Dossier Fractura: Cómo traducir a Gombrowicz al español (y que el asunto no acabe en conflicto diplomático)
Por Pau Freixa
Quiero hablarles de un asunto espinoso de posibles consecuencias diplomáticas: quiero hablarles de traducción. En concreto, de mi traducción junto a Bożena Zaboklicka de varios textos de Gombrowicz para El Cuenco de Plata. El polaco armó todo de tal forma que hasta las traducciones de sus obras no pueden quedar exentas de joda, de lío, de embrollo. Existe el precedente del Ferdydurke del Café Rex. Aquella traducción del polaco a un español inesperado, casi onírico, futuro, como dijera Piglia, pasando por el francés, el rioplatense, el cubano y también, indudablemente, el castellano peninsular. Pero todo aquello, en el año 47, no iba ni mucho menos de joda, como algunos piensan ahora con una sonrisa en los labios. Traducir a Gombrowicz no es nada fácil. El propio autor tuvo que probar en su boca, antes que nadie, las dudosas mieles de trasladar su exquisita literatura polaca a otro idioma y tuvo que hacerlo además a un idioma que se iba convirtiendo en su segunda lengua (o quizás cabría decir primera, en el sentido de su uso social), pero que en aquel entonces aún no dominaba a la perfección. El maravilloso argentino que usa en las cartas a los amigos en los 60 resulta imposible aún en el Ferdydurke de Argos, de allí que se vea abocado a la influencia de tantos contertulios, cada uno con su propia variedad y entonación del español.
No, traducir a Gombrowicz no es nada fácil. Eso resulta evidente si tenemos en cuenta el complejo aparejo intelectual de su literatura de ideas y el carácter poético de las frases, con sus repeticiones, neologismos, juegos de palabras, sinécdoques y un uso un tanto personal de la lengua escrita tanto en la gramática como en la puntuación. Pero traducir a Gombrowicz al español resulta aún más difícil. Existe el precedente del Ferdydurke del Café Rex. Toda consideración sobre la traducción de sus obras al español debe partir de ahí. Primero tenemos el Ferdydurke polaco: Gombrowicz es un escritor polaco que escribe en polaco. Luego viene el Ferdydurke argentino: ¿Gombrowicz es un escritor argentino que escribe en español? Si la respuesta es sí, entonces debemos preguntarnos cuál es el español de Gombrowicz. Su habla es porteña, su escritura epistolar, también. Sin embargo, Ferdydurke, también El casamiento, los traduce a un curioso español híbrido, que no es neutro. Sin duda sigue faltando un estudio serio sobre el español usado en esta traducción, hoy en día mítica, tan abundante y jocosamente comentada. ¿Por qué escribe en –o traduce a– aquel curioso español que no es ni rioplatense ni peninsular? Podríamos aventurar aquí varias posibles respuestas que vendrán irremisiblemente en forma de pregunta: ¿desconfía del uso de un rioplatense puro reservado en aquella época a los escritores locales, aunque no a sus traducciones? ¿Busca cierta seguridad en las formas verbales del español peninsular como base de su empresa ferdydurkista, de vastos horizontes? ¿Se le cuela inadvertidamente el cubano de Virgilio Piñera? ¿Realmente confía en trasladar al castellano su estilo, tan sofisticado y difícil en polaco, y su técnica de resaltar y hacer visible la lengua (en este caso, por suerte o por desgracia, el objetivo podría darse por cumplido)? ¿Dominó la fuerza mayor del contexto o la tozuda voluntad del autor? No tenemos la respuesta a estas preguntas, pero lo que cuenta al fin y al cabo es que Gombrowicz era el autor de sus obras: disponía de una legitimidad total hiciera lo que hiciere con ellas. Casi podría decirse que con sus curiosas traducciones le salieron obras nuevas que lo convirtieron de rebote en escritor argentino o, al menos, en escritor polaco de expresión castellana. Asimismo los fracasos iniciales de ambas traducciones se transfiguraron en casos únicos que pasaron a formar parte del imaginario colectivo de la literatura universal.
