Evita, el Ángel de la Historia
Por Santiago Asorey
Cuando Walter Benjamin habla del ángel lo presenta como irrupción en la linealidad de la historia durante un instante. El ángel de la historia es la posibilidad de redención, es el ángel que visiona las ruinas de la historia invisibilizada por las clases dominantes. El ángel viene a destruir el orden arbitrario, el estado de excepción que las clases dominantes imponen jurídicamente a las clases postergadas como violencia legitimada. La figura del ángel emerge como destello revolucionario desde las entrañas del pasado, pero su duración es solo momentánea. El mismo motor del progreso capitalista lo borra, aun cuando el ángel haya mostrado la mentira de esa historia de progreso lineal que el capital ha impuesto. El ángel reclama una justicia y una manera de percibir la historia que no esta inscripta en esa historia. Es decir una forma distinta de pensar la historia. En el Peronismo ese ángel es Evita. El análisis de la figura de Evita y la dimensión de su huella afectiva en la política argentina puede pensarse como un suspiro de siete años que vino a irrumpir la historia vulnerando la versión ofrecida por las clases dominantes. Su muerte, lejos de ser su fin, ha sido el inicio de la promesa eterna de retorno. La figura de Eva guarda, entonces, en sí las dos caras: la del ángel y la de una figura profana de violencia verbal. Tal vez esas dos aparentes caras de Eva no representen en realidad dos caras, sino justamente distintos elementos necesarios de un ser múltiple que se nos manifiesta irrepresentable en su totalidad.
Benjamin, a través de la tradición mística judía, dice que “el Mesías no viene únicamente como redentor; viene como vencedor del Anticristo”. Surge ahí una coincidencia con una lectura de la teología cristiana, pues en el Evangelio de San Mateo podemos encontrar una versión similar en la palabra de Cristo: “No creáis que he venido a traer la paz; no he venido a traer la paz, sino la guerra. Porque he venido a poner discordia, entre el hijo y el padre, entre la hija y su madre, entre la nuera y su suegra; de modo que tendrá cada uno por enemigos a la gente de su propia casa”. La figura mesiánica, entonces, implica también la contradicción de una violencia divina, pero no por eso disminuye su capacidad de redención. Los antiguos cristianos esotéricos comprendían la fuerte carga metafórica de este fragmento en el sentido de una profunda ruptura en la historia con el advenimiento de la Nueva Alianza. La ruptura es también sobre la forma en que se representa la historia, es decir las maneras en que se disputa la hegemonía sobre el concepto de la historia. Si el capitalismo multinacional ha construido un tiempo vacío y homogéneo donde la linealidad de sucesivos presentes nunca es afectada, el Peronismo le opone un tiempo de rupturas y de profundas significaciones cíclicas. La violencia del capitalismo multinacional expresada constantemente en los fondos buitres, en la usura del Poder Financiero y en las corporaciones transnacionales es camuflada por sus mismas formaciones discursivas. Por otro lado, el Poder Financiero denuncia la violencia simbólica de todo aquello que se le resista. Esa violencia establecida por el Poder Financiero no es meramente simbólica o metafórica sino literal, constitutiva de realidad material.
“Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto.” La frase fundamental de Raúl Scalabrini Ortiz nos permite trasladar el significado espacial del subsuelo a un significado histórico de elementos que no eran visibles, que pertenecían al inconsciente reprimido de la historia. El Peronismo fue la visibilización de esos elementos, como el Kirchnerismo recuperó esa tradición rescatando los actores sociales desplazados hacia las ruinas del neoliberalismo. Ahora, ese surgimiento múltiple y diverso ideológicamente no permite un entendimiento de la política como instrumentalidad. Es decir, el concepto burgués de lo político como sujeto estable que comprende y domina al objeto cerrado. Tanto la izquierda y sus conceptos superestructurales y estables de la clase obrera, como la derecha oligárquica comparten la epistemología del capitalismo positivista e instrumental. Niegan las contradicciones y las obturaciones de la realidad.
El Peronismo expresa a veces esa complejidad en una dificultad ideológica, en un nunca dejarse apresar totalmente. Le es propio un fuerte elemento de extrañamiento. Sus formas de percepción excedieron largamente las dimensiones de lo político en términos superficiales de un sujeto que puede ser delimitado y clasificado por la ciencia o por la moral o la estética de las clases dominantes. Así se entiende la frase del Gatica de Leonardo Favio: “yo nunca me metí en política, siempre fui peronista”. Lejos de ser una frase conservadora y negadora de lo político, esa frase muestra hasta que punto el Peronismo como política representa las raíces de las clases populares. En Evita coexiste esta compleja relación entre lo sagrado y lo profano como parte de una misma redención. La figura de Evita, como figura mística condensa esta relación de desconocimiento que abre al Peronismo a la historia y a la esperanza de un porvenir. Evita es ahí signo de un lenguaje sagrado, de una historia olvidada por la ciencia de la razón colonizadora.