes de que sea tarde”. Pero no tiene con qué sustituirla sin al mismo tiempo defraudar expectativas aclimatadas todavía en el crepúsculo en el cual asumió Macri: el modelo implementado hasta el 2015 es anacrónico porque no puede revertir las tendencias destructivas del Capital para con los países de la periferia del sistema. En ese impasse, el gobierno de Macri apuesta su supervivencia a seguir recibiendo flujos de capital que impidan el colapso económico y la conflictividad social a gran escala. En la neutralización de los antagonismos se encuentra la llave para normalizar la crisis.
¿Qué hay de nuevo en Cambiemos?
La pregunta entonces es: ¿por qué 10 millones de personas votaron a Cambiemos en la pasada elección legislativa? La hipótesis de la estafa electoral pierde fuerza, porque esta vez venían avisando qué es lo que iban a hacer luego del 22 de octubre. Sin duda, se pueden barajar un montón de posibilidades y la mayoría de estas son válidas como factores causales: el voto aspiracional, las apelaciones posmateriales, la polarización y el odio furibundo al kirchnerismo, la incertidumbre y el miedo, etc. Pero lo central aquí es rastrear los efectos de la discursividad cambiemita, una discursividad articulada alrededor del poderoso mito de la pesada herencia (la “corrupción”, el “populismo”, el “corto plazo”, etc.). Cambiemos logró construir dos imágenes sugerentes para legitimar su accionar: el kirchnerismo es responsable de la crisis actual (y de cada nuevo problema que surge) y 70 años de peronismo han conducido a la Argentina por el camino del subdesarrollo. Si la negación del otro y la pulsión de muerte cumplen un papel primordial en el apoyo al gobierno, también es cierto que este ha generado expectativas, desde las que unen a una comunidad de creyentes hasta las que le insinúan a una persona común y corriente que el malestar que está padeciendo viene de arrastre y que tiene que apostar a otra cosa: la invitación de Cambiemos es a probar con un país sin peronismo, o con un peronismo racionalizado, civilizado, modernizado, es decir, un país sin kirchnerismo.
Es por eso que la ola amarilla viene llevándose puestos a intendentes y gobernadores, conquistando bastiones y feudos antaño inaccesibles para los opositores. Subestimar la potencia de esa fe y atribuir exclusivamente la influencia de Cambiemos a la manipulación de los medios, el partidismo de los jueces o la abundancia de recursos de la que disponen (condiciones necesarias pero no suficientes), es perdernos una parte de la película. Cambiemos se explica también por los malos gobernantes, de ahí que la idea de gestión que fabricaron en la Ciudad haya sido exportada como un modelo ejemplar a otros municipios y provincias. La crisis de representación política es un fenómeno global: su identificación con la nueva política es una forma de reconocerse como protagonistas de una nueva era. Eso no quita que el macrismo sea un conglomerado donde conviven outsiders provenientes del mundo de las empresas y las ONG con políticos tradicionales, tecnócratas con punteros, neoliberales con peronistas conservadores y radicales. La frescura, la cercanía, la juventud que buscan instalar como atributos propios, encantan más a la gente mayor decepcionada, cargada de frustraciones y por lo general rabiosamente antiperonista que a los jóvenes que suelen manifestar su desconfianza por otros canales.
