Charly García a la vanguardia de la deconstrucción sexual

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    Charly Queer
LIBROS DE ROCK NACIONAL

Charly García a la vanguardia de la deconstrucción sexual

06 Noviembre 2022

Acaba de aparecer un nuevo libro sobre (¿o debería escribir de?) Charly García: Charly queer. Todavía sigo siendo un anormal (editorial Chirimbote), es de Facu Soto, un coleccionista de material gráfico de nuestro artista. ¿Por qué dudé en escribir si es un libro sobre o de Charly? Porque la voz de Soto participa tan sólo lo imprescindible en la narración, interpreta lo justo y necesario, aclarando esto o lo otro (aunque nunca define qué entiende por queer, que es un concepto polisémico; tal vez no haga falta definirlo, no sé), y luego transcribe fragmentos sustanciales de entrevistas que dio a lo largo de toda su vida, y que nos presentan o nos recuerdan sus opiniones (¿su filosofía?) de modo imbatible.

La obra de Charly García va creciendo a medida que pasa el tiempo y aparecen libros que la analizan o la ordenan. ¿En qué consiste la obra de Charly? Sus discos, por supuesto, sus canciones, sus bandas, sus shows, sus intervenciones públicas y también sus entrevistas. En este sentido, así como dije en su momento que los libros de Roque Di Pietro: Esta noche toca Charly 1 y 2, forman parte orgánica de la obra completa de Charly (pues nos presentan con detalle esa faz de la obra tan importante que son sus espectáculos y shows, con un rigor aplastante, además), en el caso del libro de Soto nos transcribe esa otra dimensión, la de sus entrevistas, condimentadas por comentarios pertinentes de personas que fueron acompañándolo a lo largo de su vida. En Charly queer, lo que Facu Soto hace es seleccionar reportajes donde Charly va presentando o argumentando sus posturas deconstruidas, respetuoso de las diversidades de género, de raza, de “religión”, mucho antes de que el género se hubiera problematizado en la academia y en el sentido común de la clase media, y que la deconstrucción se hubiera convertido en esta filosofía instituida que es ahora.

Ahora bien, es un libro de lectura obligatoria no solo para los fans de Charly, sino también para los que en cualquier momento de sus últimos 50 años se sintieron lejos de él, por el motivo que sea, porque no le gustaba su música, su personaje, sus escándalos o por lo que sea. Si esta persona que dejó de escuchar a Charly alguna vez pensó que no le gustaba porque éste había cambiado y estaba en cualquiera, le va a venir muy bien leer este libro. Eso sí, debe ser capaz de soportar una autocrítica, tolerar verse en ese espejo que no le dice lo que le gustaría escuchar, sino más bien lo contrario: evidencia lo que se querría olvidar. No se trata de interpretación, se trata de escuchar lo que dijo nuestro John Lennon. Para el fan, en cambio, el libro de Soto viene a funcionar como unos chorros de nafta en una cama incendiada.

Una vez más el regocijo de haber elegido correctamente el ídolo al que idolatrar, porque es un ídolo que está íntimamente relacionado con nosotros, con nuestro país, con nuestros gustos (incluso podría decir condenadamente relacionado). Hay muchísimos enunciados para citar, sobre el amor, sobre la libertad, sobre los miedos, dichos por Charly, elijo uno: “Creía en el dolor como droga. Eso está bueno”. Pueden decir, lo sé: Dani Mundo escribe como si la Máquina Charly García le hubiera practicado un lavado de cerebro, de hecho, la Máquina tiene una herramienta que cumple con esa función: la maravillización. ¿En qué consiste? Ni idea, pero en algo así como aprender a aceptar lo que no se puede elegir, y tratar de elegir en la mayor cantidad de veces posible, entre otras transformaciones mentales y psíquicas.

En Charly hay concepto, hay estilo, en realidad son estilos, mutaciones, formas de vida que por lo general estaban adelantadas a su sociedad, indicando hacia qué nuevo horizonte rumbear, y que de hecho la ayudaron a ésta a cambiar y mejorar.

Son muchas cosas las que se constatan en el libro, una: la coherencia aplastante que tuvo y tiene nuestro genio con algunos principios existenciales a los que no renunció nunca, y que podríamos resumir o englobar bajo la consigna de “filosofía del rock”. Un rock actualizado, moderno, antinostálgico, vanguardista, jovial (en el sentido nietzscheano). En Charly hay concepto, hay estilo, en realidad son estilos, mutaciones, formas de vida que por lo general estaban adelantadas a su sociedad, indicando hacia qué nuevo horizonte rumbear, y que de hecho la ayudaron a ésta a cambiar y mejorar. Charly marcó un sentido, muchos sentidos, hacia donde dirigirse. Si hoy se lo festeja con unanimidad se debe básicamente a que la sociedad se hizo charlygarciana, y muchas cosas que hoy se defienden a palma batiente Charly las proclamaba hace décadas atrás, y por eso era rechazado, agredido y reprimido. Lo veíamos por la tele a la hora de la cena. Además, no digo yo esto, lo dicen a los gritos los documentos que Soto comparte, colocando una joya más en la enorme obra de Charly.

Si Borges se burlaba de las “obras completas” porque decía que siempre les faltaba algo, en el caso de Charly ni hablar, entre otros motivos porque proviene de un campo que la cultura letrada minusvaloró, y que recién desde hace unas décadas se lo está considerando en los niveles que se merece, me refiero al campo del rock. Charly colocó al rock tan o más alto que cualquier otro género reconocido del campo intelectual argentino, que no produjo nada como lo creado por él.

