“Acuarianos del mundo, uníos”, por Dani Mundo
Ya pasó la hora para quejarse de no sé qué ni tampoco a quién, pero los acuarianos tenemos derecho a lamentarnos por no haber festejado nunca durante nuestra infancia nuestro cumpleaños. Es bajón, y eso en algún lado de nuestra alma debe de haber quedado. Mi amiga graciosa Shila Vilker, que cumple el 31 de enero, me decía el otro día que cuando era chica lo festejaba en Atalaya, cuando Atalaya era un lugar decente y la gente veraneaba por lo menos 15 días: ella los recibía en la cafetería a los que iban y a los que volvían de la playa.
El acuariano no conoció ese fragor y esa ansiedad que debe de despertarse unos días antes de la fecha, cuando el niño/a lo va a celebrar con todos sus amigos, primero en la escuela y después en su casa. En el verano, en cambio, se lo festeja con el papá, la mamá y el hermanito y con alguno más que se haya quedado colgado en el barrio, o con un amigo ocasional del verano. Tenés pocos regalos, y hasta tus viejos te dicen que te lo dan a la vuelta, que ya lo tienen comprado pero era al cuete traerlo. Aprendés a festejarlo así, casi como un ritual con vos mismo, celebrando no sabés muy bien qué, tampoco, porque de hecho no recordás (y no lo vas a recordar nunca durante toda tu vida) cuándo fue que elegiste venir a este mundo de decadencia y libre albedrío, cuya única constante es la amenaza permanente de implosión y desaparición a la que nos vemos expuestos desde que tenemos memoria —¡cuidado padres y madres!
En Francia y Estados Unidos ya hay hijes que les hicieron juicio a sus padres por haber permitido su nacimiento—. Presiento que este tipo de pensamientos son los que me hacen ser un acuariano auténtico, sin ofender a nadie que no se identifique con estas ideas.
Aprendés a festejarlo así, casi como un ritual con vos mismo, celebrando no sabés muy bien qué, tampoco, porque de hecho no recordás cuándo fue que elegiste venir a este mundo.
Igual, cuando pasa el tiempo se van encontrando algunas tretas para engañar esa fecha precisa en la que podríamos asegurar que concluye un año, no que empieza: cumplo un año, podríamos decir al año de haber nacido, si a esa edad de indefensión absoluta fuésemos capaces de decir una palabra. Como dice el maestro Charly García: cada año que cumplimos años no es un año más, es un año menos. Una suma que es resta.
Ahora, cuando ya no importa cumplir años, no tengo idea de cómo hice para que el fatídico Facebook no tenga registrado el día de mi nacimiento. Para mí los saludos y las felicitaciones en catarata son un síntoma de nuestra época, ganada por los protocolos y las reglas sin gracia. Son protocolos y reglas truchas, pero crean un orden. El acuariano, para mí, cuestiona ese orden. Puede ser un déspota en esta tarea, todo hay que decirlo.
A veces me gustaría mentirme y festejar mi cumple en otra fecha, como si eligiera el día en el que me hubiera gustado nacer, si alguien me hubiera preguntado si quería nacer. La última carta natal que me hice asegura que soy de piscis, lo que puso en crisis todo mi aparato psíquico: en la era de la autopercepción, no voy a tolerar que las estrellas me digan lo que soy. Cuando lo festejé en otra fecha, lo que pasó fue que nunca pude acordarme al año siguiente en qué día del año pasado había elegido celebrar ese acontecimiento tan nimio. Si no estoy registrado en las redes, menos voy a usar una agenda.
El autor de la nota está en guerra con la segunda persona del plural, el vosotros, pero en el título quiso hacer un guiño irónico remitiendo a una famosa frase del siglo XIX.