Lego: la película que Hollywood se arrepintió de realizar
Por Santiago Asorey
La película empieza con la profecía de un anciano con barba. La secuencia inicial marca la dimensión política cuando advertimos que el elegido es un maestro constructor, un obrero. La presencia del fantasma de Marx se presenta en la relación del protagonista Emett, “el obrero”, con "Vitruvius," el profeta anciano que anuncia la liberación. En el nombre hay una clara intertextualidad con Marcus Vitrubius (siglo I AC), uno de los pilares de la arquitectura occidental de la antigüedad clásica. Surge, también, la analogía entre el Manifiesto Comunista como promesa y la profecía de liberación propuesta por Vitrubius al principio del relato. Pero Vitrubius no solamente percibe el carácter de construcción de las formas de producción económicas, sino el carácter de construcción de la historia. El Vitruvius de Lego comprende la arquitectura de la historia como también la comprendía Marx. En tanto comprensión del relato que la burguesía elabora para apropiarse de la historia. Es una ficción que constituye la realidad, que se apropia de ella. Vitruvius revela en la película que la profecía es un invento, una promesa sin más fundamentos que la necesidad de reactivar la lucha por la liberación de los Legos alienados por el sistema. Esta referencia a los fundamentos u orígenes de la arquitectura recupera la pregunta por la dimensión constructiva de lo material y por el carácter artificial del sistema Lego. Y ahí donde decimos “sistema Lego” el relato nos deja trastocar el signo del sistema Lego por la realidad del capitalismo multinacional como construcción cultural y dominio geopolítico. El sistema Lego no es otra cosa que el funcionamiento del capitalismo multinacional y posmoderno.
La metáfora de la caja de instrucciones como mandato de los personajes Lego funciona para explicar la distopía de los legos. Existen formas de distopía y totalización distintas a las decimonónicas denuncias de los Estados con fines de control. Las lógicas del capitalismo tardío o posmoderno, siempre mostrándose “transparentes”, “plurales” y “democráticas”, son también una forma de totalización. Con la diferencia de que sus mecanismos ideológicos de invisibilización son de una efectividad enorme en el paradigma contemporáneo. En ese sentido la película es una gran distopía sobre las relaciones de poder de la posmodernidad. El mandato de la felicidad del capitalismo tardío necesita de la cuota de insatisfacción que en Emett sencillamente dinamita. Es interesante que figuren entre las instrucciones de la caja Lego de Emett, la necesidad de respirar y tener una actitud positiva del mundo y hacer ejercicio. Es una crítica al neoespiritualismo oriental y la vinculación hipócrita con lo saludable y lo positivo. En ese mecanismo ideológico se juega la necesidad de una neoespiritualización, no como resistencia o rechazo al consumo absoluto del capitalismo multinacional, sino como la última instancia de consumo. La más sofisticada socialmente. Comprar una televisión para determinada clase social dominante es de mal gusto. Tener una instructora de yoga, un personal trainer y ser vegetariano “es mejor”. Es una forma de consumo “no material” que permite soportar lo insoportablemente material que se volvió el mundo. Como si todo ese universo simbólico espiritual no estuviese sostenido sobre la más univoca y concreta explotación y marginación de trabajadores en las fábricas, en las minas, en los campos, o en cualquier trabajo precarizado de servicios en las ciudades. Lo único que consigue esa supuesta conexión sana y pura con el mundo es invisibilizar cuáles son las verdaderas relaciones de dominio concretas.
Lego, la gran aventura de Chris Miller y Phill Lord es la mejor película de animación que se haya hecho sobre la temática de juguetes o muñecos. Se encuentra a años de luz de todas las películas de su temática. Hay una distancia notable con el clásico de Pixar, Toy Story (1995) o Small Soldiers (1998). Inclusive mucha diferencia con la mística y apocalíptica Nine (2009) de Shane Acker. Todo el universo diegético de la película está constituido por Legos. Todos los personajes, los cielos, las cosas están construidas por ladrillos lego. Este principio material de composición de los elementos de la película no se olvida. Nunca nos olvidamos que lo que vemos es una construcción material; nunca dejamos de entender que los personajes y los objetos están hechos del mismo material. Todo está construido artificialmente en un universo heterogéneo pero regulado por un poder mayor. Los Legos y todo su universo se encuentran subordinados al marketing del Sr Negocios.
Aquella lectura marxista que interpretaba a Toy Story, remarcando el concepto de los objetos tomando vida para relacionarse entre sí, no tomaba en cuenta que si bien en Toy Story los protagonistas eran juguetes, estaban antropomorfizados. Nos olvidábamos que eran juguetes, los dejábamos de ver como mercancías para verlos como personajes humanizados. Lo radical y profundamente disruptivo de Lego es que eso en ningún momento ocurre. Es decir, en ningún momento nos olvidamos que los Lego son construcciones materiales, que Emett es una pieza de cambio más entre otras mercancías y que su cabeza puede usarse como la rueda de un auto u otro producto.
La última inflexión de la película, y la más radical, es la secuencia en que los muñecos dejan de ser animados y ya solamente los vemos como objetos. No es como en Toy Story en donde los juguetes simulaban no tener vida, fingían estar muertos aunque nosotros sabíamos que estaban fingiendo. En Lego los muñecos ahora son mostrados como muñecos. Por primera vez percibimos que nunca fueron seres vivientes, sino muñecos siendo jugados por seres humanos. Los universos legos no son otra cosa que maquetas, complejas y elaboradas maquetas con distintas composiciones estéticas. Lo que las diferencia es el estilo, de la misma forma en que en la posmodernidad se propone liquidar toda realidad social por la predominancia de distintos estilos, distintas superficies.
El giro es la aparición de dos seres humanos, un padre de traje y corbata (Will Ferrell) que defiende la conservación del orden del capitalismo multinacional y el niño (Jason Sand) que viene a romper el orden. El personaje de niño es quien ha llevado a cabo la insurrección obrera de los muñecos Lego. Nótese que la voz del padre conservador es la misma voz que la del malvado Sr Negocio, la voz del Will Ferrell. Representan la misma función pero en niveles de diégesis distintos. Cuando la imagen nos empieza acostumbrar a percibir a los muñecos Legos como seres humanos, "subjetivados", el relato vuelve a exponer ya no solamente su materialidad, sino cuáles son los verdaderos artífices de la construcción y del poder que los moldea: seres humanos que nunca habían aparecido perceptivamente en el relato. El efecto desalienador que produce este efecto en la percepción de la imagen es contundente. Nos estábamos acostumbrando a una realidad "legolizada" y de golpe la vemos bajo otra mirada completamente distinta, que altera todas las relaciones de lectura que habíamos establecido hasta ese momento.
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