Entre la angustia y el miedo
Terror es una palabra que me remite a dos cosas que no se relacionan entre sí, o que para relacionarlas habría que practicar una torsión conceptual importante: el terror político y el género de terror. El primero denostado por la democracia liberal y el progresismo; el segundo, por el campo literario. El terror es un sentimiento extremo que sin embargo media entre el miedo y la angustia.
Recuerdo cuando leí en continuado El exorcista (la novela de William Blatty), El Resplandor y Cementerio de animales, dos novelas de Stephen King (el Rey del Terror) traducidas por César Aira (en esa época era un seguidor fanático del escritor de Caballito). Se ve que buscaba experiencias extremas. Lo que relaciona a estas novelas es una fuerza extra-terrestre (el diablo y los fantasmas) que interrumpe esa vida reconciliada y tranquila que lleva adelante una familia de clase media. A la noche, cuando quería ir al baño, despertaba a mi pareja de esa época porque no me atrevía a levantarme solo. Creo que ya no lo haría: uno se acostumbra a todo.
El terror político recorre otro andarivel: recordemos que la escena periodística de descuartizamiento que abre Vigilar y Castigar representa el final de una forma de castigo, que de allí en más se “humanizaría”. Los engranajes del terror político nacen cuando esa escena se prohíbe (voy a decir una obviedad: se prohíbe la escena, la representación del acto, no el acto en sí): la guillotina funcionando a troche y moche en la París jacobina; las purgas stalinistas de la década de 1930; la persecución, encarcelamiento, deshumanización y exterminio en los Campos de Exterminio nazis; y finalmente los Centros Clandestinos de Desaparición en la Argentina neoliberal de los setenta. Por supuesto que hay muchos otros períodos de terror en la historia de Occidente en general y en la de nuestro país en particular, pero con esta seguidilla podés hacerte una idea aproximada de lo que pretendo mostrar. Cuando no se puede desempatar un enfrentamiento histórico, cuando otros no aceptan las reglas hegemónicas del juego político, la fuerza del Estado toma a su cargo la expurgación de esa parte de la población, y la extermina. El complemento del exterminio es la atomización extrema, el aislamiento y la incomunicación, semillas putrefactas de las que nace el terror. Para que haya sensación colectiva de terror no debe haber comunidad. Pero como no hay ningún régimen eterno, estas políticas pasan, vienen luego los tiempos de resarcimiento y “justicia”, y la vida se ordena en un tipo de convivencia liberal que hoy día nos parece la más normal de todas. La clase media ganó la partida.
Hasta acá, un fondo histórico pintado a brocha gorda. Cualquier link que pruebe ahora de relacionar este fondo con lo que sucede en la Argentina macrista sonará forzado. Tengo la sensación de que sólo los usuarios de la Paco Urondo podrán entender lo que sigue. Debemos aceptar que si el terror es lo que acabo de enumerar, no podemos decir que vivimos bajo un régimen de terror, más bien al contrario: vivimos bajo un régimen que quiere normalizar y “pacificar” hasta la más mínima discusión política. Normalizar y “pacificar” quiere decir acá no levantar la voz y explicar cualquier gesto desmesurado con una sonrisa y transmitiendo confianza aunque lo que se diga no tenga ningún contacto con la realidad. Cuando Menem practicaba la misma estrategia de distracción (las novelas de Borges, la Ferrari), nos causaba risa; hoy nos da miedo. Lo que antaño se llamaba “la prensa” cumple en esto una función fundamental, porque carga sobre sí varias funciones: una parte de la realidad hay que invisibilizarla, no debe ser dicha ni mostrada (en esto, Página 12 actúa de modo semejante a Clarín); al mismo tiempo debe indicarle a los poderes políticos la envergadura de su poder real, amenazando entrelíneas con bajar el dedo (y todos sabemos qué significa en este contexto “bajar el dedo”: con tres tapas se derroca un gobierno; en este caso el ejemplo de Página 12 no cumple ningún papel); y liberar así una fuerza mediática que como un animal desbocado se llevará puesto lo que se le ponga delante. Es cierto que para esto falta todavía la figura que venga a domesticar a este animal peronista. Pero esta figura tampoco estaba en 1989 (a Menem le llevó varios ministros de economía encontrar la fórmula para detener la “híper”) o en el 2001 (aunque aquí el Padrinazgo era un poco más evidente, también llevó varios presidentes de un día encontrar al Mesías Duhalde).
Nada de esto ocurrirá. Esta consigna es la que se pasan cantando a tambor batiente por cuanta pantalla se les ponga adelante toda la troupe de políticos de cualquier laya (nadie quiere quedar pegado a la mecha). Los comentaristas por su lado hacen su tarea de lo más contentos: dan miedo, algunos diciendo: están moviendo las piezas que conducen al Gran Jaque Mate; otros dirán: no tienen oído para la protesta social; y los del medio repiten: si a este gobierno le va bien, le irá bien a todos los argentinos. A buen entendedor, pocas palabras. Cuando el ordenador o animador del programa les da la orden de cambiar de temática, los comentaristas giran en sus sillas y pasan a otro tema: lo desbocado de los impuestos, los millones que se robaron de dólares o de pesos (según sea el que denuncia: el periodista “liberal” y democrático hablará de los millones de dólares de Báez, López y Cristina; el periodista K, gritará de los millones de pesos sin declarar de la vicepresidenta), la inflación indetenible, la caída del salario y finalmente el aumento desproporcionado de la desocupación. Acá ya no es el miedo sino la angustia lo que se excita: esto también te va a ocurrir a vos, que no sos más que un dato quebradizo en una ley de probabilidades matemáticas. Es el calidoscopio nacional se favorece ciertas figuras y se desacredita otras de manera ostensible y brutal.
El terror es el punto intermedio entre un sentimiento y el otro, entre la angustia y el miedo. Por ahora tan solo nos bamboleamos entre uno y otro como hacen los gallos de chapa en los techos de las casas para saber de qué lado sopla el viento. La pregunta decanta por sí sola: ¿se despertará la bestia que en su desesperación asolará en una sola noche esta ciudad de clase media, destruirá en unas horas las vidrieras que ofertan sus hermosos productos inalcanzables, y hará estallar los vidrios de los miles de automóviles que duermen en la calle, luego de un fatigoso día de traquetear de acá para allá? La policía y la gendarmería, pertenecientes a las mismas clases sociales que los sublevados, se unirán a ellos y acribillarán a los que deberían proteger. Por solidaridad, incluso algunos individuos más o menos agrupados de otras clases sociales romperán sus hábitos y se sumarán a la protesta, algunos periodistas entre ellos. Pero esta vez la acción no se estancará en las eternas discusiones organizadas en la esquina más sucia del barrio, dirigidas por trasnochados representantes de la revolución permanente, sino que pasará a los hechos. ¿Qué atacar primero: el palacio de gobierno, las centrales eléctricas, los canales de televisión? ¿Lo imaginan? Estamos en otro género menor, la ciencia ficción ballardiana. Nada de esto ocurrirá.
Ya se pusieron en marcha los mecanismos pedagógicos que en esta era multimedial funcionan para aplacar a la bestia, que ya no viene de afuera sino que duerme entre nosotros. ¿Alcanzarán el miedo, el deseo de una vida que nadie vive, la represión editorializada y la amenaza de justificar el asesinato por mano propia? Ya lo sabremos.
Sin querer infundir terror, ojalá que el tiro nos salga por la culata.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)