Mujercitas: revivir el deseo de las pibas de 1868
Por Melany Grunewald
Y dedicado a Zulema Lerman (porque las historias pasadas de generación en generación, deben ser agradecidas siempre).
Para comenzar, diría que quienes ven una “vuelta feminista” en esta versión, no leyeron nunca el libro en profundidad: el personaje de Jo encarna, ya en el libro, su “desengaño de no ser muchacho”, gustando tanto sus maneras, ropas y actitudes, pero siendo obligada a reprimirlas porque “ya no está en edad de comportarse así”. Lo que Jo anhela es la libertad de expresión de su cuerpo. Cosas que explota de increíble manera la actriz Saoirse Ronan, así como lo hizo en 1994 Winona Ryder, en el filme dirigido por Gillian Armstrong. Tal vez, la principal diferencia entre una versión y otra es que en la actual todo se hace más explícito. Pero la historia era la misma en 1868, al publicarse en formato literario.
Que una mujer debe casarse con un hombre rico para salir de la pobreza, el deber del matrimonio repicando en cada una de las protagonistas, el rechazo de Jo hacia todo eso, su deseo de ser escritora… Todo eso ya lo inventó Louisa May Alcott hace 150 años. O, al menos, lo contó.
Little Women, en su nueva versión, está contada de manera anacrónica. En principio, resulta interesante esta decisión: todos los acontecimientos contados en el primer libro (o su primer parte, según la edición) que van desde el primer baile de Meg hasta la repentina enfermedad de Beth, circulan a modo de recuerdos que surgen a partir de lo que se vive en el “presente”, que no son más que las situaciones vividas en la segunda parte de la historia escrita por Louisa May Alcott. Como se ha dicho, resulta interesante en principio, pero no convence.
Entre ambos momentos (bien diferenciados estéticamente), hay un lapso de 7 años. Había un riesgo al contar la historia de esta manera: mostrar en los primeros minutos de la película información resuelta en la primera parte del libro. Esto condiciona la visión sobre las experiencias de los personajes y, por ende, pierde el efecto sorpresa. Está bien: Mujercitas es una historia clásica y podríamos decir que muchos ya sabíamos de qué iba y cómo culminaba, pero no se trata de una historia que esté tan latente en las nuevas generaciones. Este anacronismo incluso interfiere en la conexión para con muchos personajes, exceptuando tal vez Jo, la protagonista. En ese sentido, la película falla, porque Mujercitas trata justamente de la evolución espiritual y la madurez emocional de los personajes. La cronicidad de los hechos permite dilucidar ese proceso. Al no poder conectar efectivamente con personajes como Beth, su sufrimiento no llega a interpelar como debería.
Por otro lado, la parte actoral es de una excelencia deliciosa: Saoirse Ronan hace dos tipos de Jo, muy fieles al libro; desde la desenfrenada torpe, terca y soñadora que quería ser varón para ir a la guerra con su padre, hasta la solemne escritora que vuelve de Nueva York para acompañar a su familia con la enfermedad de Beth. Laura Dern (quien encarna a Marmee March, la madre del grupo) sigue rompiendo esquemas en sus roles femeninos tanto como lo hizo en Marriage Story (otro de los filmes nominados al Oscar). Ella sí aportó algo nuevo. La figura de la madre en el libro representa la sabiduría, y en la versión fílmica de 1994 interpretada fue Susan Sarandon se respetó mucho esa clave. Laura Dern, en cambio, permite explorar a una madre que no está en ese pedestal. Es sabia, sí. Pero los miedos maternales son tangibles. Y necesarios. Además, no se puede obviar a las grandes estrellas Meryl Streep y Emma Watson. En el primer caso, Meryl interpreta a la Tía March, un personaje desagradable y, por supuesto, lo hace tan bien que podría ser el personaje favorito de cualquiera. Emma hace de Meg, la hermana mayor, vanidosa y bella que sólo piensa en las cosas que no puede tener por ser pobre. Si le aportó algo nuevo al personaje, es la dulzura. En 1994, fue protagonizada por Trini Alvarado, quien le daba una mirada muy dura y fría. Algo que no representa a la Meg original.
El personaje masculino está un poco perdido en los tiempos y espacios de esta versión. Laurie, interpretado por Timotheé Chalamet, tuvo que competir con Christian Bale, el Laurie de 1994. Definitivamente, Timotheé explota al Laurie juguetón y desenfadado que queríamos ver, y shippear (“emparejar”, en términos centennials) con Jo. El verdadero personaje masculino dejado de lado es el de Friedrich Bhaer, el profesor alemán que llega a la vida de Jo en la segunda parte de la historia. Es entendible la decisión política de dejar de lado el amor de Jo para con un hombre. Pero al no mostrar casi nada de la historia entre ambos, como sí se hace en 1994, no se termina de comprender por qué Jo lo elige finalmente. Quienes admiramos a Jo, no pudimos enamorarnos de Friedrich en esta oportunidad. Supongo que es parte del objetivo: la historia, los deseos y los sueños de una mujer, no culminan en “la cima” del enamoramiento y el “felices por siempre”.