Diario de un poeta sin filtro
Por Augusto Munaro
Publicado originalmente en Chile en 2009, este Diario escrito por el poeta argentino Alejandro Rubio (1967) se estructura a través de la contundencia expresiva del fragmento. Ahora bien, todas las entradas de este singular diario están fechadas el mismo día (7. V. 2007). Son observaciones de la realidad cotidiana a través de un lenguaje corrosivo: crudo. Por momentos lúdico (“Ara, una vieja putarraca se mete en el bosque de las urracas”), irónico (“El lunes Pablito me dijo que creía en Dios. Qué tristes son los lunes”), profundamente materialista (“La poesía de las fuerzas desatadas debe contemplar al gusano humano”); y de un humor negrísimo (“Cuando veo un adolescente lindo, no puedo dejar de pensar en cómo le iría en la cárcel”). Rubio posee una capacidad de ver atroz: “Tiras de monoblocks llenas de mal casadas y libertinos pobres”. Se trata de uno de los poetas en actividad que mejor ha trabajado las modulaciones de nuestra lengua. Multimodal y coherente: abierto a las experimentaciones, siempre a contrapelo del discurso social del bienpensante establishment.
Con una escritura librada a sí misma, furiosamente permeable a los acontecimientos de la sociedad donde vive, y con el oído atento a registrar el lenguaje en su estado subversivo, Rubio logra condensar (y por sobre todo dinamizar) en poco más de un centenar de páginas los códigos de un pensamiento atravesado por la política y una siempre activa relectura de la realidad argentina, reformulando nuevas posibilidades, nuevos contornos escriturarios. Meditaciones, comentarios, anotaciones que, en su conjunto, funcionan como un buen complemento de La enfermedad mental, su poesía reunida en 2013. Una obra que no deja ni un solo resquicio a la compasión o la más mínima catarsis liberadora.
Para Rubio, la única belleza posible debe ser vinculable con la verdad. Sabe muy bien que la realidad no es grotesca ni agradable, simplemente es, con todos los defectos que este principio infiere. Sus mejores páginas incomodan, dado que enuncian sin medias tintas —con una prosa dura, seca: cruel— los rasgos de un estado lúcido de pensamiento. Ni marginal ni de culto: real. Un poeta que ha indagado el espíritu espurio de nuesta época. Rubio se vale del cinismo, ese otro humanismo, para poder nombrar la incómoda verdad. Ese gesto desacralizador le valió el mote deficitario de “polemista”.