Voy a contar una anécdota más o menos apócrifa que no está en el libro de Soto, que para mí muestra la altura y la diferencia y la singularidad de Charly, y que colabora, me parece, en lo que el libro nos plantea, que es el costado queer de su personalidad. Como toda estrella de rock que se precie, algunas veces Charly contrataba el servicio de prostitutas, pero muchas veces en lugar de tener sexo con ellas les pagaba para que lo escuchasen tocar —en otra época llegó a tomar 3 viagras por día, dicen. Raro. Primero la obra, después la vida. La vida del personaje estelar, postsexuado, bisexual o andrógino, que Charly construyó durante años. Que Charly es.

Piglia dice en algún lado que fue para él un orgullo haber sido contemporáneo por unos años de Borges, ¿qué decir nosotros, que hemos sido formados por este genio que nos hizo chocar de frente con nuestros propios miedos y nuestras incapacidades desde los 14 años hasta hoy? ¡Qué vergüenza no haberlo defendido y seguido en cada uno de los ataques que recibió! ¿Qué daño puede hacer una persona que cree en el amor? “Gracias al amor el mundo se mantiene en pie”, decía a mediados de la década del 70, palabras más palabras menos lo que le escuchábamos decir en la segunda década del siglo XXI.

Es decir, lo que el libro de Soto pone en evidencia son los prejuicios contra los cuales Charly luchó siempre, y que tienen miles de maneras para reproducirse y sobrevivir —entre esos prejuicios, el que Soto subraya es el sexual, pero hay muchos otros, y que en el libro se dejan ver. Charly los combatió y los ridiculizó siempre. Para decirlo de otra forma: al leer Charly queer, lo que se revela es la incapacidad de nuestra sociedad (de nosotros mismos) para tolerar la diferencia, y en gran medida Charly fue el chivo expiatorio de las propias frustraciones, de las propias incapacidades, de la propia ceguera (autoelegida). ¿Autoelegida, escribí? Y sí, porque ahí está el discurso de Charly diciéndonos una y otra vez que él fue y es el “sacrificado” por esta sociedad, esta sociedad progre a la que tanto le costó crecer —si es que crecimos y no simplemente que nos volvimos más egoístas. Por supuesto, el sacrificio del artista para producir una obra tiene su visita obligada al infierno, la incomprensión, el rechazo, la pérdida de control, la adicción, experiencias oscuras, profundidades inexploradas y esas cosas.

Ningún otro llevó tan lejos la transgresión como Charly. Lo hizo con su música y sus letras y su vida, y ahora, gracias al libro de Soto, advertimos que lo hizo también con sus opiniones.

Hay orden en el caos. Resulta gracioso y patético comprobar que todos nosotros que nos creemos tolerantes, ahora nos convencemos de que siempre lo fuimos. Charly es la constatación viviente de esta autonegación, y el libro de Soto nos recuerda los rechazos que sufrió Charly a lo largo de su vida, desde que “separó” Sui Generis o asistió al programa de Mirta Legrand en la década del 70, pasando por sus “traiciones” en los años 80, o sus escándalos en los 90 hasta la primera década del presente siglo. Primero rechazo, siempre o casi siempre, luego comprensión y aceptación, ésta es la lógica que gobierna a nuestra sociedad frente a lo que no entiende, como no entendió nunca a Charly cuando éste iba mutando. Para Charly es exactamente al revés. Dice en un reportaje que le hace Roberto Pettinato en 1984: “Hay que comprender más que juzgar” —yo tuve que leer las obras completas de Hannah Arendt para entender esta idea heideggeriana, que a Charly le salió en un instante cualquiera, y que sin duda forma parte de su filosofía de fondo.

Ojo, no digo que Charly fue el único que transgredió los permanentes límites que nuestra sociedad tiende por conservación y miedo (que se tiende a sí misma: cuando prohibís algo, antes te estás prohibiendo a vos mismo), pero fue el más inteligente y el más fiel a los valores de la cultura del rock (y de la cultura de la ampliación de derechos y de gustos en general) que dio nuestro país —incluso cuando tocó para Menem en Olivos. Ningún otro llevó tan lejos la transgresión como él. Lo hizo con su música y sus letras y su vida, y ahora, gracias al libro de Soto, advertimos que lo hizo también con sus opiniones —ya lo sabíamos, obviamente, pues habíamos leído muchas entrevistas y visto sus “escándalos”, solo que el libro da prueba de la vastedad y la contundencia de estos testimonios. El libro tal vez en algunas partes es caótico, y el lector no sabe bien cuando termina una cita o quién habla a veces o de qué año es una entrevista —sucede pocas veces esto—, lo que son contundentes e irrefutables son los enunciados recopilados de Charly.

Más de una vez Charly sostuvo que un artista que no da su vida por su obra no es artista (la idea romántica del artista, que Charly encarna), y para bien y para mal yo comparto esa idea —creo que el sentido común de la sociedad la comparte. Ningún otro en nuestro país luchó por la libertad, por ser lo que cada uno desea ser, como lo hizo él. Le dio letra a este espíritu. Y cuando leés el libro de Soto esta verdad incontrovertible, que parece sentido común pero no lo es, te agarra del cuello página tras página.

Soto es un fan y un coleccionista de la obra de Charly, conserva, confiesa, cientos de carpetas con miles de notas periodísticas, y aquí hace una selección de los fragmentos de las entrevistas donde Charly testimonia su libertad sexual, su lógica no binaria de pensar, su indiferencia por las etiquetas identitarias, su filosofía abierta a la contingencia de los afectos. Ya lo sabíamos, porque lo vimos, lo escuchamos, lo disfrutamos durante estos últimos 50 años, pero Charly queer nos lo recuerda como un cross que nos noquea. Charly escandalizaba en la tapa de los diarios con cuestiones que para nosotros ahora nos parecen básicas. Hemos crecido, pero fue gracias a él, y a pesar de nosotros mismos.