Averiguaré lo que pasa en Paraguay, por Adrian Dubinsky
Ayer leí una nota, que agradecemos infinitamente ante la falta de información constante, sobre los hechos acaecidos en nuestro vecino Paraguay. El motivo de que haya tan poca información sobre el país limítrofe obedece a innúmeras razones. Desde que Paraguay fue invadido por la Alianza de la triple infamia integrada por Brasil, Argentina y Uruguay en 1865, se instaló que no es viable para el resto del continente un país independiente, autónomo y con soberanía política. Durante el Siglo XX se constituyó como un país mediterráneo que obligaba a su población a emigrar, y de allí que nuestro mayor conocimiento de Paraguay sea a través de los paraguayos que viven aquí, de su tesón de laburantes -y su encasillamiento- de las artes duras misturado con su contrastante dulzura discursiva. Poco sabemos de una nación tan cercana que no tenga que ver con su fútbol o con algunas -pocas- de sus manifestaciones culturales.
Cada tantos años, los argentinos nos enteramos que Paraguay tiene una vida política a través de sus desaguisados sanguinolentos, de la confirmación de los prejuicios del resto de la región que lo ven como un país inestable, bananero -aunque no produzca bananas- y su correlato adjetivo moderno que lo menta como un narco-estado.
Hace unos días, cuando hasta lo más progre de la sociedad política de la Argentina se había olvidado de la falacia arquitectónica que dotó al Paraguay de una ilusoria legitimidad constitucional, un hecho flamígero, literalmente hablando, se apoltronó en nuestra realidad mediada por los medios, y recontra valga la redundancia. Nos habíamos olvidado que Lugo había sido derrocado mediante una argucia constitucional antipopular y creíamos que ese factor -¡Una Nación convertida en un factor!- que incidía en el clivaje político de los vaivenes del Mercosur era un gobierno legítimo, constitucional. De pronto, el Macri paraguayo, el Peña Nieto guaraní, se erigía no solo como un presidente idéntico a cualquier otro surgido de una democracia popular sin proscripciones, sino que comenzamos a creer que podía ser visto como un paradigma de la convivencia política. Craso error.
Pero como este artículo dialoga con la nota de marras mencionada al principio, vamos a limitarnos a desgranar esa nota, y no nos vamos a adentrar más allá de las afirmaciones vertidas en la misma, a no ser que lo amerite una contextualización clarificante.
El detonante en el que hacen pie todos los medios de comunicación, tiene que ver con el intento del presidente Cartes de llevar adelante una enmienda constitucional que permita la reelección, entre otros puntos, y que a su vez, como rémora para el partido colorado -rémora sin la cual no podría haber aprobada la norma- lleva implícita la posibilidad de que se presente a elecciones cualquier ciudadano paraguayo, aunque ya haya sido presidente, aunque haya sido cura, aunque sea Lugo. En este punto nodal se basa el principio de la discusión y de la impugnación de la nota de Soler y Quevedo. ¿Acaso vemos mal, desde los sectores nacionales, populares y latinoamericanistas la posibilidad de reelección de un presidente? ¿Acaso no cuestionamos el falso republicanismo que no permite expresarse a sus ciudadana/os? ¿No creemos que el pueblo no necesariamente es manipulado y que puede elegir con sapiencia a sus conductores, aun a costa de incurrir en un error? ¿O acaso creemos que aquellos que votaron a Chávez, a Cristina, a Evo o a Perón eran unos lelos políticos que nosotros manipulábamos a nuestro antojo? No veo nada mal en la reelección, incluso indefinida, si sus ciudadanos lo refrendan en una constitución discutida, elaborada sesudamente y sometida al voto popular y universal (entendiendo como universal a la totalidad de la comunidad política).
En la nota, dice que como había hecho Duarte Frutos -y no es inocente el nombre propio escrachado del expresidente-, “se apela a la figura de [la] enmienda constitucional, que en este caso habilita un período más para el presidente y los gobernadores, elimina la prohibición para la candidatura de legisladores y debilita las atribuciones del Congreso”. La primera pregunta estriba sobre el carácter constitucional de la norma: Si es una “enmienda constitucional”, ¿no es constitucional? ¿En qué debilita las atribuciones de un congreso que, paradójicamente, acaba de votar la norma? ¿Está bien prohibir la candidatura de legisladores? Sinceramente no le temo a la posibilidad de reelección, ¿o le tememos cuando no nos conviene el posible resultado? Olfateo un cierto paternalismo iluminado en la nota de estos “Coordinadores del Grupo de Trabajo de Clacso Intelectuales y Política”.
