¿El macrismo logró callar al 2001?, por Walter Isaía y Manuel Barrientos

  • Imagen

¿El macrismo logró callar al 2001?, por Walter Isaía y Manuel Barrientos

22 Diciembre 2018

Por Walter Isaía y Manuel Barrientos*

El 19 y 20 de diciembre funcionaron durante mucho tiempo como una alarma social, que resonaba y vigilaba el accionar estatal. Había ciertas cosas que no se podían hacer más después de 2001 (y del 26 de junio de 2002). No se podía volver a acordar con el FMI, o recibir a sus enviados con pleitesía. No se podía reprimir de forma salvaje la protesta social (aunque esos controles habían empezado a relajarse desde 2012 en adelante, como advertían los informes del CELS). No podíamos seguir cruzándonos con genocidas en las calles. 

El masivo acto contra el 2x1 en la Plaza de Mayo reactivó la alarma. Y el Congreso, y más tarde la Corte, se vieron obligados a dar marcha atrás. Las marchas contra la reforma previsional del 14 y 18 de diciembre de 2017 parecían haber activado esas luces de alerta. Otra vez diciembre. Otra vez el límite. Triunfo oficialista en el Congreso, movilizaciones populares en las calles. Las calles: otra vez como el lugar de disputa, como el lugar de defensa y conquista de lo público. Algunos lo daban por acabado, pero no: demostró que estaba agazapado. ¡Oh, sombra de 2001, muchos fueron a evocarte! 

Pero qué fue el 2001. ¿Un Argentinazo, una rebelión popular, un acto insurreccional? Pero ahí está: vigente y acechante, chicharra frente a lo impopular. No fueron dos días aislados, representaron la cristalización de un largo proceso de resistencia, de una crisis múltiple, agravada por las decisiones de un aparato estatal desvencijado. Fueron dos días de épica, que marcaron a fuego la biografía política de quienes éramos jóvenes.

Ese 19 y 20 de diciembre culminó como proceso con la masacre del Puente Pueyrredón. Un lapso en la historia argentina. Un impasse. Muchos interrumpieron sus rutinas diarias para constituirse como sujetos políticos. Cinco presidentes, devaluaciones, corralitos, corralones, deuda externa impagable, bonos denominados cuasi monedas en la mayoría de las provincias argentinas. Más del 56% de la población por debajo de la línea de la pobreza. Más del 20% de desocupación. Una clase política tradicional en retaguardia aparente, que se reconstituyó rápidamente con Eduardo Duhalde elegido presidente por asamblea legislativa.

Por otro lado, cientos y cientos de movimientos y organizaciones que siguieron un camino o comenzaron una manera de construir la vida cotidiana a la intemperie del Estado. Buscando nuevas formas de producir, trabajar, estudiar y reproducir los lazos y vínculos sociales, políticos, culturales y económicos. 

No hubo una agenda única, ni referentes claros. Pero fue un round ganado por el pueblo a esa democracia de la derrota que nos habían dejado los responsables empresariales, políticos y militares de la dictadura. Mucho surgió o se potenció a partir de aquellos días: colectivos políticos, de economía popular, artísticos, comunicacionales, sindicales, barriales, vecinales. Una mirada generacional. Un campo popular mucho más rico, diverso y plural en un país que volvía a reconocerse latinoamericano. El dolor por los muertos. El despertar de la creatividad colectiva y la fraternidad, la alegría de estar junto a los otros.

Gran parte de la sociedad y la clase política reconoció luego que Néstor Kirchner fue quien hizo la mejor lectura de ese proceso. Tomó nota de la revuelta en todo sentido. De la agenda que se fue construyendo, los derechos humanos, las políticas sociales, las políticas culturales, de comunicación, la independencia del FMI, el mirar hacia América Latina, el poder transformador de la política y del Estado. Y lo que significó el poder destituyente de la revuelta popular; y del poder político en las sombras.

