“Quizás en el viento” y la nueva forma de la lírica contemporánea de Matías Vázquez

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    Matías Vázquez
RESEÑA

“Quizás en el viento” y la nueva forma de la lírica contemporánea de Matías Vázquez

10 Noviembre 2024

Matías Vázquez es un poeta de la localidad santafesina de Venado Tuerto nacido en el año 2001. Fue uno de los ganadores de la convocatoria para participar del Poesía Ya organizado por el Centro Cultural Kirchner en el año 2023. Se anunció, recientemente, la publicación de su primer libro de poesía titulado Quizás con el viento, editado por Patronus Ediciones que dirige el profesor y poeta Javier Roldán.

Quizás con el viento es un libro que, a mi modo de ver, emprende una nueva forma de la lírica contemporánea. El autor se mueve entre la cotidianidad y la contemplación de lo inasible, la contemplación de lo que no se revela sino en la mirada profunda y propia. Serpea la poesía entre el lenguaje cotidiano y la riqueza léxicofrástica característica de la gran poesía. Como ya lo han hecho Juanele Ortiz o Leopoldo Lugones, nuestro autor tiende a la configuración de una estética musical de la imagen. Además, la intensidad del lenguaje, la diagramación fonemática en el verso y la fuga de sentido, son algunas de las características de su poesía.

Que Vázquez inaugure una nueva forma de la lírica es algo que podría hacerle ruido a algún desprevenido y que, por ese motivo (pero fundamentalmente porque la obra lo permite) debe ser argumentado. Desde ese lugar, quiero empezar citando a Jotaele Andrade con una noción de lirismo en entrevista con Alejandra Boero: “El lirismo como una emoción reflexiva o/y viceversa, una reflexión emocionada. No que hable de mí en tanto autor de eso que estoy diciendo (ni experimentando de lo dicho), que hable de lo común, otredarse podría ser el término”.

Podemos pensar, entonces, que otredarse es darse a los otros. Darse a los otros desde la construcción de un “yo” lírico que permite el juego. Darle a los otros algo de uno que ni uno mismo tiene. En ese sentido, Quizás con el viento es un libro en el que el “yo” poético recorre un camino interior que se universaliza en el impacto cotidiano. La poesía irrumpe en lo cotidiano y ahí se produce el desenvolvimiento. Nada queda igual cuando lo que avanza es el poema. Este autor reconoce, sin dudas, que donde ocurre la poesía los elementos se transforman. Posee la capacidad poética y la voluntad crítica de trabajar con el lenguaje desde una actitud creadora, desde “la avaricia del lenguaje”, como diría Inés Manzano. En suma, encuentra en el desmembramiento semántico una posibilidad de realización de las nuevas imágenes del mundo:

 

Sueño con cactus

fractales de carne verde.

Sueño con un venado azul

que lame mis heridas en el desierto

y la balanza y la disputa perdiendo sentido.

 

Pensar en este pasaje del primer poema es sumirse en la necesidad de reconocer en el quehacer poético la voluntad del sacrificio. Sacrificarse a sí mismo, perderse en el lirismo, para dar paso a un sentido aún mayor. No porque el poeta busque sacrificar su “yo” experiencial, sino porque ese “yo” le hace lugar al vacío en el altar poético. El viaje hacia la pérdida, hacia el punto cero, es de adentro hacia afuera. Y nuestro autor logra el impacto cuando pierde el sentido más próximo. No porque aquí no exista la posibilidad de una hermenéutica, sino porque permite configurar un nuevo mapa semántico en el que nos invita a extrañarnos.

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Quizás el viento tapa

Los lectores no estarán dispuestos hacia la claridad. La disputa del autor con su voz poética llevará a la pérdida de algún sentido y, entonces, vendrá la contradicción, la apertura hacia el todo, la búsqueda como carácter en el cierre del poema. Después de “yo”, la verdad. Después de mí, el mundo. Porque, como plantea Jotaele, tal vez algo de la lírica, algo de lo más íntimo, está en los otros en tanto yoes. A este respecto, Vázquez enuncia: “Tríada nebulosa del yo/ que esconde una verdad”.

Mario Montalbetti en el ensayo La nuestra es una época visual plantea que la distancia entre significante y significado es cada vez menor. Y, sin embargo, el significado sólo se construye en la distancia temporal con respecto a su significante, lo cual lleva a la conclusión de que el mal de nuestra época es la reducción a cero de la distancia entre el significante y el significado. La consecuencia de esto es que los consumos artísticos son cada vez más livianos, con recetas preformateadas de sentidos. Vázquez emprende la gesta de recuperar el tiempo que es constituyente en la configuración del significado:

 

Si las letras se me hunden

 

ya no juegan

nacen ahogados los poemas.

