La bipolaridad y una cuestión de clase

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La bipolaridad y una cuestión de clase

17 Noviembre 2015

Por Santiago Gómez* – Desde Florianópolis.

Con el objetivo de promover su enriquecimiento a través de la venta de libros, Nelson Castro volvió sobre el supuesto diagnóstico de bipolaridad de la Presidenta que habría realizado un psiquiatra que no está vivo para desmentirlo y esparció su tesis tanto en el diario PERFIL como en diversos medios del Grupo Clarín. Sus palabras, lejos de evidenciar sólidos conocimientos científicos adquiridos durante su formación médica, muestran a las claras la ligazón entre la psiquiatría y la represión social que hay en los orígenes de dicha disciplina. Diversas instituciones psiquiátricas en el mundo se han manifestado contra la utilización del manual de diagnósticos psiquiátricos, sobre el que Castro realiza sus afirmaciones, no sólo por la falta de evidencia científica del mismo sino también por las consecuencias sociales que la estigmatización acarrea. Lamentablemente, vivimos una época en la que a través de la criminalización o psicopatogización de determinadas conductas se busca el mantenimiento de un orden social deseado y restarle valor a la palabra de los diagnosticados.

No es la primera vez que el periodista de Clarín recurre al diagnóstico como acusación para desvalorizar la palabra de alguna dirigente política, recordemos sus diagnósticos salvajes sobre Elisa Carrió o sobre la Presidenta de la República, ni esta práctica es solo a él que le pertenece. Para la elaboración de su libro el periodista, que también es neurocirujano y a quien diversos profesionales criticaron por diagnosticar a una persona a la que no asistió, esta vez manifestó haberse basado en evaluaciones realizadas por profesionales que habrían tenido contacto con la mandataria, entre ellos, Alejandro Lagomarsino, quien habría sido la fuente que pasó la información al periodista Franco Linder de PERFIL.

Falta de ética

Permítanme detenerme en dos aspectos que hacen a las profesiones de la salud y al periodismo. En ambas rige el secreto profesional, respecto a la fuente y a lo dicho por aquellos que nos honraron para atesorar su testimonio. La violación del mismo es un delito. Castro no tuvo el más mínimo cuidado en acusar de un delito a Lagomarsino, que falleció en el 2011 y no está presente para defenderse y desmentirlo, así como tampoco se preocupó por el efecto que en los otros pacientes del psiquiatra tendría el hecho de saber que quien los trataba habría tenido el estómago resfriado.

La entrevista “con el que sabe”

En una entrevista dada al programa radial de Jorge Lanata, con el objetivo de promocionar su libro, Castro sustentó el supuesto diagnóstico de bipolaridad sobre cinco aspectos, con el objetivo de darle credibilidad a sus afirmaciones. Esto no se debe a la seriedad de los mismos, sino que el criterio establecido por el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, popularmente conocido como DSM, elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, establece que para hacer un diagnóstico deben presentarse 5 items entre varios descriptos para cada categoría clínica. El DSM es el instrumento con el que trabajan la mayoría de los psiquiatras.

Sirva aclarar que tras la última edición del manual, el DSM V, el National Institute of Mental Health (Instituto Nacional de Salud Mental) de EE.UU, agencia gubernamental de investigación, dejó de hacer uso de dichas clasificaciones por las polémicas que el DSM viene generando. En el año 2013 un amplio grupo de psiquiatras de residencia británica envió una petición formal al Colegio de Psiquiatras del Reino Unido para abolir los sistemas de clasificación diagnóstica, tanto el DSM, como la versión inglesa, el CIE. Entre los argumentos esgrimidos, los profesionales sostuvieron que “El uso continuado de los sistemas de clasificación diagnóstica para la realización de la investigación, la formación, la evaluación y el tratamiento de las personas con problemas de salud mental es incompatible con un enfoque basado en la evidencia, capaz de mejorar los resultados” .

Basta remitirse a la memoria popular para evaluar la seriedad de las afirmaciones vertidas por el periodista. Castro compartió con la audiencia que un psiquiatra le dijo que a Cristina “la muerte la paraliza”, “altera su capacidad de enfrentar situaciones determinadas”. Alcanza con recordar el comportamiento de la Presidenta tras aquel fatídico miércoles en que perdió a su compañero de toda la vida, y recordar que al lunes siguiente se presentó a trabajar. Las cientos de miles de personas que pasaron por la Casa Rosada a despedir los restos de Néstor Kirchner son testigos de que la muerte no alteró su capacidad para enfrentar situación alguna, sino que las encaró con una grandeza envidiable.