Más tarde, el macrismo vino también a tomar parte de los discursos de 2001. La anti política, el que se vayan todos, la negación de los procesos políticos y culturales, pero de la mano de los CEOS. Con la vuelta al FMI, las políticas neoliberales en estado puro y hasta Hernan Lombardi.

Pasaron los años y se instaló desde diferentes usinas de pensamiento el temor a diciembre, el miedo a 2001. El infierno y el fantasma. Dos figuras que son utilizadas constantemente por los sectores políticos, económicos y comunicacionales para referirse a esas fechas.

Los sectores dominantes demonizan al 19 y 20 de diciembre de 2001 como el lugar al que no debemos volver. Incluso algunos dicen “Nunca más”. Otra parte de ese mismo sistema de ideas directamente lo borra de la historia y lo sintetiza en un problema económico financiero. “Ah, el corralito”.

Los 39 asesinados de esos días son los más anónimos de la historia de las luchas populares en la Argentina. Hasta hay quienes confunden los asesinatos del 19 y 20 de diciembre de 2001 con los del 26 de junio de 2002. A ningún gobierno hasta estos días se le ocurrió si quiera la idea de recordar esos días en el calendario oficial. 

Duele todavía el 19 y 20 de diciembre de 2001. Duele y no está resuelto como sociedad. Una gran parte no lo quiere ver, otra no lo quiere digerir, otra lo descarta. Otra lo recuerda. Posiblemente no se resuelva como tantos otros momentos y hechos históricos, Y tenga que ser releído.

Treinta y nueve personas fueron asesinadas durante esas jornadas. Y nadie sabía que iba a pasar al otro día. Ese “llamado” vino a romper los discursos posmodernos y cínicos del fin de la historia y de caída de los grandes relatos sociales y políticos. 

En estos días, otra vez diciembre. Pese a la grave situación económica, este año, este diciembre (y a diez años de las presidenciales), las movilizaciones parecen atenuadas. Pero vuelven los merenderos, los comedores. Crece la desocupación y el proyecto de redistribución regresiva de los ingresos de las clases populares. La inflación se dispara. Como el riesgo país.

Y, sin embargo, de forma subterránea, algo se mueve. Las luchas del feminismo lo demuestran. Los movimientos sociales crecen. Muchas veces aquellas revueltas que parecen fracasos no lo son, porque transformaron las relaciones sociales, como dice Immanuel Wallerstein. El 2001 tal vez no cambió nada, pero para muchos fue un movimiento. Un antes y un después. Alguna vez Claudia Acuña nos dijo que el límite de un proceso es el punto inicial del otro. Hay un enlace, un saber, algo que conecta eso que uno hace -pero también lo que deja de hacer- y que ayuda o conspira para que una época cambie. Hay luchas que se encadenan.

En estos días, Rosa Bru recibió un premio a manos de los organismos de derechos humanos que forman parte de la ex ESMA. Ahí también se cristalizaban esos enlaces, esos pases de testigo. Rosa recordó cuando comenzó a reclamar la aparición con vida de su hijo Miguel. Estaba en una plaza de La Plata esperando por comenzar a marchar y la madre Adelina Laye le preguntó por qué no se ponía el pañuelo. Ella le dijo que no, que sería una falta de respeto a la lucha de Madres y Abuelas. Pasaron muchos años, siguieron encontrándose en las calles y reclamos. En un encuentro, Adelina le regaló un pañuelo blanco en el que había bordado el nombre Miguel.

En el mismo acto, Claudia Vásquez Haro, referente del movimiento trans, reconoció que Rosa desde hace años encabeza la marcha del orgullo junto a compañeras travestis y trans. “Es una persona que podés llamar a cualquier hora y va a venir a ayudarte a sacar a compañeras de la comisaría”.

El 2001 es una cristalización, un punto alto de enlace, una muestra potente de luchas sociales que pueden parecen acalladas, que pueden circular por los subsuelos de los medios, pero que en algún momento estallan y emergen.

Esa capacidad popular de destituir lo establecido quedó resonando, como un eco tal vez lejano pero siempre latente. Es una épica que se arroja al futuro.

*Autores del libro “2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina”.