Es un gobierno de ricos y para ricos, pero no es la Alianza. Les sobra tacto político aunque les falte sensibilidad social, avanzan con sus decisiones por método de ensayo y error, ofrecen de sí el concepto de que hacen política de manera científica: midiendo, experimentando, contrastando. Cuentan con diagnósticos de la realidad social, con una idea antropológica del ser humano, con una filosofía política del tiempo presente que les permite saber qué quiere la gente, qué desean desde lo más profundo de su alma, cuáles son las demandas que la sociedad necesita que le satisfagan (es imposible gobernar lo imprevisible, pero ellos generan la sensación de que tienen todo perfectamente calculado). Trabajan sobre los anhelos de la población, pero también sobre sus traumas: hablan de ellos y le ponen nombres a los culpables. No los resuelven desde la gestión, sino que los sacan de la oscuridad del silencio y de ese modo delatan a los responsables: las mafias, los extranjeros, los mapuches, los kirchneristas. Desde la posverdad denuncian la “hipocresía del progresismo”, explotan la incorrección política y dicen lo que los hombres y mujeres de carne y hueso quieren escuchar sin recibir por ello una condena moral: son trumpistas pero también gramscianos de derecha, pues si bien conservan prácticas autoritarias de la vieja derecha intentan liderar una reforma intelectual y moral que revolucione de arriba abajo a la sociedad argentina. En definitiva, si fueran solo tecnócratas sería todo palo y shock. El gradualismo con el que llevan adelante el ajuste revela cierta pericia (por supuesto que no siempre sin torpezas) y habilidad política para manejar el humor social. El refuerzo ideológico de su núcleo duro lo que anticipa es una estrategia de irradiación expansiva hacia los otros polos de la sociedad, sea para cooptar o para reprimir y amordazar. Espiral del silencio lo llama Noelle-Neumann.
Reinventarnos es transmutar la estrategia
Frente a esta situación tan compleja y desalentadora, es pertinente el interrogante de Lenin: ¿qué hacer? Quienes creen que esto se revierte con intrigas palaciegas que decanten en una unidad pactada desde arriba son víctimas de una quimera. El efecto contagio que destila Cambiemos produce la ilusión de que una renovación y un recambio generacional de la dirigencia peronista sería por sí sola capaz de reencausar al movimiento y entregarle a la sociedad una oferta electoral más seductora, con poco pasado y mucho marketing. Sería algo así como fabricar una opción de centro para robarle a Cambiemos el control del “votante mediano” (lo interesante de la polarización es que empuja a los moderados a inclinar sus preferencias hacia la derecha, porque se vende al kirchnerismo como una fuerza extremista que le quita peso propio a los partidos de centro). De esta manera, Cambiemos se vería privado de su táctica de llevar la política a los extremos y no podría enfrentar una gran coalición lo suficientemente amplia para traccionar desde el centro a la centroizquierda y así derrotar al gobierno. Muy lindo todo, pero tal dirección es errada por una serie de factores que sus defensores no están previendo debido a su saña contra el kirchnerismo.
Primero, ninguno tiene nombres, porque las figuras políticas sobre las que se proyectaban candidaturas fueron fagocitadas y exprimidas a fondo por la virulencia discursiva del gobierno. Segundo, que no contemplan la posibilidad de que la moderación del peronismo provoque una nueva dispersión del voto opositor, una fuga de descontento por izquierda (al fin y al cabo, en los comicios obtuvieron mejores resultados las oposiciones más duras al neoliberalismo). Tercero, que no es posible vencer un proyecto con imágenes lavadas, no en la medida en que esas imágenes no encarnen sujetos sociales y tengan anclaje en la realidad material de la Ideología. Cuando le va bien a un outsider, eso dice algo de la sociedad, pero Cambiemos es más que puro marketing. Su duranbarbismo rescata aspectos descuidados y desatendidos de la fisonomía social y los transforma en horizonte. En conclusión: la construcción de una alternativa política al neoliberalismo debe ser un producto de la articulación de identidades, demandas e intereses más que un collage de dirigentes. La política no es aritmética: articular es cualitativamente distinto de la operación de suma y resta. Más que ir hacia el votante flotante (haciendo todo a su imagen y semejanza), concesiones y claudicaciones de por medio, hay que atraer al votante flotante, seduciéndolo, interpelándolo, conmoviéndolo. No se pueden sacrificar las minorías intensas, porque hoy son el principal dique de contención contra la posibilidad de un ajuste más brutal. Lo que se debe intentar es el ensanchamiento de la base de representación, algo que no se logra mediante una agregación de listas. Véase Santa Fe, o la alianza entre Podemos e Izquierda Unida o, a la inversa, cómo Macri se catapultó a la presidencia negándole una interna a Massa.
