Attila Jószef: No soy yo quien grita

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Attila Jószef: No soy yo quien grita

03 Febrero 2018

Por Norman Petrich

jiri wolker attila jószef yo/ seríamos tres amigos perfectos/ jiri hablaba de praga/ de los ojos del fogonero ciego mirándonos aún/ jószef cantaba a Flora y a la Revolución/ y no había trenes para suicidas/ ni camas de hospital para morir/

¿qué le parece? jiri jószef yo/ los tres nos íbamos por áhi a recorrer países y mujeres/ y bebíamos vino y escribíamos versos resplandecientes/ el mundo era ancho nuestro no teníamos nada/ lo teníamos todo como una juventud/

esto acaba como siempre quisimos/ en una barricada/ jiri józsef y yo silbando finalmente/ entregaban sus huesos sus nuncas poderosos/

jiri cayó en un hospital/ jószef se tiró bajo un tren/mi dios qué bellos éramos/ silbando finalmente.

Este fue mi primer contacto con "Attila Jószef", este poema de Juan Gelman perteneciente al libro Cólera Buey. Una dureza indescriptible me recibía cada vez que lo rozaba y, como no podía ser de otra manera, quise saber quiénes eran estos dos personajes. Mi aventura con Jószef no fue fácil. Por mucho tiempo, la inexistencia de sus libros me hicieron pensar que no era más que otro heterónimo de Gelman, otro Yamanokuchi Ando, José Galván o Julio Grecco. Hasta que no hace mucho tiempo atrás, una edición cubana de sus poemas con versiones españolas de Fayad Jamis cayó en mi poder en una librería de usados. Y me encontré con un poeta cuya vida reproduce el período más doloroso y mustio de la historia húngara: el roce de mi mano en el poema de Gelman no había mentido.

Difícil la época en la que le tocó vivir: entre las dos guerras grandes, entre un tratado de paz firmado sólo para terminar en una lucha aún más cruenta. Su país no estaba afuera de ese ocaso: situación social precaria, grandes miserias y opresiones, y oleadas de sentimiento nacionalistas proclamadas por las clases dominantes de corte discriminatorio que los llevará a acompañar a los nazis hacia la Segunda Guerra Mundial. La situación familiar no iba a ser mucho mejor.

Atilla József nació en Budapest, en un barrio obrero pobre. Su padre, un trabajador itinerante rumano en una fábrica de jabón, dejó la familia para trasladarse a Estados Unidos cuando Atilla apenas tenia 3 ańos de edad. Era la madre, lavandera, quien criaba sola al chico y a su hermana. Ya siendo un muchacho de 9 ańos de edad, József intentó suicidarse por primera vez. Todo ocurrió después de dos años de vivir con su padrino en Öcsöd (1910-12). En 1919 murió su madre (cáncer) y desde entonces del chico se ocupaba su primo. Desde muy niño Attila dio muestras de inusitada inteligencia. Ya a los 12 años había escrito sus primeros poemas y, pese a la pobreza, el infortunio y los trastornos de la pubertad que habían afectado su mente, llevándolo a intentar quitarse la vida en varias ocasiones, fue un estudiante brillante. Se matricula en un Instituto de segunda enseñanza y, después del bachillerato, en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Szeged. Allí aparece su primer libro El mendigo de la belleza.

Siendo un ortodoxo de religión, fue perseguido y acusado de haber blasfemado contra Dios en un poema. El Tribunal Supremo lo absolvió, pero eso no pudo evitar que los versos de Corazón puro, escrito a los 17 años, le valieran el odio de un profesor suyo, quien le dijera que mientras él viviese, jamás sería profesor de liceo: «a un hombre que escribe tales cosas nosotros no le podemos confiar la educación de generaciones futuras». Resultado: fue expulsado de la Universidad de Szeged. No obstante lo sucedido, el público aclamará el poema, considerándolo una suerte de manifiesto de la generación de posguerra en Europa Central. Y el crítico Pál Ignotus —hijo del fundador de Nyugat, revista forjadora de la nueva literatura magyar en torno a los emblemáticos Ady, Babits y Kassák— lo presentará después como modelo para la nueva poesía.

Con la edición del segundo volumen bajo el brazo, No soy yo quien grita, es la tierra que ruge (1924) parte hacia París. Allí entra en contacto con las ideas de Marx, Lenin y Freud,  y es donde, por primera vez, presencia manifestaciones obreras, empezando sus participaciones en organizaciones comunistas. Según Miklós Szabolcsi, la poesía de József está influenciada por las vanguardias europeas de la época (surrealismo, expresionismo) y por la balada folklorista húngara. Para el momento mayor de su poesía, Attila se halla rodeado por el ímpetu revolucionario, con la mirada de la poesía política de agitación tan en boga en los años 30. Pero se diferencia del resto: nunca simplifica ni embellece a su propia clase, cree servir mejor a la causa de la revolución y de la clase obrera partiendo de un análisis claro de una realidad determinada, con una mirada luctuosa y original. Su compromiso con la idea socialista no traiciona a su poesía, a tal punto que será expulsado por una facción sectaria del partido comunista en 1933, que vio peligrosa su tendencia trotskista. Ello lo llevó a una depresión que empezaba a mellar su cordura. Desde 1931 József atendía al psicoanálisis. Buscó elementos comunes entre la teoría de Freud y el marxismo, pero parece que no le ayudaban esas búsquedas. En el diario de 1934 escribió con distancia respecto a su enfermedad mental las siguientes palabras: "Mira: el sufrimiento es aquí, por dentro, pero por fuera está su explicación". No iban a detenerse los momentos amargos: ese mismo año se realiza el Congreso de Escritores Comunistas en la capital rusa. Atilla no es invitado por ser considerada su poesía pesimista y provocadora de muy poca agitación. A fines de 1935 József se encontró en un hospital. Durante la terapia escribió: "Mis ojos saltan de la cabeza. Si me vuelvo loco, por favor, no me hagan daño. Simplemente me atraigan con sus manos fuertes".

