Natalia Torrado: "Todo progresismo cultural debe estar preparado para que el contacto con el otro lo desorganice"
Por Juan Borges
Natalia Torrado es licenciada y profesora en Artes, doctoranda de la Facultad de Filosofía y Letras, en Historia y Teoría de las Artes de la Universidad de Buenos Aires, además de investigadora y actriz. Actualmente, escribe su Tesis Doctoral sobre la representación de la otredad, en la obra de Pier Paolo Pasolini. Desde el año 2007 a 2019 participó de los proyectos de investigación UBACyT: “La representación: ficción o realidad (un acercamiento semiótico al texto espectáculo)”, “Representación y Referencia”, “La clausura de la representación. La escritura del cuerpo objeto de violencia” y “La representación: imagen, cuerpo, texto (un acercamiento semiótico a la configuración del texto – espectáculo)”. La docente dialogó con AGENCIA PACO URONDO y reflexionó sobre múltiples temas: la pandemia, sus efectos en la subjetividad, la cultura popular y el progresismo cultural.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Qué mirada tiene sobre los efectos de la pandemia y el arte?
Natalia Torrado: Desde el inicio de la pandemia y aún hoy veo una postura muy poco crítica con respecto al fenómeno provocado por la misma. En algunos lugares me referí a ella como una operación. Más allá de lo científico debería estar atravesada por discursos dispares. Discursos de la pandemia. Versiones de qué es la pandemia. Diferentes, al menos. Sin embargo, eso no sucedió. Hay una sola versión o mirada o dos a lo sumo, quienes creyeron y quienes no. Estos últimos tuvieron una postura antivacuna en la práctica. Se polarizaron ambas miradas. Pero no hubo un posicionamiento crítico. Desde el punto de vista de los artistas y los intelectuales era necesario tener una postura crítica. El progresismo, el ámbito académico. Al menos hacernos algunas preguntas distintas.
APU: ¿Esas preguntas nunca llegaron?
N.T.: Enseguida nos plegamos a interpretaciones y soluciones de manera casi automática. En escritos que difundí el año pasado en las redes llamaba un poco al silencio y reflexionar. Llamarnos a silencio para pasar este momento tan traumático y formularnos preguntas, en otros términos. La pandemia también vino a poner en evidencia una crisis cultural espantosa que viene desde hace tiempo. Varios autores desde la década del 80 vaticinaban esta crisis, vinculada a nuestro absoluto descuido del mundo en términos del ecosistema, la naturaleza, los recursos naturales. También en el cuidado de nosotros y de los otros en términos espirituales, simbólicos, culturales, éticos. No nos hicimos preguntas de fondo y nos plegamos a la virtualidad. Nos resultaron cómodos esos cambios y nos adaptamos. Ya sea en el ámbito académico y laboral. Se establece un borramiento del cuerpo y de la experiencia social. El arte debería restituir algo en el orden de la experiencia. Sin embargo, ese arte también se plegó a una lógica de mercado. Esa lógica no nos permite pensar en un modo alternativo de estar en el mundo. Obviamente que habrá excepciones. Pero cuando aparece algo nuevo rápidamente se ve cooptado por esa lógica que nos convierte a todos en productores y consumidores. La potencia crítica del arte está siendo debilitada. Tal vez la pandemia era un buen momento para intentar algo realmente disruptivo, pero se desaprovechó. Y finalmente se terminaron celebrando las formas propias de la pandemia como el streaming o las clases virtuales de una manera poco reflexiva y descomprometida.
APU: ¿Es difícil pensar en una perspectiva de cultura popular en esta coyuntura y etapa histórica?
N.T.: Primero que nada, hay que pensar en el estrago provocado por las nuevas tecnologías en la posmodernidad. Específicamente en sus usos y en el problema de las redes sociales. Si pudiéramos pensar en un fenómeno de cultura popular sería algo nuevo y distinto a como se dio en otros momentos históricos. Ya no podemos pensarlo en los términos de la modernidad y menos en este momento especifico a partir de la pandemia. Lo popular está en crisis como concepto. Todavía asociamos lo popular con determinados discursos modernos. Sin embargo, la historia revela otros fenómenos en lo concreto que somos incapaces de interpretar. Estamos atrasados para vincularnos significativamente con lo que nos pasa y lo que pasa alrededor en lo cotidiano incluso. Tenemos una especie de delay para interpretar.
APU: ¿Cuál es la causa de ese retraso?
