La falibilidad de la inteligencia artificial

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    Libro Metamorfosis de la inteligencia
ENSAYOS

La falibilidad de la inteligencia artificial

21 Julio 2024

Hay un solo tema que al ser humano debe interesarle si está medianamente preocupado por el futuro: lo que llamamos Inteligencia Artificial —si estuviera muy preocupado por el futuro debería agregar a este tema insondable otro, emparentado, me refiero a la guerra atómica y la consumación de la humanidad. Por supuesto, todo lo que digamos de la IA no será más que especulaciones, tímidas aproximaciones catastrofistas o festivas, muy lejanas a alguna aproximación realista. Es decir, sabemos poco o nada de ella. Esta idea peregrina que tenía antes de leer el libro de Catherine Malabou: Metamorfosis de la inteligencia. Del coeficiente intelectual a la inteligencia artificial, que publicó la editorial La Cebra, se vio confirmada allí.

No es que el libro de Malabou diga expresamente esto, o que sea tan malo que un lector distraído arribe de un plumazo a una idea como esta. Más bien el libro expone y expande las complejidades cada vez más lejanas de eso que consumimos de modo trivial como IA, que nos causa gracia porque ahora ya nos cuenta un chiste (o escribe un ensayo mejor que nosotros), y que nos parece inofensivo o letal. Nosotros podemos decir que la IA procesa la información a una velocidad que supera por miles o millones de veces la capacidad media de procesamiento de un ser humano, pero no podemos saber lo que eso significa, es decir lo que eso provoca. Nos empecinamos en convencernos de que la IA es tan idiota como el algoritmo de una app que nos recomienda a nuestra próxima pareja de toda la vida, o tan del espionaje como esas casualidades que cada vez son más diarias de que hablamos por teléfono sobre la necesidad que tenemos de unas vacaciones, y en pocas horas las publicidades de destinos turísticos nos saturan las redes. Por lo menos ya entendemos que estas figuras que recortamos sobre un horizonte cuya perspectiva se nos escapa son antropologizaciones tranquilizadoras. 

El libro expone y expande las complejidades cada vez más lejanas de eso que consumimos de modo trivial como IA.

Malabou lo dice de esta otra manera: “la inteligencia, por su situación inicial, su incorporación original, ya es siempre artificial”. Estamos tan desorientados que a esto que es otra cosa que una inteligencia, aunque lo consumamos de este modo, le ponemos el adjetivo peyorativo de “artificial”, como si la inteligencia “natural” fuera algo bueno. No es buena ni mala. “Nada —escribe Malabou— puede resistirse a la automatización”. Y tiene razón. Ni siquiera nuestro pensamiento.

A esta sentencia fulminante Malabou suma otra idea muy inquietante, pues “la plasticidad no es, en contra de lo que afirmé entonces (se refiere a un libro suyo de varios años antes), el antónimo de la máquina”. En varios momentos del libro Malabou se encarniza un poco consigo misma, pero en este caso me parece, digamos, brillante. Es cierto, lo considero brillante porque coincide en gran medida con lo que yo pienso —yo suelo coincidir con lo que pienso, no con lo que quiero, pues yo no solo pienso los fenómenos que me agradan o desde la perspectiva que me favorece o me gusta: el pensamiento debe enfrentarse con su negación. No porque no nos guste a nosotros el siniestro fenómeno espectacular de la IA va a dejar de existir. La máquina es plástica.

Es decir, ya la máquina no es una máquina. Es un ente polimorfo. Un órgano o la extensión de un órgano humano que se autonomizó y de cuyo futuro poco o nada podemos saber, salvo que va a seguir creciendo y proliferando. ¿Hacia dónde crecerá? ¿Cómo lo hará? Eso es lo que no sabemos.

Salimos del paraíso de la verdad para ingresar al infierno de la mentira, esta fue la mayor evolución humana.

Que una “máquina” le gane al campeón mundial de ajedrez una partida, estaba dentro de lo imaginariamente esperable, pues al fin de cuentas el ajedrez no es mucho más que una ejercitación de la memoria y la realización de cálculos: cuántas más jugadas se logren calcular por adelantado, más probabilidad hay de ganar. Pero cuando un algoritmo les ganó a los cuatro mejores jugadores “virtuales” de póker, ahí sí, en mi interpretación, la humanidad entró en otro nivel de existencia, porque, en palabras de Malabou, se inscribió “en la máquina una falibilidad que es la única que la torna inteligente”.

¿Por qué? Una obviedad, pues aunque Malabou no recurra a este caso del póker, que para mí paradigmático, lo retomo porque es ilustrativo: para ganar al póker en algún momento hay que mentir —ningún jugador que se precie confía únicamente en la suerte. Mentir significa dejar libre una variable, que una indeterminación se inscriba en el algoritmo, que una posibilidad de la acción no esté calculada en sus genes. Esa indeterminación, esa falibilidad, por mínima que sea, es la impronta propia de la inteligencia humana, la que nos permitió sustraernos del reino mecánico y cíclico de la naturaleza para ingresar en la contingencia de la historia. Salimos del paraíso de la verdad para ingresar al infierno de la mentira, esta fue la mayor evolución humana. Fue lo que nos permitió imaginarnos a nosotros mismos hechos a imagen y semejanza de Dios, lo que nos hizo creer que la evolución de las especies animales nos tenía a nosotros como su más logrado exponente, a nosotros justamente que ya no pertenecemos al conjunto de los animales —o que somos un animal demasiado sofisticado como para seguir concibiéndolo como animal. Estamos presenciando el parto de un ente nuevo cuya forma no tenemos idea. La lectura del libro de Catherine Malabou constituye una linda aventura para llegar a conclusiones tan edificantes como esta.