Rechazado por una parte sectaria de sus camaradas, acorralado por la pobreza, el desamor, la soledad y la locura buscará desesperadamente una razón para asirse a la lucidez, aferrarse a la cordura. Durante el último año, sus crisis se harán más frecuentes.

Es probable que las ausencias, la pobreza y la mala alimentación hayan ido mermando paulatinamente su cuerpo y salud mental, y lo arrastraran a terminarlo todo. Y quizás también porque esos deseos de evasión fueron recurrentes a lo largo de su vida. Ya adolescente, se tendería en las vías de un tren que extrañamente no llegaba a la hora de siempre. Y al salirle al encuentro, caminando sobre los rieles, se enteraría de que a un kilómetro y medio del lugar el tren que debía venir por él había arrollado a otra persona.

Pero ese encuentro con la máquina se llevaría a cabo un 3 de diciembre de 1937. Luego de haber pasado algunas semanas en una clínica para enfermos mentales, ser dado de alta y puesto al cuidado de su hermana debido a una aparente mejoría, aquella imagen fantasmal de vagones rugiendo a toda marcha se concretará y será arrollado en una estación cercana al lago de Balatonszárszó.

De su muerte nacerá la leyenda, leyenda agigantada por aquellos que antes lo rechazaron (partido y mujeres) hasta ser considerado el poeta húngaro más importante del siglo XX. Pero tal vez, él ya lo sabía y no le importó, abrazado con Juan y Jiri por ahí, recorriendo países y mujeres y bebiendo vino y escribiendo versos resplandecientes. Teniéndolo todo, como una juventud.

 

No soy yo quien grita

No soy yo quien grita: es la tierra que ruge.

¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡El diablo está enloquecido!

Escóndete en el fondo limpio de los manantiales,

fúndete al cristal de la ventana,

ocúltate tras los fuegos de los diamantes,

bajo las piedras, entre los insectos,

escóndete en el pan recién salido del horno.

Oh, tú, pobre, mi pobre.

Con el fresco aguacero fíltrate en la tierra.

En vano hundes tu rostro en ti mismo,

sólo podrás lavarlo en otro rostro.

Sé la delgada arista de una brizna

y serás más grande que el eje de este mundo.

 

Oh, máquinas, pájaros, frondas, estrellas,

nuestra estéril madre pide a gritos parir.

Querido amigo, cariñoso amigo,

ya sea terrible o maravilloso,

no soy yo el que grita, sino la tierra que ruge.

 

Corazón puro

No tengo ni padre ni madre,

no tengo ni patria ni Dios,

no tengo cuna ni sudario,

no tengo ni sombra de amor.

 

Hace treinta días que no como

siquiera un grano de frijol.

El poder de mis veinte años

se lo vendo al mejor postor.

 

Y si nadie quiere comprármelo

al diablo se lo venderé.

Robaré, puro el corazón,

y, si es preciso, mataré.

 

Seré atrapado y luego ahorcado.

La santa tierra me tendrá

y a mi precioso corazón

yerba fatal le crecerá.

 

¡Oh! Europa

¡Oh! Europa tiene muchas fronteras,

Y en las fronteras muchos asesinos.

No me hagas llorar por la muchacha

que un par de años más habrá parido.

 

No me hagas estar triste por el hecho

de que soy europeo. En realidad,

yo, buen compadre de los osos libres,

me atroño si no tengo libertad.

 

Hago poesía para divertirte.

A la cumbre del monte llegó el mar

y una mesa bien puesta está nadando

sobre nubes y olas sin cesar.

 

Dios es largo

Dios es largo, Dios es largo

pero muy corto el tocino.

El pobre es tan miserable

como un verdadero rico.

 

El pobre se inclina como

esos caminos del campo

por donde ruedan las niñas

a buscar leche al establo.

 

Dios es largo, largo y duro

el dios de los sacerdotes.

Y aun así el pobre quisiera

que atendiera a sus dolores.

 

Si consiguieran chorizos

y a su mujer darle ropa,

iría a ver muy contento

al dios de la misericordia.

 

Si del cenit Dios mirara

la encrucijada del mundo

al pobre siempre hallaría

en los terrenos más duros.

