Una Nicaragua distinta, un sandinismo “aggiornado”

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Una Nicaragua distinta, un sandinismo “aggiornado”

06 Agosto 2016

Por Sergio Ferrari, de regreso de Nicaragua (*)

La Nicaragua de hoy es distinta a los años ‘80, aquellos en que la Revolución Popular Sandinista provocó una enorme efervescencia social interna. Y logró convocar una no menos intensa solidaridad internacional hoy sumamente reducida, en todo caso en la mayor parte de los países europeos y latinoamericanos.

Entre 1979 –toma insurreccional del poder- y 1990 –derrota electoral-, el Gobierno revolucionario impulsó un proceso de reconstrucción nacional que fue torpedeado desde la Casa Blanca con una guerra de agresión. El saldo fue dramático para un país que entonces no llegaba a los cinco millones de habitantes: más de 40 mil víctimas y no menos de 17 mil millones de dólares en pérdidas, según datos del Tribunal Internacional de La Haya, es decir el equivalente de casi cincuenta años de exportaciones a los valores de 1980.

Revolución y contrarrevolución; reconstrucción versus guerra de agresión, fueron en esa década los parámetros políticos de una Nicaragua condicionada por un escenario mundial bipolar y de guerra fría.

Luego de 17 años con tres gobiernos sucesivos de neto corte neoliberal, el sandinismo volvió al Gobierno en enero del 2007. Inició allí lo que su dirigencia  caracteriza como la “segunda etapa de la revolución”, definida como “cristiana, socialista y solidaria”.

Para el Gobierno la estrategia principal hoy es la “lucha contra la pobreza”, en el marco de una política de “reconciliación nacional” que ha llevado al sandinismo a negociar con la jerarquía de la Iglesia Católica (e importantes sectores evangélicos) y con sectores pudientes del empresariado. “Al país lo sacamos adelante entre todos o se convierte en una nación inviable”, afirmaba un importante dirigente sandinista en una reciente entrevista realizada en Managua. El mismo subrayaba la intención de convertir a cada “beneficiario” de los numerosos programas sociales oficiales en “protagonistas-actores” de este proceso en marcha.

Es evidente que Nicaragua no quiere volver a vivir la guerra ni la tensión interna. El pueblo nicaragüense ya puso sobre la gran mesa de la historia de la humanidad su aporte desmesuradamente grande de combates, lucha armada, insurrección, guerra de defensa, sangre, dolor, lágrimas y coraje.

Gran parte del nuevo lenguaje un tanto esotérico de algunos de sus dirigentes –no siempre fácil a comprender con la lógica que predomina en la vida política europea o en el racionalismo analítico intelectual- busca, esencialmente, reforzar la paz y la reconciliación. Y mejorar las condiciones de vida del pueblo nica.

Y esos valores de paz –reconciliación, se los han apropiado incluso importantes grupos de la juventud, que aparece como el sector más dinámico -en particular las jóvenes mujeres- de apoyo al sandinismo. Sin embargo, una juventud, que según incluso militantes históricos, tiene hoy menos formación política e ideológica que en los años ochenta. Lo que puede anticipar una fragilidad a largo plazo para el partido en el Gobierno en caso de no revertir esta tendencia. Partido que, paradójicamente, a pesar de esa participación juvenil, no parece plantearse el tema de la renovación generacional de la máxima dirigencia. Daniel Ortega será de nuevo candidato a presidente para proseguir por cuatro años más al frente de la gestión de Estado si gana las elecciones del próximo 6 de noviembre.

No faltan las críticas de parte de una oposición extremadamente debilitada –y del periódico derechista La Prensa- sobre la fuerte presencia de la familia Ortega en la gestión del Estado. Y sobre  hechos de corrupción que golpean ámbitos de la gestión gubernamental. La corrupción es una acusación penetrante. La dirigencia sandinista asegurar controlarla institucionalmente, pero no la tematiza públicamente. Es casi un tabú en la agenda cotidiana.

Nicaragua 2016. Continuidad de los ‘80 en gran parte. Diferente en muchos aspectos: mejores rutas interurbanas en todo el país; electrificación al acceso de la mano; salud y educación gratuitas; una Managua esotéricamente iluminada con árboles de vida artificiales gigantes; acceso al consumo instalado. Y donde el sandinismo aggiornado, electoral, institucionalizado, se expresa como una fuerza “pragmática” responsable de dirigir un Estado sin renunciar a su discurso antiimperialista. Promoviendo alianzas regionales como el ALBA y reforzando el polo progresista en una Latinoamérica que enfrenta hoy una nueva contraofensiva anti-popular, si se tiene en cuenta el golpe parlamentario en Brasil o la victoria electoral del proyecto neoliberal salvaje de Mauricio Macri en Argentina.

Nicaragua es distinta. Nada ni nadie es igual 40 años después… Con un nuevo sandinismo donde el plan nacional prevalece hoy sobre los ideales socialistas de sus orígenes. Y donde las consignas combativas de los ‘80 dejan lugar a directivas precisas de desarrollo (“paz y trabajo”) en uno de los países más empobrecidos de nuestra América.

 

(*) Cobertura especial. La fotografía que ilustra esta nota fue tomada por el autor en Managua, el 19 de julio último, durante los actos centrales por el trigésimo séptimo aniversario de la insurrección con que en 1979 comenzó la década de gobierno sandinista.

 

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