El desafío de Scioli: inventarse o perecer
Por Daniel Mundo
Pasa el tiempo, las horas y los días, y la sensación no cambia, ni para bien ni para mal: se mantiene ahí, congelada, con dos miserables puntos de diferencia.
Por lo general me considero de aquellas personas que critican la política del espectáculo que conocimos en un pasado no tan lejano, y prefieren leer la realidad desde una perspectiva diferente a la de las encuestas y los enunciados ad hoc. La encuesta es uno de los rostros del espectáculo, porque quiere reducir la realidad a los datos matemáticos que la traducirían, así como el espectáculo estereotipa los gestos de los actores y los convierte en estrellas.
Culpamos a las encuestadoras, pero las encuestadoras se acostumbraron a funcionar como una prostituta que le ofrece a cada cliente lo que el cliente paga. Pero ¿no caímos también nosotros, los ciudadanos que reflexionan sobre la política, en la misma trampa? ¿Quién de nosotros fue capaz de enfrentar con argumentos a los números implacables, con razones a la contundencia de los porcentajes? No hubo ni un análisis que yo conozca en esa dirección. Por lo tanto, nosotros somos tan responsables como los periodistas que propalaban esa información de la encuesta no chequeada; como las encuestadoras que construyeron como la realidad lo que no eran más que sus intereses mezquinos; y como los políticos que no se atrevieron a ver la realidad sin las anteojeras que les aseguraban que las cosas eran como ellos creían que eran. Qué difícil debe ser gobernar una realidad de la que no se tiene información fehaciente.
Hay dos hipótesis generales: o que Scioli no logró desprenderse del discurso kirchnerista, sin ser considerado sin embargo un kirchnerista puro; o que Scioli no logró enfrentarse todo lo que debería haberse enfrentado al discurso macrista. Hay un punto donde ambas interpretaciones se cruzan: Scioli no tuvo un discurso propio. Ésa era la simpatía que podía llegar a despertar. ¿Se está a tiempo de revertir esta realidad? Depende de las agallas que se tengan.
Los discursos de los políticos no pueden limitarse a traducir la realidad —como hace el discurso de la encuesta, que traduce a porcentaje y dato matemático una opinión por lo demás voluble—: los discursos políticos deben inventarla. Deben conseguir que la realidad se amolde a sus palabras, y no sus palabras a una realidad independiente y previa. Ésta es una de las características fuertes del discurso kirchnerista, que se alimenta de sus derrotas, porque las derrotas testimonian la impotencia de esas palabras para construir lo que todos entendemos por realidad. Ahí hay que buscar nuevas palabras.
Qué gane o pierda Scioli dependerá de su capacidad de inventar la realidad. Los números híperracionales o irracionales de las encuestas suplen esta incapacidad de los políticos para crear una razón común. ¿Cómo? Porque las encuestas les dirán lo que ellos deben limitarse a repetir: seguridad, educación, narcotráfico, honestidad y un puñado más de palabras que se vacían de sentido en cuanto no encarnan en una realidad. No es lo mismo una promesa que una convicción. Hay que aceptarlo: los políticos son actores, no fantasmas o títeres de sus promesas bienintencionadas. Si Scioli quiere ganar, debe empezar a tener un discurso propio, no que lo diferencie del discurso kirchnerista, quizás, pero sí que clarifique el futuro que va a inventar y que dependerá sólo de él. El proyecto es la realidad. Debe diferenciarse con claridad, sí, del discurso de Macri y del macrismo, cosa que no le va a resultar fácil. Éste también es un discurso de la repetición y las encuestas.
La década ganada fue maravillosa. E irrepetible. Lo que se abre es una época nueva que tendrá que descubrir su propia capacidad imaginativa.