La carta jugada de Cristina
Por Daniel Mundo
Si hay un movimiento o partido político que conoce el arte de la interpretación perversa de cartas es el peronismo. Basta recordar las diferentes lecturas que se hicieron de las cartas de Perón enviadas desde el exilio, y que cada facción política entendía de acuerdo a sus propios intereses y objetivos. Es necesario recordar también las tragedias que esas interpretaciones “delirantes” provocaron. La carta que publicó Cristina el lunes debe formar parte este de conjunto abigarrado de misivas históricas.
Como todos los documentos políticos, la carta contiene un mensaje cifrado que no alcanza con que Gustavo "el Gato” Sylvestre lea enfáticamente para que su sentido se vuelva transparente. Como se preguntan los comentaristas de la oposición: “¿Cristina la escribió en apoyo al gobierno? ¿O lo hizo para independizarse de éste y evitar, así, llegado el caso, hundirse con él?” Haré mi pequeña interpretación.
Dejaré de lado el motivo inmediato por el que Cristina escribe la carta, que es la conmemoración de los 10 años de la muerte de Néstor Kirchner. Aprovechando este hecho, Cristina abandona el silencio y aclara que no concurrirá a ningún evento para evitar las sobreinterpretaciones. La carta se refiere tanto al pasado inmediato, al presente turbulento y a un probable futuro. Propone 3 certezas.
Con respecto al pasado cercano, el mensaje es claro: hay “funcionarios que no funcionan”, escribe. La certeza con respecto a este pasado es que hay que empezar a actuar de otro modo, renovar el gabinete relanzarse políticamente. Al mismo tiempo, hay otras referencias al pasado cercano y al un poco más lejano, con algunos datos contundentes, como el del valor del dólar (valor económico y cultural) o la nueva deuda externa producida durante el macrismo.
Con respecto al futuro, el mensaje también es claro: “las decisiones las toma el presidente”, afirma. Achaca esto a la misma democracia presidencialista que tenemos. Esta afirmación significa que no le reclamen a ella las medidas o la falta de medidas que decide el presidente, es él el que pone el horizonte hacia el que marcha el gobierno. La oposición lee esto como si ella se desligara de las responsabilidades o efectos de las políticas del gobierno, cuando lo que Cristina está diciendo es que la coalición amplia del Frente de Todos fue la única manera que tenía el peronismo para volver al gobierno, y que en ella hay personas que la criticaron duramente a ella y a su gestión, empezando por el mismo presidente electo, Alberto Fernández. La vicepresidenta sabe que hay que cuidar la coalición porque la historia no regala posibilidades. Lo que no quita que la carta no muestre su claro e indiscutible respaldo al gobierno del que forma parte.
Sobre el presente, la carta también es contundente: hay que correr riesgos. Hay que actuar y defender lo hecho. No se va a conformar a todos. No se puede conformar a todos. Y evidentemente las formas que Alberto encarna para el diálogo, y que iban a llevar a una superación de “la grieta”, no es que no sirvan, sino que fueron rechazadas por los interlocutores que antes de ayer batían el bombo con que Cristina no hablaba, con que Cristina no escuchaba, con que Cristina no respondía preguntas, y que hoy machacan con que Alberto, que concurre a cuanto programa se lo invite, no tiene poder, perdió la credibilidad y habla mucho. En palabras de Cristina: el problema real no son las formas, si habla mucho o poco, si grita o susurra, sino el fondo, las políticas de inclusión e igualdad que solo el peronismo defiende y lleva adelante. Tal vez Cristina esté diciendo que ya tuvimos mucha paciencia.
Alberto confesó que la carta le gustó. No es fácil saber qué significa esto. Ya lo escuchamos más de una vez decir que con Cristina hay unidad. La característica del presente es que se escapa entre los dedos en el mismo momento en que se lo agarra. La pregunta que sobrevuela es si Alberto podrá aceptar que las reglas del juego no son las que él había negociado con una gran cantidad de actores fundamentales como la misma Cristina, como los miembros emblemáticos del gobierno que supieron en el pasado prometer encarcelar a Cristina y como los poderes económicos y mediáticos que sólo quieren jugar los juegos donde ellos imponen las reglas, reglas con las que ganan siempre. ¿Estará Alberto capacitado para cambiar de estrategia en medio de la guerra invisible que le declararon? ¿Las únicas opciones que hay son las de Alfonsín, que fue derrocado por un golpe de mercado, o las de Menem, cuyo gobierno tuvo varios ministros de economía hasta que implementó la paridad cambiaria? La historia enseña, hay que aprender a leerla.