Es propio del discurso psiquiátrico explicar una conducta a partir de una supuesta psicopatología y avanzar escribiendo la novela que el profesional quiere contar, deshistorizando las conductas, desligándolas de cualquier referencia con el contexto social y el momento histórico en el que acontecen. Si lo que el profesional necesita demostrar es que una persona es paranoica, dirá que la persona dice que la persiguen o que hay un complot contra ella. En su seminario “El poder psiquiátrico”, Michel Foucault indicó que a la psiquiatría la precede el poder antes que el saber, es decir, no es porque saben que tienen poder. Prueba de ello fue cuando Castro, para sostener el supuesto “diagnóstico de narcisismo” de la Presidenta, contó que le preguntó al psiquiatra que la habría atendido “cuando está con usted solo, de qué habla”, de ella, le habría contestado el profesional. Esa sería la prueba del narcisismo de Cristina. Qué valor de prueba tiene si es la misma respuesta que podemos dar todos aquellos que hemos hecho algún tipo de psicoterapia o que hemos trabajado como terapeutas. Las personas en el psiquiatra, psicólogo, psicoanalista o terapia van para hablar de ellas.

El diagnóstico como un mecanismo de represión social

Hace algunos años, en la Contratapa de Página/12, Juan Gelman publicó un artículo titulado “La doma de los jóvenes bravíos”, en el que se refirió al diagnóstico de Desorden de Oposición Desafiante (ODD, por su silga en inglés), también elaborado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, el cual se utiliza para los jóvenes que muestran “un comportamiento negativo, hostil y desafiante”. Los síntomas incluyen “desafiar o negarse activamente a cumplir las demandas y normas de los adultos” y “discutir a menudo con ellos”. Es decir, el comportamiento esperable y deseado en un adolescente, en una sociedad represiva como la estadounidense se diagnostica, después se imprime, traduce y luego es cuestión de esperar para que los psiquiatras locales realicen lo mismo.

La vinculación entre represión social y psiquiatría no sólo se hacen evidentes al pararse en la guardia de un neuropsiquiátrico y ver desfilar los patrulleros llevando personas para ser encerradas por profesionales de la salud, sino que se encuentra en el origen mismo de la psiquiatría. Le debemos a Zaffaroni nuestro conocimiento sobre “el primer manotazo de los médicos” para la patologización del crimen. En 1563 el médico holandés Johann Wier publicó en Basilea De Praestigüs Daemonum” (Las tretas del demonio), en el que sostenía que las brujas eran enfermas melancólicas. De este modo sustraía a las brujas del poder de los inquisidores y las psiquiatrizaba. Según el ex juez de la Corte Suprema, “esa obra es la primera tentativa de patologizar y medicalizar el crimen, o sea, de apoderarse de la cuestión criminal por parte de los médicos”. Es decir, los médicos determinando cuál es el lugar en la sociedad que a una persona le corresponde.

El Presidente como un empleado.

Las declaraciones de Nelson Castro no se deben a su formación médica sino que corresponden a la misma visión de la sociedad que expresaron las declaraciones de Alfonso Prat Gay sobre el curriculum vitae. Del mismo lado se ubicaan los periodistas que acompañan a Lanata en su programa radial y le preguntaron a Castro si en algún país se le hace un psicodiagnóstico a quien desea ocupar la presidencia de una república. Estos tres elementos evidencian una concepción empresarial de la democracia, de quienes consideran que quien ocupe el sillón de Rivadavia debe cumplir con los mismos requisitos que cualquier empleado: presentar antecedentes laborales, preferiblemente no residir ni provenir de lugares donde la mayoría tiene el color de nuestra tierra, y en caso de cumplir con los requisitos, se le realice un psicodiagnóstico que determine si se lo puede poner en funciones.

¿Qué se escondería detrás de esta clase de planteos? Permítanme el recurso retórico, ya que es claro que está todo sobre la mesa y que detrás no se esconde nada, sino que en dichas afirmaciones está la respuesta: dejar la toma de decisiones en manos de los especialistas, de los que saben. Es Macri en el congreso de Idea prometiendo que en caso de ganar, el próximo año llevará ahí a su gabinete para que “los que saben” le digan lo que tiene que hacer. Son los que dicen que para gobernar no hacen falta militantes sino técnicos, no se necesitan ideologías sino el saber de los profesionales.

No creo en la validez de los diagnósticos, diez años de ejercicio profesional me han demostrado la inutilidad de los mismos, junto con los cientos de miles de personas que estuvieron o están internadas en manicomios por décadas sin que se les haya dado el alta. ¿Saben de alguna rama de la medicina que deje por años a una persona internada sin que esté en coma o imposibilitada de movilizarse? Me tienen sin cuidado los efectos de la palabra de Nelson Castro sobre la Presidenta, ya que dicen más de él que de ella. Pero sí me interesa relativizar la palabra profesional y restarle peso, porque mientras Cristina ha demostrado fuerza suficiente, son cientos de miles las personas y familias que por un diagnóstico psiquiátrico pueden ver arruinadas sus vidas o que ven que su palabra no tiene valor por haber sido diagnosticado psiquiátricamente o tomar psicofármacos en tiempos en que son un bien más de consumo.

 

* Periodista y Lic. en Psicología.