Las escenas del delito americano y sus perfumes de la tempestad
Por Boris Katunaric
“Los donativos impiadosos de la memoria son convocados sencillamente y a voluntad por Semasendhi. He aquí un ejemplo, en un manuscrito que ingresó conmigo a la casa de salud y que me llevé, entre otros, en mi fuga”, son las primeras líneas en una página en blanco, y a modo de advertencia sobre la historia (¿historia?) que se va a leer. