Dossier Fractura: Witoldo en bosnio y croata
Por Tanja Miletić Oručević
Traducción: Valentino Cappelloni
No soy capaz de recordar exactamente en qué año fue que me encontré con los textos de Gombrowicz por primera vez, pero debe haber sido en algún momento a finales de los 80 y seguro antes de la guerra.
Probablemente no es común usar esa frase, antes de la guerra, al menos no es común en Europa hoy en día, en el siglo XXI. Para la mayoría de las generaciones esa frase se refiere a la Segunda Guerra Mundial, la última que la memoria colectiva recuerda. Es también un poco extraño, otra vez (estando en Europa), que una persona relativamente joven (yo tengo 47) use esa frase para marcar algún evento de su vida. Solía pertenecer a las memorias de la generación de nuestros ancestros: nuestros abuelos y sus padres. Pero cuando se tiene esa suerte dudosa, como la mía, de nacer en Yugoslavia y seguir viviendo en Bosnia y Herzegovina, la guerra es, desafortunadamente, no solo la línea demarcativa de la memoria personal, sino un punto social que separa dos mundos y dos narrativas diferentes: antes y después.
En el momento en que leí Bacacay yo era una adolescente que leía mucho. A veces no era muy justa con muchos autores que pasaban por mis manos, porque mi hambre por la literatura y la impaciencia para fluir por su mundo de brillo interminable no me dejaba prestarles demasiada atención o tiempo a muchos autores clásicos. Pero en ese continente recientemente penetrado, algunos libros y algunos autores lograron permanecer por un tiempo largo, dejando en un primer vistazo ya un sentimiento profundo de entendimiento y placer. Bacacay definitivamente fue uno de esos libros. El modo en que Gombrowicz jugaba con la realidad, con el lenguaje, con potencialidades de una idea, era un descubrimiento masivo, incluso para mi joven yo, mi yo de antes de la guerra.
Hoy en día me puedo imaginar que el tópico de las historias en Bacacay se correspondía muy bien con un lector joven: la filosofía de la inmadurez, el estado permanente de maravillarse frente a las posibilidades inagotables de la naturaleza cósmica y humana (“Un poeta es un maravillarse en el mundo”, podría escribir un poeta modernista de Bosnia), un humor profundo y visiones grotescas, cuestiones del cuerpo, físicas, la vergüenza y las cosas por las cuales nos avergonzamos. Todas esas melodías fueron probablemente armonizadas con mi yo interior de ese tiempo.
Así que continué leyendo a Gombrowicz. Justo sobre el comienzo de la guerra, cuando abandoné Sarajevo y después de que iniciara el bombardeo más potente, comencé a viajar por Europa. Trataba de encontrar algún puerto, aunque mi mundo estaba tan terriblemente conmocionado que fueron necesarios varios años para estabilizarlo un poco. Fue entonces que me encontré con Trans-Atlántico y, por supuesto, me enamoré de inmediato. El modo en que el personaje de Gombrowicz estaba dejando su país, viajando sin retorno, otra vez me movilizaba mientras me recordaba un poco a mi propia situación. Pero también me ayudó a mantener mi cabeza a flote, porque reconocía su distancia con la guerra, el patriotismo, los puntos de vista de lugares opuestos y su lucha esforzada por retener su individualidad, su propia ironía, su propio cuerpo y su propio pensamiento en todo eso. Hay un dicho polaco que es divertido (aunque estoy segura de que Gombrowicz no lo usaba): “No es mi circo, no son mis monos”, en referencia a la total indiferencia frente a algún sujeto. Gombrowicz era básicamente indiferente con relación a la Segunda Guerra Mundial, aunque esta haya sido un cataclismo histórico. Yo era indiferente con relación a mi guerra también y mis sentimientos hacia sus líderes estaban en algún lugar entre el desprecio y el sarcasmo.
Cuando me encontraba estudiando dirección teatral en Cracovia, un profesor nuestro, un especialista conocido por montar obras de Gombrowicz y adaptaciones de su prosa, nos propuso hacer una performance en la que nosotros, los estudiantes de dirección, interpretaríamos partes de sus diarios, como monólogos de fragmentos elegidos y montados por nosotros. Elegí un fragmento temáticamente relacionado con Trans-Atlántico, los momentos del viaje a la Argentina y los pensamientos de uno en la situación en que, por decirlo, se cancela la biografía o se reinicia. No recuerdo muy bien cómo fue que la monté y podría estar muy segura de que no fue muy buena la actuación, pero recuerdo dos puntos que usé en el show, que hicieron una especie de link íntimo entre mi lectura de los diarios y yo misma: uno era un instrumento de madera sencillo, de mi país, que estaba usando (lo había llevado y probablemente era un regalo, pero su existencia era bastante absurda porque yo venía huyendo de Sarajevo con lo mínimo, así que mucho tiempo después de la guerra mis posesiones eran varios libros… y un instrumento de madera). El otro punto de la obra, que el profesor reconoció como muy gombrowicziano, era la presentación de un agujero en la media (que yo había descubierto durante los ensayos). Era algo vergonzoso, bajo, pero al mismo tiempo íntimo y corporal.
Como no soy una traductora profesional, sino una directora de teatro, puede parecer extraño que haya traducido algunos textos polacos y que Bacacay haya sido publicado dos veces, en Sarajevo y en Zagreb. De hecho, yo había comenzado a traducir Bacacay por placer y teniendo en mente a varios amigos, escritores y teóricos literarios, con quienes había hablado de Gombrowicz antes. Pasó que no muchos de ellos habían leído Bacacay, pero todos conocían los diarios bastante bien y la mayoría había leído algunas de las novelas tardías. Sentí la necesidad de compartir con ellos y también de recordar la fascinación hacia el trabajo del Gombrowicz joven que había sentido en mi propia juventud. Entonces sucedió que algunos de mis amigos enviaron la traducción a un publicista y el editor Ivan Lovrenović, que es maravilloso y que en ese momento estaba editando clásicos, quiso comprarla para una revista. Él quedó muy satisfecho con la calidad de la traducción y yo fui muy afortunada por el hecho de que el libro se publicara en una cantidad grande de libros de bolsillo, baratos, que se vendieron por toda Bosnia y Herzegovina. Tuve el placer de conocer a varios lectores, personas de pueblos pequeños sin relación profesional con la literatura, que me decían lo mucho que les gustaba el libro. Después, un publicista de prestigio de Zagreb, Fraktura, hizo la edición croata con mi traducción, con un diseño muy elegante.
Estoy bastante segura de que Witold Gombrowicz es nuestro contemporáneo. Su desconfianza profunda en esas grandes ideas como el patriotismo, la nación, la religión, su individualismo combinado con su auténtico humanismo, como una “iglesia de relaciones humanas”, podría ser una respuesta maravillosa a los desafíos del mundo en que vivimos.
Creo que mi próxima aventura con Gombrowicz será la traducción de sus diarios. Ese libro es realmente importante y significativo para mis amigos en Bosnia y Herzegovina, y en la extinta Yugoslavia, donde fue traducido hace cincuenta años. Estoy segura de que, en su lenguaje y fraseología contemporánea, nuestra experiencia humana puede estar incluso más cercana a los pensamientos que Witold Gombrowicz escribió durante muchos años en ellos.
Fuente: Revista Witolda.