Dossier Fractura: La guía al corazón
Por Natalia Romero
Tengo en mi cocina un pizarrón escrito en tiza con unos versos, los mismos desde hace varios años: tener lo que se tiene.
Hace unos días, mi amiga Sara me escribió para preguntarme cómo era esa frase de Diana que siempre está en casa. Y volví a ella como quien vuelve a ver un amuleto, una joya que recuerda algo hermoso, algo que alivia.
Diana es eso en mi vida. Diana estuvo siempre, incluso cuando yo no sabía quién era, incluso cuando no sabía lo que era la poesía para mí. Diana tiene un poder que es infinito porque deja que vaya con ella. Deja que se expanda, que toque todo, como la luz.
Diana, su voz, sus ojos, sus manos, está siempre, incluso cuando creo que olvido amar las cosas, llega como un hada que susurra con dulzura: el mundo se achata cuando no lo amás.
Y así. Y así.
Empecé a escribir estas notas antes de que viviéramos este estado de alerta inevitable ante una pandemia, este estado, tan desconocido para todes, por mundial, por intempestivo. Ahora, que todo el mundo está tan raro, que la voz de la poesía no encuentra cómo decir lo que no lleva palabras, ahora que hacemos todo lo que esté a nuestro alcance para no darle paso al miedo, una vez más, vuelve la voz de Diana diciendo: tesoro, todo va a estar bien. Y puede que romantice, sí, no me importa, me ayuda, me sirve, me cuida. La poesía completa mi casa. Y la voz de Diana sigue trayendo lo invisible, lo perdido, el instante y su rebelión.
Hago una lista: su casa de Zavalla, el álamo de la entrada, el Delta, su río, su casa de la ciudad, su jardín. ¿Qué es lo que hace Diana que la convierte en la gran maestra? Diana da cauce a su don, deja que llegue, que pueda tocar la fibra íntima de las cosas. Hay una forma en su escritura que es la misma que recrea cuando escucha los poemas que le comparto para ayudarme a sentir más cerca mi voz. Y lo logra, y lo logramos juntas, como en un desafío que se vuelve una aventura linda, un recorrido por un paisaje propio que se hace cada vez más amplio.
Diana puede ver el corazón de las cosas. Y si no tiene corazón el poema, va a decírtelo, y eso la hace ser una gran maestra. La guía al corazón.
Diana es hermosa porque es todo lo poeta que se puede ser, cuando te abre la puerta de su casa, te sonríe, cuando toma mate, cuida sus plantas, cuando mira una novela, prepara una sopa de pollo, pasea sus perros, besa a su novia, mira la luna.
No sé cómo llegué a Diana. Una vez llegó su nombre, su poesía, y entonces entré en ese espacio que se volvió una casa.
El libro que escribí en 2016 sobre su obra, mi escritura, el feminismo y un poco más, ya quedó algo viejo, las voces del feminismo que cito, si bien siguen ciertas, ya se han abierto hacia algo que va más allá. Entiendo ahora algo que Diana quiso decirme en su momento, la teoría ya no es teoría, se transforma. De todos modos, vuelvo a releer el libro para acordarme de que necesité aferrarme a la voz de Diana como si fuera una fe, porque en ella veía la posibilidad de ser mujer y ser también, y por eso, libre. Animarse a decir, a nombrar, a crear belleza, la más profunda y pura belleza, desde la sinceridad, el deseo.
Y conmigo, Diana fue muy generosa, son casi 40 años de edad que me lleva y ella supo habitar esa diferencia con amor. La volvió un puente y me enseñó mucho, muchísimo. Si hoy puedo dedicarme a dar talleres de escritura, de poesía, es porque ella me dijo: nena, vos podés. Eso también es ser una gran maestra.
El libro que escribí en ese entonces, se titula El otro lado de las cosas, La restauración de la voz en la obra a de Diana Bellessi (editado por Blatt&Ríos, Colección Título), y todo lo que puedo decir es que me ayudó a entender por qué ella, porqué su voz, sus versos, su poesía.
Ahí, en uno de sus poemas, La cara oculta, estaba dicho todo:
Tanto de madre en cada varón liberto
aunque un poco asustado, no pueden más
y a veces yo tampoco, sí señor, o usted
señora cuentemé, no le pasa a veces?
¿Qué?,
el otro lado de las cosas simplemente.
Yo supe que Diana me mostraba algo que necesitaba ver. Era la cara oculta no de la luna, sino de mí misma. Habitar lo otro, la otredad y reunirla. Hacerme una con mis formas, mis energías, mis deseos. Animarme a ser yo. Como si eso fuera una obviedad. Diana era esa mujer que vivía su vida haciendo lo que amaba, y me mostró que podía hacer eso yo también. Y ninguna de las mujeres de mi familia había podido, y encontré a una mujer que sí. Y eso me dio fortaleza. Y por eso, aunque ella no tenga idea de semejante cosa, le voy a estar siempre agradecida.
Llevo hace varios años un archivo de notas en la compu, se llama Notas con Diana. Es un recuento, un punteo de cosas que son lindas, como si fuera una lista de lo que no quiero olvidar de nuestros encuentros, de las veces que nos vemos, de nuestras visitas.
Durante más de dos años trabajé casi todos los meses con ella. Diana me leía una y otra vez, me escuchaba, de ella aprendí eso, la profundidad de una escucha. Mis últimos dos libros tienen su escucha amorosa, así como la de otra gran maestra, Paula Jiménez España.
Febrero 2017: le cuento de mis abuelos, que cómo están, que su casa, que la parra, contame, contame, ¿sabés? vas a llegar a ser así, viejita como ellos, o más, dice, yo ya no voy a estar para verte. Pero sí, le digo, vos me vas a ver desde donde estés. Pero ella insiste en que no hay nada después.
Noviembre 2017: date tiempo para la escritura, no hagas más de lo que puedas, dejá de hacer para escribir.
Marzo 2018: un libro es una variación que se repite, los procedimientos, la forma.
Tener un jardín es tener un libro donde poner la tijera para podar y donde cultivar para mimarlo.
Pienso en Diana, le mando un Whatsapp, a veces lo lee y no contesta, pero sé que no les gusta mucho eso del chat. Debe estar ahora en su refugio al lado del río. En el refugio que abre la contemplación, la pausa, el poder mirar hacia adentro. El gran aprendizaje que ojalá todes podamos tomar. Gracias Diana, mujer hermosa, con vos la poesía construyó una red que sabe del cuidado, que recuerda lo imprescindible, tener lo que se tiene, dejame el presente.
Natalia Romero nació en Bahía Blanca, Argentina. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Magíster en Escritura Creativa (UNTREF). Publicó Nací en verano (2014, El Ojo del Mármol); El otro lado de las cosas, La poesía como restauración de una voz en la obra de Diana Bellessi (2016, Colección Título, Blatt&Ríos); Puede que la muerte mienta, (2018, Alción); ABC, Mi primera cocina (2018, Periplo); El principio luminoso (2019, Caleta Olivia).
Dirige El otro lado de las cosas, talleres de escritura.