"La posibilidad": poemas de Daniela Camozzi
Por Inés Busquets
La posibilidad es una puerta que se abre. Una sensación de continuidad frente las vicisitudes. Un cese de la tormenta. Daniela Camozzi despliega con maestría un gran diálogo con el mundo que la rodea y le da voz a cada uno de los elementos y personas que la circundan para darles la oportunidad de expresar su veredicto. En esta instancia la poeta también deja entrever la relación y los roles del yo poético con ese universo.
Daniela Camozzi en su libro de poemas nos ofrece una multiplicidad de miradas sobre una misma escena o situación. ¿Hay una sola mirada del mundo? Y desde esa sabia postura brinda una posibilidad para el reproche, para el pasado, para los vínculos, para la enfermedad. Despojándolas de una sola interpretación, en consonancia con la frase de Nietzsche: “No hay hechos solo interpretaciones.” Y de esta manera aporta tranquilidad y sanación a la batalla que a veces desatamos con nuestra propia mente.
En La posibilidad el intercambio epistolar es poético y circular como una danza: un minué que recomienza y ella es su más atenta espectadora, porque el yo observa las escenas, las reconstruye y elige contarlas desde distintos puntos de vista como si fuera una cámara en movimiento que capta los detalles al punto de conocer sus pensamientos, el universo interior de las cosas.
El conjunto de poemas de La posibilidad está dividido en cuatro, separados por un collage cada uno, cual intervalos en las escenas de una ópera.
En el primero contiene poemas introspectivos que abordan vínculos muy cercanos como la madre, el padre, la hija, el televisor logrando un desdoblamiento magnifico. Allí intenta descubrir el origen y buscar el placebo para aquello que la aqueja. Hija: “Cuando te ibas en tu simulacro/ furiosa con lo puesto por la calle. Madre: “voy/ a elegir una clave morse/ que sea solo nuestra.” Padre: “Desde acá te veo, / nena-vieja,/ puchero de reproche.” Televisor que le contesta a la dueña: “Si me hablas de dolor /algo salió muy mal, / mi dueña.”
En el segundo profundiza la experiencia de enfermedad, los estudios médicos, los médicos, las máquinas. Pero también la relación con el trabajo, en este caso la traducción y con el amante captando una reciprocidad en ese juego del lenguaje: el cuerpo traduce a través del silencio y la ausencia. El cuerpo es un cúmulo de posibilidades. El yo sale de su casa y se encuentra con lo exterior. Donante: “Pero no esconderé /la pena en el silencio/como hacen los otros. / Fingiendo que esta entrega/ es un trámite más.” Aquí la ausencia, el vacío, el dolor y el perdón entran en juego. ¿Duele algo que ya no está? ¿Cuál es el componente emocional que se extirpa con un órgano?
En el tercero se abre a un campo de amor, de todo aquello que puede dar y recibir en efecto, entonces aparecen los roles de tía: “Todo tu cuerpo entraba en una mano.” Madre del corazón: “Te escucho, acoto alguna cosa,/ ritual que espero cada noche/ corazón en la mano.” Profesora: “¿Alguna va a poner/ el agua para el mate?”, “Bueno, está bien, /pongamos música ahora. /Y leamos después juntes.”
En esta suerte de revelación hay una esperanza, una felicidad soslayada en lo simple, en lo cotidiano. Un descubrimiento de lo importante.
En el cuarto y último una traducción bella del poema “Stopping by Woods on a Snowy Evening” de Robert Frost. Y una suerte de pacto del poeta con la oscuridad propia. Un pacto y una tregua que deviene en un reconocimiento, en una lucha personal pero también en una oportunidad.
En La posibilidad la poeta hace funcionar a su favor una maquinaria mental que a veces suele ser siniestra, sin embargo ella la desarticula y escribe el sistema de la conjetura, del supuesto pensamiento que solemos adjudicarle a las demás personas, lo hace con naturalidad y coraje como bien señala Mónica Rosenblum en el prólogo, y en ese marco poético no importa la veracidad de la contestación de los que intervienen.
Daniela Camozzi en La posibilidad también trabaja la reconciliación, busca la coincidencia con su yo anterior y esgrime su sentencia en palabras de Clarice: “Necesito/ que la piedad del amor/ me salve”.