Los mismos ensayistas o denunciantes -me cierra más el mote de denunciantes- dicen que el “Parlamento […] fue un pasó allá e impulsó algo parecido a un “Senado paralelo” –compuesto por 25 senadores colorados, liberales y luguistas– que modificó los artículos necesarios para suprimir las atribuciones al presidente del Senado y disminuir la mayoría requerida para la aprobación de mociones”. Cuándo habla de un Senado paralelo, ¿a qué se refiere? ¿Acaso el monstruo con sotana de Lugo o el perfecto representante de la farsa de la democracia de Cartes sacó de la Chacarita o de los countries de Asunción a los integrantes de la Cámara Alta? Ah, ¿eran senadores votados, pues? Entonces, ¿deben ser tildados de paralelos porque no se ciñen a la línea orgánica de su partido o al designio de los intelectuales republicanos que son guardianes morales de la pureza republicana?
Más adelante, los académicos concluyen que “alentado por recientes encuestas de intención de voto que lo colocan como “presidenciable”, (Lugo) ha trasgredido las mejoras tradiciones democráticas de la izquierda paraguaya que vendría a representar, al concretar un pacto con el cartismo y comprometer los votos de senadores del Frente Guasú para la aprobación de la enmienda constitucional a través de medios reñidos con la legalidad”. Para hacerse una panzada. Ya no importa la implementación de un metrónomo que delimite el campo moral de los “buenos” enfrentados a una diacrítica expresión de lo abominable, solo queda ante nosotros, despojada de los hábitos de la academia, la pregunta retórica que nos avergüenza hacer: ¿Acaso no se puede hacer política real, intentando legitimar por medio del voto popular (un referéndum -se tendrá que dirimir mediante un referéndum- tiene mucho de eso) las posibilidades presidenciables de un candidato que vio obliterada la demostración de su capacidad como gobernante a través de un golpe de Estado legislativo? ¿O solo tiene que manifestarse, ese candidato potencial, como un orador desgañitado dotado de un virtuosismo inmaculado, pero con nula incidencia de potestas? La nota afirma que Lugo “compromete” los votos. Es decir, que obliga a sus senadores a votar lo que quiere Lugo. Ojalá fuese tan fácil. ¿Los senadores no tienen voluntad propia?, ¿o la tenían hace unos años, cuando destituyeron a Lugo, pero ahora la perdieron? Y por último, como record de falacias en una misma oración, dice que la votación está signada por medios “reñidos con la legalidad”. La pregunta parece innecesaria, pero hay que hacerla a fin de desanudar una afirmación inexacta que bien podría correr si no media un sencillo cuestionamiento: ¿es lo mismo afirmar que una ley está “reñida” con la legalidad que decir que es ilegal? O quien enuncia esa frase está apelando a una figura moral que le viene bien a su partido liberal o bien incurre directamente en una tergiversación de la realidad por medio de una argucia retórica.
Las especulaciones acerca de los turbios hechos de violencia del Paraguay son infinitas, pero el principio suele ser otro: la violencia de las clases dominantes ocurre mucho antes que la de las clases subalternas, quienes en general accionan frente a estas. Siempre voy a condenar el accionar represivo de la policía. Pero cabe dirimir si los manifestantes pertenecían a las clases subalternas o eran actores políticos con intereses concretos. Ello no obsta para que sea denunciado el accionar policial, represivo y con el gatillo fácil. De ese accionar debería despegarse, rápidamente, aquel actor que no comanda el poder de policía de Paraguay, es decir, el Luguismo. Debe condenarlo de manera contundente sin salvar ningún tipo de acuerdo previo. No hay acuerdo que melle el estado de derecho y que soslaye la contundencia de una vida segada.
Finalmente, los articulistas dejan deslizar la idea de que “tal vez la izquierda luguista tendió una alfombra roja para la reelección de Cartes y la consolidación de su neoliberalismo autoritario”. ¿No será, quizás, que quienes tendieron la alfombre roja con su silencio ante el golpe que sufrió Lugo fueron los intelectuales del silencio, los académicos de la miopía, la intelligentsia de la elite nacida al calor del stroessnerismo? ¿Mediante qué sofisma arbitrario que opere sobre los hechos concretos puede creerse que el Frente Guasú -no ya el Luguismo (y en cuya segmentación mora un objetivo comunicacional espúreo)- intenta “tender” cualquier tipo de alfombra, o siquiera un trapo de piso, para que desfile el autosuficiente y maquillado Cartes?
Me parece que lo que teme el establecimiento político imperante en Paraguay y comunica al mundo mediante sus elites, gobiernen o no, es que el Frente Guasú haya leído con lucidez los vaivenes de la política de conciliábulo parlamentario y que haya arbitrado los medios necesarios para terminar con una proscripción injusta; y más teme aún, que haya concertado una alianza con un sector progresista del partido colorado que nada tiene que ver con Cartes, que haya encontrado un aliado en Duarte Frutos (recordemos que fue uno de los sepultureros del ALCA), y que se asome a la posibilidad de revertir por medios democráticos el golpe de estado del que fue víctima el 22 de junio de 2012.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).