“Museo de la Infancia”, de Liliana Lukin: entre el deseo y el acto
APU entrevistó a la poeta y ensayista Liliana Lukin que se refirió a Museo de la infancia, su último libro publicado por Espacio Hudson.
AGENCIA PACO URONDO: Se puede ver en la organización de tus materiales poéticos pero también en tu escritura ensayística cierto afán por las colecciones y archivos, ¿cómo hace un autor su propio archivo?
Liliana Lukin: Desde niña, adolescente, estudiante de Letras, la pasión fue leer, leer desaforadamente. Cómo una experiencia (el cuerpo, los libros, el cine, la militancia, el estudio en un marco universitario con sus múltiples influencias) me lleva a una escritura y antes viene de una lectura o va hacia una lectura, y una pasión por las bibliotecas, armar las propias, acumulación de libros, revistas, postales, afiches, literatura, fotografía, artes visuales, videoteca, todo para la vista y el alimento de proyectos y textos, lo que se puede ver también en mis libros. Se trata de lo que las lecturas le hacen a un cuerpo: cómo años de hurgar en textos, (vi selectivamente teatro, performances, danza, la historia de la pintura fue paralela a mis lecturas primeras de poesía, mi “educación” proveyó psicoanálisis, crítica literaria, ensayo), investigué autobiografías, memorias, diarios, cartas, documentos, cómo años de leer, decía, cómo esas capas de lectura, enormes masas de información, esa repetición en su infinita diversidad, dejando una marca, producen un acto.
APU: ¿Cuáles actividades realizaste para reivindicar un pensamiento situado?
L.L.: “Curiosidad extrema, aleatoria pero continua e incorporada como una función más del ser: el ojo, el oído, la boca, la piel succionan o lamen o acarician lo Otro. Atender a Eso, creer en el conocimiento posible” dije alguna vez, y también “De cómo las lecturas transforman mi cuerpo, mientras va leyendo los cuerpos nombrados en la escritura”. No encuentro mejor definición de un devenir tramado en el placer y el dolor, entre el deseo y la necesidad, pasando por la poesía llamada después “feminista” (puede leerse sobre “mi” feminismo un texto de Daniel Link escrito para la presentación de Descomposición en 1987: http://lilianalukin.com.ar/inicio/daniel-link/), el erotismo y finalmente libros de investigación poética sobre víctimas y verdugos, que son a la vez una denuncia de cómo están las cosas en este mundo, en el s.XXI. La escritura es, siempre, una ruptura con el silencio. Creo que tenemos la obligación de no callar (Siguiendo con las lecturas sobre Descomposición recomiendo “Una palabra salvaje”, de Jorge Warley en: http://lilianalukin.com.ar/inicio/jorge-warley/). He inventado eventos para hacer hablar a los cuerpos desde 1984, convocatoria pública a escribir a partir de estímulos interdisciplinarios en el Centro Cultural Recoleta; El Taller de escritura desde 1980; los Encuentros de Escritores y los Cuadernos de Narrativa Argentina, entre 1988 y 2000; el Foro de Literatura y el Foro de Cine Argentino en el Centro Cultural San Martín, durante 1988; la Clínica de escritura poética de la Biblioteca Nacional con la fundación de Ediciones La Biblioteca, desde 2004 a 2015; entre 2003 y 2006 fundé Centroimargen, con Fiestas Patrias y Fiestas Matrias; después las Jornadas Cuerpos Argentinos entre 2007 a 2012, desde la Universidad Nacional de las Artes, donde soy docente en Crítica de las Artes, poniendo en escena el acervo intelectual de 100 personas de todas las disciplinas, visibilizando cómo se construyó, desde los ’70, un “Cuerpo argentino” (palabra e imagen, calle y academia, centro y margen). Arbitrariamente, históricamente armado, es un cuerpo que genera su propia vestidura: un programa, un destino. El ojo como testigo, el lenguaje como testigo del ojo. He puesto el cuerpo, consciente, como si una entera biblioteca hubiera caído en mí, he puesto el cuerpo, he absorbido el golpe, he hilvanado una serie no arbitraria de ideas: me han comprometido, no en la lectura solamente, sino en sus efectos. Deberé pues, responder. Invento una respuesta: reescribo aquello que nunca cesa de necesitarse decir. Me duele el cuerpo. Siempre que leo o escribo, como en un trance, me duele el cuerpo.
"Deberé pues, responder. Invento una respuesta: reescribo aquello que nunca cesa de necesitarse decir. Me duele el cuerpo. Siempre que leo o escribo, como en un trance, me duele el cuerpo".
APU: ¿En qué sentido puede pensarse tu poética como una experiencia encarnada/ situada?
L.L.: Soy latinoamericana, pero argentina, no hablo español sino rioplatense o porteño de Buenos Aires, y finalmente, no soy una mujer del s. XXI. Soy una mujer del s. XX que vive los problemas del s. XIX, que son, aún, los problemas que las mujeres todavía tenemos en el s. XXI. Soy judía, atea, sobreviviente en algunos sentidos, incluso históricos, antepasados, soy escritora, madre, divorciada, excomulgada de algún modo por mis padres. Desde ahí, cada libro es respuesta a algunas o a todas tus preguntas. En palabras de Donna Haraway (1988): “No podemos ver todo desde ninguna parte, no existe posibilidad de producción objetiva; es por ello que desde el conocimiento situado debemos asumir un lugar desde donde mirar: la objetividad feminista significa, sencillamente, conocimientos situados”.
Intento, casi inconscientemente, crear un teatro de ideas para modos de representación de los cuerpos: sus construcciones lingüísticas y represivas. Desde el cuerpo propio como tamiz de sensaciones, productor de imágenes, al cuerpo muerto, desaparecido, que cae y habla, (la Dictadura Militar), al erotismo materno-amoroso, a los cuerpos del placer o del goce, que se muestran o se tocan (Carne de tesoro, Cartas, retórica erótica…) y otra vez, más tarde, otra vez al cuerpo de una voz antigua en mí, (Shoah), cuerpos lacerados, tatuados, sobrevivientes. Ese corpus de trabajo nunca enunciado así a lo largo del tiempo, "cayó por su propio peso", y llevo la huella del trauma: es de pronto, en el tiempo, una necesidad de transmisión, segrega su transformación en otro discurso, es “lo que vendrá”, después, ahora, todavía.
"Intento, casi inconscientemente, crear un teatro de ideas para modos de representación de los cuerpos: sus construcciones lingüísticas y represivas".
APU: En tus dos últimos libros abordaste el tema del duelo, la desnudez de la intimidad frente a la intemperie de la pérdida, ¿qué continuidades y diferencias en su tratamiento vamos a encontrar en Museo de la Infancia?
L.L.: El discurso amoroso en la escritura es, como todo discurso, una construcción subjetiva, resultado de la elaboración inconsciente y de la voluntad consciente de dar cuenta de un estado de las relaciones, no sólo entre cuerpo y escritura, sino de eso que, desde el cuerpo, habla. En esta disyuntiva entre un ‘yo’ y un desdoblamiento del ‘yo’, sitúo esta escritura, desde las interseccionalidades que experimenté -y experimento- en carne propia. Atravesada por la cultura de mi generación, citando lo escrito sobre mi escritura, se pone en foco que el cuerpo es lo primero: que no hay relación posible sin el cuerpo, no hay escritura sin cuerpo.
Desde 2011 empiezo a escribir, (simultáneamente con la escritura y publicación de otros libros) durante varios años, un nuevo discurso amoroso sobre otra forma del amor, fraterno, compasivo, ante el hermano menor que se pierde en la declinación de la conciencia, en: Ensayo sobre la piel exploro esa “donación de una intimidad en el lenguaje”, en poemas que testimonian el vía crucis de su enfermedad y nuestra relación, recreando rituales y conexiones forjadas en la infancia, el lenguaje de la caricia, de la mirada, pero también de la voz, de la palabra, de la canción, hacia su mente perdiéndose en los silencios del Alzheimer. Un amor como cuidado y alegría para el ser del otro. Ya entonces permanecía inédita una vieja versión de El Museo de la Infancia, que, reescrito, acaba de publicarse: madre-padre-hijos, una poética ya explorada, pero como otro discurso amoroso: su ambivalencia emocional, la incondicionalidad de ese amor en dos direcciones, las familias como fábricas de locura, una intimidad siempre luctuosa, aún cuando se viva como feliz.
APU: ¿Cómo se trabaja la cuestión de la intimidad frente a lo que no se puede nombrar?
L.L.: En 2018, ante la muerte del compañero de vida, escribo Como se lleva a un niño, publicado en 2020. Refiriéndome a preguntas parecidas a la que aquí respondo, decía: "ambos mundos son el mismo mundo, donde una 'poética de la experiencia' habla de la continuidad de los finales. Este oxímoron es mi escritura, signada por la necesidad de transformar tanto el placer como el sufrimiento en una palabra que dé alegría, en una palabra que sufra.” (https://www.revistaadynata.com/post/como-se-lleva-a-un-ni%C3%B1o-liliana-lukin ). Creo que hay un discurso amoroso en la escritura de todo duelo, que todo discurso amoroso es mutante, pero está marcado social y políticamente, (desde los ’80, escrituras post-dictatoriales, visibilidad del sida, de la transexualidad, nuevas militancias por los derechos de mujeres y homosexuales, contra la violencia hacia las mujeres, feminismos hoy llamados “marea verde”, entre otras conmociones que sacuden hace ya 40 años las estructuras tradicionales de las sociedades capitalistas). Una poética de la experiencia adquiere otra densidad, no ceso de escribir desde entonces: un discurso amoroso provocado por esa muerte, la estupefacción ante ese dolor, la exploración de ideas y sentimientos ante “su ausencia en mí”, y hay ya otro libro: un ensayo de qué clase de cuerpo-palabra devengo, qué puedo saber, y qué y cómo puedo escribir algo que dé cuenta de ese amor. Escribir, desde esta situación de excepción, la “donación de esa intimidad”, que no terminará. Finalmente, decir que el discurso amoroso es lo imposible de transmitir en la escritura, y la intimidad, ‘aquello que no se dice’, que no se alcanza a decir, que apenas se balbucea, en la recordación.
Página web de Liliana Lukin: www.lilianalukin.com.ar/inicio