Esas cosas pasan y es bonito, pero los traductores que vienen después se enfrentan a planteamientos menos románticos. Es más, todo esto complica enormemente las cosas. Como si no fueran pocas las dificultades intrínsecas de traducir la literatura de Gombrowicz, cuando el idioma de llegada es el español, aparecen enseguida una serie de dudas. ¿Debería traducirse al rioplatense el español propio de Witoldo? ¿O quizás a un español culto e idealmente neutro para hacerlo llegar a cuantos más lectores mejor de los más de cuatrocientos millones de hispanohablantes repartidos en más de veinte países? Finalmente, ¿debería, podría, traducirse al particular castellano witoldiano usado en Ferdydurke, en El casamiento, en Aurora? La respuesta a estas preguntas venía siendo hasta muy recientemente otra, que respondía más bien a los intereses comerciales y a las dinámicas internas de las editoriales españolas que lo publicaban o simplemente a la escasez de traductores de polaco en la Argentina. Más allá de las versiones del propio autor, las traducciones de sus obras se han realizado históricamente a un español culto de base peninsular, incluso en el caso de las traducciones del mexicano Sergio Pitol –único traductor que en cierta medida pudo contar con la colaboración del autor–, que contienen solo cierto deje americano –inopinado, pareciera, involuntario– en el uso de algunas formas verbales, para no hablar ya de la monumental traducción del Diario de Bożena Zaboklicka y Francesc Miravitlles, que mereció el premio más importante que se otorga en España para traducciones literarias.
A principios del tercer milenio las cosas cambiaron, pues empezó a materializarse el viejo sueño del Witoldo (como afirma Rita) de ver publicadas sus obras completas en la Argentina. La editorial El Cuenco de Plata es la encargada e inicia la serie con las dos obras autotraducidas por el autor. Luego se decide que los textos de Pitol se conservarán, los de Zaboklicka y sus colaboradores, sólidamente peninsulares, pasarán una revisión para hacerlos más naturales a ojos del lector argentino, especialmente por lo que se refiere a Peregrinaciones argentinas, que relata sus viajes por el país. Para los textos inéditos en español y para las traducciones indirectas (y son muchas, incluso para Yvonne, ¡tantas veces representada en la Argentina!) se nos encarga la tarea a Bożena y a mí, un gallego catalán algo aporteñado. A partir de aquí es constante nuestra búsqueda de un español que resulte adecuado para trasladar el polaco del argentino Gombrowicz a un español que se pueda leer en Argentina, pero también en el resto del mundo hispánico. Se trata de una misión tal vez imposible: la de elaborar un español lo más neutro que se pueda, al menos teniendo en cuenta los dos focos de tensión geográfica que más nos interesan, desde un punto de vista cultural y de tradición editorial: Argentina y España, pero priorizando a menudo la variedad rioplatense cuando no resulta posible una fórmula común. No obstante, una vez más, existe el precedente del Ferdydurke del Café Rex. Aunque como traductores no hemos pretendido emular el castellano literario propio de las traducciones del autor (eso sumado a lo anterior ya habría sido un triple salto mortal traductológico), sí hemos mantenido siempre un ojo atento a esos textos y a los particulares usos, tanto en las formas gramaticales como en el vocabulario y la fraseología, del español witoldiano. Las imágenes u objetos fetiches recurrentes en diversas obras de Gombrowicz se han dejado en las fórmulas usadas por el autor en sus autotraducciones, aunque no resultaran muy naturales en Argentina. Se han priorizado los tiempos verbales más habituales de la lengua escrita, así como las segundas personas gramaticales más extendidas: el tú para el singular, el ustedes para el plural, etcétera.
Nuestra fórmula de consenso transatlántico, trabada en una ardua colaboración entre traductores y editor, resultará quizás algo extraña a ambos lados del charco y por definición no podrá gustar a todos, aunque de esta forma esperamos que llegue a muchos. Y si su carácter es polémico, que lo sea en el espíritu del Ferdydurke del Rex, que de algún modo ha inspirado y presidido nuestro trabajo.
Fuente: Revista Witolda