 

En ese sentido, es necesario destacar que, la poesía del autor no estará dada al servicio del marketing digital. No es un libro de fácil acceso, no porque tenga la pretensión del hermetismo o de grandilocuencias, sino porque vuelve a los recursos de la poesía, incluso, en algunos pasajes, vuelve la rima. El autor vuelve a la poesía en un mundo en el que la poesía, cada vez más, empieza a enamorarse del capitalismo (aunque el amor no sea recíproco).

En el poema “El juego” aparece una suerte de ars poética, la poesía como una búsqueda que no se resuelve con la aparición del poema. Marcela Fumale, en el prólogo, hace referencia a esta actitud: “Matías, que parece escribir desde lo más profundo de la desazón de la existencia, de espaldas al juego del ser, perdiendo todo lo que debiera hallar antes de comenzar a recorrer el laberinto; nos incluye en ese, su, mundo de una manera cómplice. Y nos permite sentir la asfixia, y el desahogo, a través todos los sentidos”.

Vázquez construye un universo a partir de pequeñas cosas como, por ejemplo, el gato de plástico, el cigarrillo, las manchas de humedad. Sin embargo, si tomamos por ejemplo el poema “Gato de la fortuna”, cuyo eje central es el tiempo presente analizado a dueto junto al gato de plástico de la cultura oriental, podemos pensar que las palabras y los temas son siempre una excusa, o debieran serlo, para romper los esquemas de lo convencional. En la búsqueda de significados siempre habrá lugar para las almas que puedan romper las cosas con palabras:

 

¿Quién reparte la fortuna? quiero decir,

¿cuántos gatos más llaman a esa

sola fortuna?

 

Mi gato se impacienta y me dice

que nuestra fortuna de hoy

es menor que la de ayer.

Encuentra en el desmembramiento semántico una posibilidad de realización de las nuevas imágenes del mundo.

Me cuesta pensar en autores de su generación (y de la mía) que emprendan la búsqueda hacia el despojo. Si el sentido vuelve, no será por la empresa humana, sino por el mundo. Tal vez, sólamente allí esté la poesía: “en mi boca drenan las hierbas vecinas/ quizás con el viento vuelva el sentido”. Aparece, entonces, una noción de semántica ciertamente panteísta, donde no es solamente el ser humano el que tiene la potestad de revelar las verdades, sino también la naturaleza, las cosas, el mundo. Después de todo, hay cosas que pueden revelarse a sí mismas.

 

Yo quisiera que lo pienses:

sin palabras sale el sol cada día

y observarlo es un milagro.

 

En general, el mal de época nos lleva al fácil consumo de los productos culturales, por lo tanto a la vaga producción de los artefactos artísticos. En ese sentido, Vázquez reconoce su época y se resiste a ella. La adjetivación no es un mal en su obra, como parece serlo para el millar de poetas contemporáneos que escriben sin adjetivos y sin (si se me permite la gramática) proposiciones incluídas. Vázquez escucha al poema y dialoga más allá de su generación: “Manchas de humedad caleidoscópicas”, “y yo tonto de humo”, “su ojo rendondo, negro, emplumado”.

El peor lugar de todos, para un artista, es seguir el ritmo de los sin ritmo. Por ese motivo, la profundidad y el existencialismo que se desenvuelve en estos poemas es un gesto de esperanza. Un gesto no actualizado que, en vez de perseguir ese peligroso “rupturismo”, se centra en la posibilidad de la ficción: “las hojas de los árboles/ suenan a marea”. Así es la poesía de Vázquez, una constante sorpresa, un constante extrañamiento, un constante corrimiento del velo de las cosas.

Pensando en el clima de época, un clima que tiende a la reducción de la identidad, a la fragmentación, y sobre todo a la carencia de significados, es importante destacar que Vázquez, en una sociedad que tiende a la verdad, busca la contradicción. La contradicción como gesto. El gesto maradoniano por excelencia que termina por convertirse en una esencia: voluntad creativa sobre todo.xxxf

Finalmente, Quizás con el viento es un libro donde las estéticas se cruzan, se chocan, se modifican; un libro en el que el gesto estético se resiste a los tiempos del capitalismo de plataformas. No desde un lugar en el que el poeta está en el centro, como tan acostumbrados nos tenemos, sino desde un lugar en el que la poesía, inútil e indefensa, está ahí salvándonos, amenazándonos. La lírica es sucia y sin pretensiones, pero está ahí, detrás de los poemas. Los invito a conocer a este poeta joven y talentoso. Es una picardía no leerlo.