 

Pero si Dios ya ni puede

ayudar con sus ejércitos,

el pobre, aunque moribundo,

no irá a dormir en su seno.

 

Yerbas amarillas

Sobre la arena, yerbas amarillas.

Una vieja huesuda es este viento.

La charca es una bestia estremecida.

El mar en su quietud sigue su cuento.

 

Tarareo mi saldo, silencioso.

Mi patria es una chaqueta vendida.

La tarde en las colinas se detiene.

Mi corazón me pide que no siga.

 

A través del azul cielo que fluye

brilla el islote de coral del tiempo,

zumbando; brilla un caserón,

un abedul, una mujer, un mundo muerto.

 

Oda

6

Canción añadida

Me lleva el tren y yo sigo tus pasos.

Tal vez hoy mismo estés entre mis brazos

y tal vez se enfriará mi rostro ardiente

o tal vez tú me digas suavemente:

 

“Te espera el agua tibia, ve a bañarte.

Toma la toalla, puedes ya secarte.

La carne se está friendo, te hartará.

Donde mi lecho está, tu cuerpo está”.

 

El amor del poeta

El amor del poeta es como un haz

de paja que arde rápido y voraz.

 

Epitafio de un labriego español

Franco, el general, me enroló, feroz soldado, en sus filas.

Temí ser fusilado. No era posible huir.

Temí: luché con él contra la libertad, contra el derecho

tras los muros de Irán. Y así también me halló la muerte.

 

Mis queridos amigos

Mis queridos amigos que aun recuerdan al loco,

ahora les escribo, aquí junto a la estufa

donde os recuerdo mientras el frío de la noche

de noviembre ha venido a mezclarse en mi alma

a esta tristeza que apenas se disuelve.

Amigos, recordadme, y no sólo entre risas,

pues viví entre vosotros y un día me quisisteis.

 

Obreros

Se agitan los imperios capitalistas,

rechinan sus colmillos que desgarran al mundo.

Devoran la suave Asia y el África erizada

y derriban las aldeas pequeñas como nidos.

¡El mar es de saliva! ¡Oh, productora comilona!

La amarillenta boca del capital

engulle a los países ocultos y pequeños.

Nos cubre un cielo húmedo con su aliento podrido.

 

Donde la muela muerde las arrugas de la ciudad,

donde flota el vaho de las minas de hierro,

donde la máquina patalea y zumban las cadenas y lloran

los listones de las cajas, mientras chillan las correas

del volante, donde los chirriantes transformadores

se prenden de los senos de metal de los dínamos,

allí vivimos. Y nuestra suerte es un haz

de mujeres, niños y agitadores.

 

¡Allí vivimos! Nuestros nervios son una red convulsa

en que boquea el pez resbaladizo del pasado.

El salario, el precio de la mano de obra,

chilla en nuestros bolsillos mientras regresamos al hogar.

En la mesa, el pan envuelto en un periódico

en que está escrito que somos libres.

Perseguimos las chinches y a la luz del quinqué

nos hartamos de vino y de placer fugaz.

 

Camaradas y soplones cruzan el silencio,

un borracho tropieza, un joven se cuela en el prostíbulo.

El cielo nocturno, de bruces, con su camisa sucia,

descubre su pecho lleno de salpullido, bajo el humo.

Así vivimos. Dormimos, roncando, destrozados,

espalda contra espalda como un montón de leños

carcomidos,

y a nuestro alrededor, en la pared ruinosa de la húmeda

y fría vivienda, el moho marca las fronteras de nuestra patria.

 

Pero, mis camaradas, esto son los obreros,

los que en las luchas de clases se vistieron de hierro.

Mirad: ¡por ellos nos erguimos como las chimeneas!

e igual que perseguidos nos ocultamos.

Así como el mundo se está preparando,

montado en la cadena de la historia,

donde la clase obrera, sobre la oscura fábrica,

clavará la estrella fundida del Hombre.1

1 En las veladas obreras ilegales de los años treinta y cuarenta, este verso se declamaba así: clavará la estrella roja del hombre.

 

Ya está el saldo final

En mí confié desde el primer momento.

Bien poco cuesta ser dueño del viento.

 

Y aun a la bestia no le es más costosa

la vida, hasta que la echan a la fosa.

 

Nací, amé, fui lejos, hice el resto.

Con miedo a veces, no dejé mi puesto.

 

Siempre pagué las deudas contraídas

y agradecí las manos extendidas.

 

Si una mujer fingió quererme, artera,

la amé, feliz de que se divirtiera.

 

Hice maromas, barrí, bebí vino

y entre los listos me fingí cretino.

 

Vendí juguetes, pan y poesía,

diarios y libros: lo que se vendía.

 

No he de morir ahorcado en suave trama

ni en gran batalla sino en una cama.

 

He vivido (ya está el saldo final):

Otros muchos murieron de este mal.

 

Traducción de todos los poemas: Fayad Jamis.

Fuentes: Attila József, Poesías, Budapest: Ed. Corvian, 1967.

"Attila József o una lucidez desesperada", por Rafael Ojeda