Dijo Cristina el 22 de octubre que con Unidad Ciudadana solo no alcanza, pero que tiene que ser la base de una oposición que dispute el poder y se encuentre preparada para el gobierno. Nos falta con urgencia, más que los candidatos, una estrategia política, un programa o, mejor aun, la producción de ideas-fuerza capaces de movilizar, de aglutinar y de traccionar. Fijémonos por ejemplo en el caso de Corbyn y el Partido Laborista británico (claro que son sociedades distintas y que no se puede extrapolar por completo la idea, pero hagamos abstracción de esto por un momento). De ser alguien impopular, que era querido solo por la militancia pero renegado por el resto de las élites del partido (quienes lo veían como un obstáculo para la renovación del laborismo), Corbyn pasó en solo unos meses a ser el político más popular del país y estuvo a nada de ganarle la elección a los conservadores, pese a que se encontraba al comienzo de la carrera muy atrás y con una diferencia porcentual que parecía insalvable. El laborismo, desprestigiado desde que Tony Blair lo vendió a los neoliberales, pudo revertir su crisis interna luego de formular un programa que, lejos de ser demagógico o irresponsable, proponía una fenomenal distribución del ingreso, como resultado de una política impositiva que aumentara la carga fiscal sobre los ricos (todo específicamente detallado en el programa, poniendo en evidencia que era posible una política diferente a la de la austeridad). Esto relativiza un poco el triunfo de la posverdad, si bien está claro que el pragmatismo anglosajón es muy diferente al modo en el que funcionan las relaciones sociales en América Latina. El ejemplo nos sirve para darnos cuenta de que es necesario adoptar una actitud iconoclasta mientras nos presentamos como una alternativa de gobierno seria y responsable, pero no por ello tibia y entreguista.
El kirchnerismo tiene la obligación, si quiere superar su techo, de desarticular el mito de la pesada herencia y demostrar políticamente que el ajuste no es necesario, sino una imposición, un proyecto de restauración del poder de clase de las élites, un mecanismo para concentrar la riqueza en pocas manos. Para sacar ese velo y refutar la teoría del derrame hay que ponerle un nombre a los ganadores de la economía macrista. Cristina intentó hacer algo de eso durante el último tramo de la campaña, cuando se refería a los tarifazos. No alcanzó. Pero porque la sociedad aun conserva la mentalidad que tenía en el año 2015, lo que dificulta cualquier alteración de la relación de fuerzas y cualquier ruptura con la Ideología del sistema mientras no irrumpa un shock externo o un acontecimiento. Para subvertir esos cimientos se necesita una caminata de largo aliento, una guerra de posiciones en sentido gramsciano, es decir, cavar trincheras en la sociedad civil y desde ahí llevar adelante la famosa batalla cultural.
Hay que redoblar esfuerzos, pero no es suficiente el sacrificio y la épica de la militancia. Tampoco es de utilidad la renovación dirigencial por sí sola. Si hoy existe una brecha entre el tener razón y el convencer, se deben unir ambos momentos mediante un proceso dialéctico de transformación de nuestras propias ideas y formas de hacer política. A la actividad imprescindible de denuncia y desenmascaramiento la debe acompañar una formulación estratégica diferente: qué haríamos si fuésemos gobierno. La lucha destinada a frenar el ajuste no puede prescindir de imaginación, creatividad y futuro. Para conciliar, mancomunar o articular esos dos frentes, es fundamental la autocrítica en forma de retrospección. La autocrítica que nos piden ellos equivale a bajar las banderas y darle vía libre a la normalización de la crisis. La autocrítica del momento es construir ya desde ahora las condiciones para un nuevo y mejor gobierno nacional, popular y democrático.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).