¿Obra de arte o qué?: una vez más, esa es la cuestión
Dani Mundo en su visita a Londres, ahora seudo crítico de Arte, es categórico al definir algunas obras con las que se topó en este recorrido.
La fuente de la desoriginalidad
Esta obra que todos ya conocemos muy bien, sobrevalorada y sobreinterpretada, encarna uno de los iconos más emblemáticos para entender lo que le sucedió al arte en el siglo pasado. Para bien y para mal. Para bien, porque desacralizó la experiencia artística (¿lo hizo?). Para mal, porque de ahí en más se volvió imposible definir qué es el “arte”. La obra de Marcel Duchamp demostró que lo que entendemos por tal cosa es una actividad históricamente fechada, y que cambia según las épocas. Este famoso ready-made fue presentado en 1917 con un seudónimo en el concurso del Salón de Artistas Independientes en Nueva York. A pesar de la supuesta amplitud de miras del jurado de este concurso, del que Duchamp formaba parte, la obra fue rechazada. Se llamaba Fountain. Ironías del destino, la obra original (?) se perdió o fue robada (escribo “ironía” porque esta obra abre la serie de las obras de arte sin original). Su significado más obvio nos dice que la esencia artística de un objeto no radica en el objeto, que no hay nada en el objeto en sí que lo transforme en una obra valiosísima o en una cosa vulgar y corriente. La diferencia ni siquiera provendría de la firma, como creeríamos aún hoy, a más de un siglo de su creación, pues está firmada por un seudónimo. Lo que define a una cosa como cosa sin valor o como obra de arte desbordante de valor (tiene tanto que, aún hoy, la seguimos interpretando) es una convención social que no tiene que ver con el arte ni con el artista (de hecho, el arte y el artista son sus víctimas). Es el contexto y el juicio de gente que (no) sabe algo de arte el que hace de ese objeto una simple cosa (en este caso, un burdo mingitorio en el que los seres humanos con pene, orinan), u otra (una obra de arte “única” tasada en millones de dólares y protegida del vandalismo por un vidrio irrompible). En la actualidad, hay más de media docena de ejemplares dando vueltas por el mundo, todos “originales” firmados por R. Mutt (esta producción serial de objetos únicos ya había comenzado antes, véase de la famosa crítica de arte Rosalind Krauss La originalidad de las vanguardias y otros mitos modernos, en donde estudia las esculturas de Auguste Rodin). La fotografía que acompaña esta nota es de Franny Mundo, y proviene de la versión que hay en el Tate. Por azar, se ve mi reflejo en el vidrio. Cuando vi este juego de imágenes pensé que había allí algo real y auténtico, y algo fraudulento. Le toca al lector decidir qué es qué.
El del tiburón
Todes recordamos a Damien Hirst por su famoso tiburón disecado que causó tanto revuelo ambientalista en su momento, pero a Hirst lo enloquece el mar en general y no solo su fauna depredada. En estas pinturas que vi en la galería Phillips, de Londres, retrata el encuentro que se produce entre la tierra y el océano. Evidentemente para él, ese encuentro es traumático y solo se concreta de modo violento, como dos elementos heterogéneos que se rechazan mutuamente, y que cuando se encuentran (porque el encuentro es inevitable), solo lo hacen con un choque, rechazándose y salpicando olas y manchas de óleo. Se ve que le resulta imposible imaginar una playa serena, un mar calmo y turquesa que se hunde en la arena como dos cuerpos que se aman se penetran uno al otro. Es cierto que su visión es más realista que esta postal romántica y turística que yo, re mainstream, proyecto. Ojalá que nuestra sociedad sentimentaloide lo entienda de una buena vez.
¿Obra o no obra?
Un mingitorio invertido (invertido es una palabra que me encanta por su plasticidad polifónica) y unas olas estallando contra la roca o un murallón son postales muy legítimas de lo que entendemos hoy por arte —siempre me llamó la atención la denominación obra-de-arte, como si el arte fuera un sujeto y la obra le perteneciera, como si ella, la obra, fuera una cosa que obrara o una cosa que pertenece a esa actividad un poco insólita, que es el arte.
¿Es un objeto que actúa, la obra de arte? Después de recorrer algunos de los museos más encumbrados del mundo, la pregunta obligatoria que me surge es: ¿y qué pasa con las obras producidas en Instagram o en TikTok, por ejemplo? ¿O no son, acaso, obras? ¿Con qué criterio juzgamos si son o no, obras? Incluso los BeReal y las “historias” fugaces de Facebook, que duran apenas un día “en cartel” y luego desaparecen tragadas por el inodoro de la información, incluso o principalmente esos discursos visuales efímeros nos cuestionan en nuestras certezas y hacen tambalear el poder instituyente de los museos, que como ya sabemos hace mucho tiempo, si se parecen a algo es a los cementerios: una obra colgada (para no decir descatalogada en el depósito del subsuelo) es como un cuerpo en su féretro. Va siendo hora de que escribamos nuestros ensayos de reflexión con emojis y stickers, tan ambiguos en su significado como la mejor de nuestras palabras polifónica.