Editorial Equidistancias: escritores en tierra de nadie
Por Enrique D. Zattara
La historia de la literatura argentina está atravesada por lo que ahora las nuevas modas académicas llamarían “desterritorialización”. De hecho, empieza con narradores exiliados (Echeverría, Mármol, el propio Sarmiento), continúa con las aventuras juveniles europeas de los escritores patricios de nuestras vanguardias (Borges, Girondo, Bioy, por nombrar algunos), y las más permanentes de autores como Cortázar. Incluye el segundo gran exilio de la década del 70 (Gelman, Viñas, Martini, Puig y un largo etcétera; prolongado en otra generación como la de Andrés Neumann o Caparrós). Y se actualiza, naturalmente, con la diáspora parcial o permanente de autores en una época que invita a la experiencia extranjera o la carrera académica internacional.
La presencia de un autor depende una gran cantidad de variables, ya lo sabemos. Entre ellos el peso del mercado editorial; el papel cada día más determinante de la universidad en los circuitos “de culto”; la cercanía personal o afectiva con críticos e “influencers”; y hasta la nada ínfima incidencia de los “contactos” en el interior del campo cultural y de los mecanismos de consagración. No siempre la regla es la de la calidad ni la novedad de la literatura producida (suponiendo, además, que la idea de “calidad” fuese un concepto tan claro como el de la ley de gravedad, lo cual dista de ser así). Todo esto no es nuevo, pero parece agudizarse a medida que la economía neoliberal va extendiendo sus mecanismos a todos los espacios de la cultura.
La existencia de autores que han emigrado (o exiliado, en determinados momentos de la historia) por el motivo que cada uno haya encontrado para ello, es un fenómeno que en estos días probablemente esté alcanzando su punto más elevado. Y genera en el desarrollo de su obra circunstancias complejas, en particular cuando hablamos de espacios geográficos y culturales a menudo con códigos diferentes, y ni qué decir con una lengua diferente. Todo esto, más allá del debate eterno (y que a mi juicio, pese a que no parece estar de moda, sigue siendo absolutamente válido) sobre las identidades específicas de la literatura (las “literaturas nacionales”). Y de la fabricación de etiquetas dudosas pero funcionales al mercado o determinadas por razones extraliterarias como por ejemplo los procesos políticos (es famosa la anécdota del escritor mexicano Volpi, quien afirma que descubrió que era un “escritor latinoamericano” recién cuando llegó a la universidad de Salamanca en España).
Quienes hemos vivido o estamos viviendo esa situación, corremos el riesgo permanente de quedar en una zona de invisibilidad comprensible por las circunstancias. No necesito citar más ejemplos que el mío propio: nací y empecé a escribir en Venado Tuerto, una ciudad de provincia; a los 18 años me vinculé a jóvenes autores y publicaciones de Rosario, donde estudiaba; pero casi de inmediato me trasladé a Buenos Aires y viví allí toda la dictadura y los años posteriores, época en la que publiqué varios libros y dirigí dos revistas literarias; a los casi cuarenta años me fui a vivir a Málaga, España, donde volví a practicar el periodismo cultural, escribí y publiqué más libros; y hace un poco más de cinco años vivo en Londres, donde vivo de coordinar talleres literarios y de editar a noveles autores, todo ello vinculado a los ambientes culturales hispanoamericanos en Reino Unido, y por supuesto he seguido escribiendo y publicando libros. De mis orígenes literarios venadenses puede que solo se acuerde mi familia y algún pionero de los tiempos heroicos de la Biblio. De mi participación en el ambiente literario rosarino, supongo que nadie. De mis 18 años en Buenos Aires seguramente muchos se acuerdan, pero como anécdota. De mi etapa en Málaga, bastante lejos de los epicentros culturales españoles, muchos amigos. Y en Londres, todo lo que se sabe es lo que hago ahora mismo. Mis espacios de origen se han perdido en los tiempos, y los actuales son demasiado recientes para salir de los límites reducidos de mi campo de acción. Esta “carrera” excéntrica no es de mi exclusividad: los países europeos, empezando por España, pero también los demás, están plagados de historias como la mía. Digamos: autores que hemos salido demasiado pronto del campo cultural originario (sin mantener el contacto con el mismo), y hemos llegado demasiado tarde al presente. El resultado: lo que hacemos, sea bueno o malo (que es otro asunto, claro), navega en una suerte de “tierra de nadie”: somos invisibles en todas partes. Y los creadores en esa situación son muchos más de lo que pueda pensarse. Convivo con esas realidades permanentemente, y puedo dar fe de ello.
Con un agravante especialmente abrumador: mucho de lo que escribimos se relaciona con esos espacios originarios, con la realidad de gente con la que compartimos nuestras experiencias fundamentales. Y aunque publicamos, los mecanismos del mercado hacen casi inaccesible nuestra obra precisamente en los países de donde vinimos. Más aún en una época en que incluso las editoriales multinacionales monopólicas diversifican los mercados a tal punto que un autor puede publicar su libro en un país pero el propio sello no lo publica en otros. ¿Cómo romper con esa dinámica perversa?
Con ese pensamiento en la cabeza, algunos nos propusimos encontrar la salida. A principios de 2022, aun en medio de la pandemia, y después de más de un año de navegar por los intrincados laberintos de la industria editorial e impresora, de las redes sociales, de los mecanismos tradicionales y las nuevas tecnologías de edición y distribución del libro, pusimos en marcha desde dos cabeceras simbólicas, Buenos Aires y Londres, una iniciativa que estamos convencidos va en ese camino.
Se trata de equidistancias, un sello editorial independiente cuyo objetivo es, precisamente, permitir que esas voces puedan escucharse casi en cualquier lugar del mundo. equidistancias combina las nuevas tecnologías con las formas más tradicionales de acercarse al libro. A través del sistema de impresión on demand, los lectores de prácticamente todo el mundo pueden acceder a los libros en su tradicional formato físico, mientras que, gracias a las nuevas tecnologías, logramos que los autores tengan presencia en las principales plataformas digitales del mundo. Es un objetivo ambicioso, sin duda, hecho sin los recursos logísticos y económicos de que disponen las editoriales monopólicas para penetrar y manipular el mercado de los lectores. Pero estamos convencidos de su utilidad, y sobre todo, de su necesidad.
Con tres colecciones -narrativa, poesía y ensayo-, equidistancias agrupa voces diversas que además de la problemática vital de la experiencia expresan conflictos lingüísticos y discursivos, mezclas de tradiciones culturales o confluencias que cuestionan y trascienden las supuestas identidades que caracterizan a las literaturas de lengua castellana. Y pretende convertirse, además, en una red de autores en donde la experiencia literaria y de inmigración de cada uno de estos autores se encuentra, retroalimenta y potencia.
En pocos meses, equidistancias ha lanzado al mercado latinoamericano y europeo doce títulos (dos ensayos, tres poemarios y siete entre novelas y relatos cortos). La primera etapa se ha cumplido, pero ahora llega la más difícil: lograr que los títulos de una editorial independiente, con recursos económicos muy limitados, obtenga la atención de un mundo de reseñadores e “influencers” mediáticos a menudo ligados a las editoriales monopólicas, a grupos endógenos del propio campo intelectual, o simplemente imposibilitados de leer la inmensa cantidad de libros que reciben a diario. Porque, seamos realistas: nadie lee un libro si antes alguien no te lo recomienda. En este campo, también es necesaria la consolidación una red de periodistas culturales dispuesta a hacer frente a la monopolización de la información y a las influencias temáticas e intelectuales del statu quo.
Más información sobre nuestra aventura editorial en equidistancias.com.