The Sandman: una adaptación soñada
The Sandman es una de las novelas gráficas más queridas, que en algún momento hasta superó a gigantes de DC en ventas, pero por distintos motivos nunca se había llevado a la pantalla. En parte por deseos de Neil Gaiman, su guionista y principal autor, otra parte debido a la complejidad del producto: Una especie de antología mezclada con una narrativa más “tradicional”, donde muchos arcos argumentales son interrumpidos por capítulos aparentemente inconexos, pero que se encuentran llenos de seres recurrentes que poco a poco van dándole forma a una historia más general. Estos personajes, fieles a la obra del escritor, suelen ser deidades, seres mitológicos o mitos urbanos, que atraviesan tantas creencias como nacionalidades y épocas, pero que son utilizados para explorar cuestiones básicas de los seres humanos, como la relación con amigos/as y con la familia, quienes somos, hacia dónde vamos, y cuál es nuestra función en esta vida.
A forma de resumen, tanto en la obra original como en la serie seguimos los pasos de Morfeo, el señor de los sueños, uno de los miembros de la familia de los eternos, desde el momento en que es atrapado por un mortal. Esto desata el caos tanto en su propio reino como en el nuestro, la vigilia. Personas que se quedan dormidas por siglos, otras que quieren tomar el poder del reino, pesadillas que se escapan a nuestro mundo, etc. Sueño, como también se lo llama, deberá escapar y tratar de arreglar los problemas que esto ha causado, mientras que, sin saberlo, dichos sucesos lo llevaran por un recorrido de autodescubrimiento.
Sin embargo, pese a la complejidad que podría representar, Netflix tomó muchas decisiones inteligentes para poder llevar este cómic al formato de una serie. La primera, y quizás la más importante, es dejar que el autor original estuviera por detrás, algo que se nota desde el primer momento. Personajes que en la obra original sólo aparecen por un capítulo acá son retomados constantemente, aportando más contexto a sus acciones, pero principalmente una narrativa más clásica, más sencilla de seguir y más ajustada al nuevo formato, sin salirse de la lógica que el cómic ya implementa.
La segunda es la limitación: la serie sólo abarca los dos primeros tomos de la novela gráfica, y el reparto de seres y locaciones está bastante reducido. Mientras que esto podría ser un problema en muchas producciones que buscan adaptar algo, aquí lo vemos hecho de la forma correcta. Dicho por el mismo autor, esto les permitió enfocarse más en los personajes que iban a aparecer más de una vez, lo cual les da más tiempo en pantalla, profundidad y tratamiento. A su vez, al limitarse a una cantidad de historias, cada capítulo puede tomarse el tiempo que necesita para contar lo que busca.
La última decisión inteligente es el cambio. Si bien esto suele salir mal— y Netflix tiene un historial con esos resultados— la serie logra sacudir un poco las cosas sin perder el sentido del material base, quizás por que Gaiman se encuentra detrás produciendo, aconsejando y observando. Él mismo dijo en entrevistas que había que ajustarse a los tiempos actuales. ¿Cómo no iban a cambiar la obra si el contexto y el formato cambiaron, y con él, el público? Mientras que hay planos y cuadros calcados del cómic, muchos sucesos se dan de forma distinta. El abanico de personajes, aunque simplificado, logra ser mucho más diversificado, aún cuando en la obra base ya había bastante diversidad desde un primer momento. Hay cosas que no están, pero son reemplazadas por otras de igual valor. Son cambios que logran diferenciarse bastante de su formato original sin perder la esencia. Sosteniéndose por sí sola, pero dando el suficiente lugar para que el espectador pueda buscar el cómic luego si así lo desea.
Todo esto es acompañado por un reparto que, fuera de ser caras conocidas o no, se abocan más que perfectamente al rol que tienen que cumplir. Tom Sturridge es el calco de Morfeo, no sólo en la cara, sino también en sus movimientos, forma de hablar y expresiones; Gwendoline Christie (Brienne of Tarth en Game of Thrones) le da vida a una Lucifer impecable, tan extremadamente amable y formal como amenazante; David Thewlis (Lupin, de la saga Harry Potter) logra dar miedo aun cuando está dando las gracias.
Sin embargo, no todos son sueños hechos realidad y así como tiene puntos muy altos, la serie también tiene un par no tan buenos. Los efectos especiales tienen sus altibajos, dando de a ratos la sensación de que fueron deliberados para dar una cierta sensación de ensueño, pero también haciendo sentir a veces que simplemente no hubo suficiente presupuesto; algunos capítulos son excelentes y saben mantener la tensión y sensaciones a flor de piel (como “24/7”), pero otros se sienten un poco alargados (“La casa de las muñecas” por ejemplo). No llegan a ser cuestiones que distraigan del disfrute general o que arruinen la totalidad, pero creo que vale la pena mencionarlo.
Habrá que ver cómo le va a la serie— y como le va a Netflix en general hay que decir—, pero al momento de escribir esto no hay confirmada una segunda temporada. Esta primera supo devolver un poco la confianza en la plataforma, mostrando que todavía puede hacernos llegar productos de calidad. Sólo el tiempo lo dirá, pero The Sandman es una adaptación soñada, y espero con ansías que podamos volver al reino de los sueños en un futuro.