La conciencia como elemento perturbador en la poesía de Mauricio Giulietti
Mauricio Giulietti es un poeta nacido en Neuquén en el año 1981 y que publicó recientemente su segundo libro de poesía titulado Para el invierno. La publicación fue realizada por la editorial Ruedamares, que dirige Cristina Ramos, fundada hace más de veinte años y que aún sigue apostando por la literatura regional y nacional.
El libro está dividido en tres apartados que son Después de la tormenta, El nombre de las flores y Para el jardín.
La distribución de los poemas no es azarosa, sino que, por el contrario, al igual que la poesía del autor, es meticulosa y rigurosa en su sencillez y desenvolvimiento. La rigurosidad y la sencillez caminan a la par cuando un artista sabe cómo quiere decir lo que debe ser dicho. En ese sentido, estos poemas parecen escritos como caminando por la casa.
Giulietti nos invita a un paseo en el que la hermosura es la fuente de alimento para la escritura. Sin ella, estos poemas no existirían. Porque la poesía, en este caso, no sólo está puesta al servicio de la belleza, sino que es ésta misma la que es constituyente de los significados extrañados de estos textos:
La humedad viene desde adentro/
el agua es una herida abierta.
En la poética del autor se despliegan por igual territorio e infancia. Recordemos que infante refiere a aquel ser que está privado de lenguaje. En este caso, la concepción de infancia que se tiene es la de la nostalgia. La nostalgia como pozo y como punto de quiebre. En este libro, aparece la belleza, es cierto, pero también aparecen resquicios de oscuridad que son filtrados a cuentagotas:
Las hormigas buscan hojas
devoran en silencio la parra el malvón
Se ordenan en un camino parejo
levantan polvo a nivel del suelo
Rompo el camino
pero esquivan en curva negra
depredan como pequeños puntos
Si las matara de a una
sería un duelo con ventaja
pero están todas juntas.
La mirada es la del niño, pero el poema es de todos los niños que fue el “yo” poético. En este poema, estructura y significado se acompañan, se acompasan, se acomparsan. El ritmo dibuja una estructura que aporta semióticamente a la superficie textual. Asimismo, se aleja de su tiempo a través del detalle: ¿Qué relación existe entre esas hormigas y los tiempos políticos actuales? ¿Qué diferencia? Giulietti deja el panfleto a un lado y se embarca en la búsqueda de significados mayores.
Posteriormente, la nostalgia se acrecenta. Todos los niños que vieron a los pájaros no alcanzan, porque un niño se merece la mirada permanente de lo hermoso. Así lo expresa el “yo” poético: “Este verano hay menos pájaros en mi jardín/ digo en voz alta para que me escuchen2. La conciencia como elemento fundante es lo que perturba, el saber, el conocimiento del cambio del estado de las cosas. Concluye: “Nada de lo que cuidamos nos pertenece”.
En ocasiones, se piensa que la poesía actual debe tener una relación directa con los tiempos que corren, con la inmediatez del significado, con la avalancha de sentidos que no expresan más que por presencia. Sin embargo, el “yo” poético de este libro trabaja de forma tan punzante su sencillez que siempre deja un resquicio para la universalidad. Y lo que cuidamos son los pájaros, pero también lo es todo. Y lo que tenemos es todo, pero nada nos pertenece. La conciencia como monstruosidad es lo que avanza a medida que el “yo” poético recorre esos lugares, en apariencia, comunes.
En este libro, el “yo” poético se descubre a sí mismo en relación con el mundo. Es decir, es en tanto el mundo se lo permite, pero también se pelea consigo y disputa: “Marco mi huella/ para no olvidar/ que algo queda”. En ese sentido, este libro (como dijimos) trabaja cierta monstruosidad de la conciencia, y esa monstruosidad surge de tener la mirada puesta a la vez en el pasado y el presente. Como si el pasado fuera algo que se debe recuperar.
Diana Bellessi en uno de sus poemas más icónicos dice: “No todo lo que vive cabe en el poema”. Sin embargo, el “yo” poético atraviesa el sentido de esa frase y con respecto al jardín que vieron todos sus niños enuncia: “Cabe un mundo en un jardín”. Así, se nos invita, entonces, a ser parte de la pugna entre lo que fue desapareciendo y lo que se revela ante la mirada atenta.
En el segundo apartado del libro, El nombre de las flores, aparecen las figuras filiales de la casa en la que el jardín sucede. En ese sentido, las flores están representando, de alguna u otra manera, a cada integrante que asoma en la memoria. Aparecen la madre, el padre, la abuela, Elvira, etc. Cada uno entabla un diálogo diferente con el “yo” de la poesía: Busco el territorio/ más grande que puedas darme/ para abandonar el mundo.
Asomar a la poesía es asumir la conciencia de lo que el lenguaje hace en los otros. En este caso, la monstruosidad de las palabras simples se asemeja a una tormenta cuyos refucilos anticipan un rayo que, desde el comienzo, antes del impacto, ya contemplamos sonoramente.
Ahora bien, en este libro, se cuenta una historia que se va revelando sobre su marcha. El jardín tiene la preponderancia de sentido porque la conciencia del “yo” de la escritura, encuentra allí su salvación. Como en el cuento “La salvación” de Bioy Casares. Es como si todo el tiempo, Giulietti nos avisara de que hay que volver al jardín una y otra vez.
Desde esa perspectiva, el apartado “Para el Jardín”, referencia de alguna u otra manera un viaje que empieza y finaliza en el mismo sitio, en el mismo cuerpo, en la misma esencia. Por ese motivo, el desenvolvimiento es interminable. La poesía, si sirve para algo, es para hacer de la lengua un amuleto al que volver una y otra vez en la polisemia: “El jardín se abre/ para retener un poco/ de mundo”.
El elemento poético por excelencia, en este caso, se hace con lo que falta, o faltó en algún momento. El “yo” poético saca su adarga y avanza hacia el centro de su corazón. Montalbetti sostiene que “el lenguaje no tiene la intención de comunicar, que comunica en tanto desenvuelve su lenguaje”. En este caso, el “yo” poético retumba y se mece en la inmensidad de la palabra: “La noche no cae/ entre el jardín y mi cuerpo”.
En este poemario ocurre una historia que se suelta a cuentagotas, pero que nunca se termina de soltar del todo. Entonces, quienes leemos quedamos atrapados en esa sutileza y vamos desbocados de un poema a otro. Muchas veces, se piensa que la poesía narrativa es aquella en la que los poemas tienen una estructura de ese tipo, sin embargo, existe también la poesía que en su exquisitez es capaz de sostener un hilo conductor mínimo y sutil que te acompaña hasta el abismo. Estamos, entonces, frente a un libro que invita a la contradicción, a encontrarse con el mundo, a perderse en su andar nostálgico, a inspirarse en lo conocido e incomodarse con los resquicios que permiten su relación con el presente. Es así la poesía, pura fuerza, puro esbozo de futuro, y si tenemos suerte estos versos nos salvarán el próximo invierno.