N.T.: Las matrices de pensamiento que fueron generando las nuevas tecnologías provocaron un atontamiento en nuestro modo de percibir, sentir y pensar. No tenemos conciencia de ese atontamiento. Las redes sociales y la tecnologizacion de la vida promueven un estado de insatisfacción permanente. Y ese malestar se alivia relativamente y se aquieta con más tecnología. Con su consumo y con la espectacularizacion de la vida. Con más posteos y más likes. Se alivia levemente. Porque la pateamos para adelante sin enfrentarla. Estamos muy lejos de poder hacernos preguntas por lo popular más agudas. Hay que empezar por pensar como las redes sociales anulan o desustancian las experiencias sensibles. Hay que arrancar por analizar eso justamente. Antes de pensar en la reconstrucción de una cultura popular. La masificación y lo popular ya no pueden pensarse como antitéticos. Porque es propio también de lo posmodernos que se diluyan los límites entre cultura popular y de masas. Sin embargo, se siguen utilizando términos y categorías opuestas como izquierda y derecha. También habría que plantearse hasta qué punto esas categorías siguen siendo útiles para resolver los problemas más urgentes provocados por un sistema asesino como el capitalismo. No poder plantear nuevos términos para el conflicto de lo popular retrasa el pensamiento y la acción efectiva.
APU: ¿Cuál sería el camino en esta etapa caracterizada por la posmodernidad?
N.T.: Es importante pensar en los bordes, en los márgenes, en las periferias. Para eso se requiere un salto de pensamiento que sólo puede acontecer a partir de ciertas experiencias, que siempre tienen algo de poético, en el sentido de que amplían lo imaginable. Pensar desde esos márgenes, límites y bordes nos enfrenta a un no-saber. Hay que aceptar la falta de saber, la pérdida de una postura conclusiva con respecto a los asuntos sociales, políticos, culturales. En la medida que sigamos pensando que tenemos una identidad definida de saber vamos a seguir repitiendo las mismas conductas y las mismas lógicas. Para redefinir lo popular debemos tomar conciencia de donde estamos posicionados. Hasta qué nivel estamos cooptados por esas lógicas capitalistas que negamos. Los académicos, el intelectual de izquierda, el progresismo. Tal vez no lo advierten o tal vez creen que es inevitable. Entender hasta qué punto estamos consumidos por esa lógica y pensar la posibilidad de una diferente. Y afrontar los costos de esa diferencia. El fenómeno artístico se produce en el borde del lenguaje, señalando otras fuerzas periféricas, innombrables. Solo haciéndonos cargo de lo que no sabemos y lidiando con eso podremos reformular y reconstruir una mirada respecto de lo otro. Restituir la potencia de lo popular conlleva ese desafío. Esa potencia es movimiento, es fuga. No se agota en ningún discurso. Debemos posicionarnos en un borde y lidiar con lo que no sabemos ni podemos controlar ni solucionar. Algo de lo popular como incapturable tiene que aparecer ahí.
APU: ¿Qué mirada tiene sobre el progresismo cultural y de qué manera podemos problematizarlo?
N.T.: Las coyunturas históricas exigen un consenso en algunos sectores y una fuerza propositiva y de avance. Celebro a los compañeros que están en una militancia más organizada y que ponen el cuerpo. Formo parte de ese progresismo cultural. Pero, como en toda organización política, social y cultural siempre es necesario tener un margen para la problematización. Debe existir una instancia crítica en la cual revisemos permanentemente nuestro propio discurso. Asumamos nuestros propios reversos, nuestros propios sinsentidos. Me preocupa cuando nuestros discursos son tan estructurados, cerrados e impermeables como los que tratamos de criticar. De esa manera vamos al choque con una posición que finalmente reproduce la del enemigo. Son necesarias las disidencias y las lagunas con las cuales lidiar al interior del propio discurso. Un posicionamiento muy homogéneo es peligroso. Aceptar que nuestra propia posición es un signo de pregunta sería muy beneficioso para el progresismo cultural.
APU: ¿Qué implica preguntarnos por ese otro?
N.T.: Antes de preguntarnos quien es el otro es necesario preguntarnos quien es uno, y advertir y señalar lo otro de uno. Es necesario entrar en algún tipo de relación con aquello que no podemos conocer ni dominar. Porque a veces el otro nos sorprende con saberes que ignoramos que tenía. Y muchas veces puede darnos más de lo que nosotros le damos a ese otro. Todo progresismo cultural debe estar preparado para que el contacto con el otro lo desorganice. Lo ponga en crisis, en jaque. Ese encuentro debe ser sin especulaciones, radical. Recién a partir de allí se puede generar un sentir y una mirada desde lo colectivo. Un obrar de conjunto. Y ese proceso no es amable, es sufriente y sufrido. También se puede elegir un progresismo cultural donde creamos tener las verdades últimas, pero allí no hay lugar para el encuentro, ni para el acontecimiento del otro. Por eso hay que poner el cuerpo no solo en el territorio, sino cuando pensamos, cuando escribimos. Cuando damos clases. Cuando participamos de cualquier evento cultural. Si no aparece una dimensión de riesgo en el encuentro con otro, entonces se produce una burocratización de la tarea, que deja de constituir una experiencia para convertirse sólo en una imagen más que postear.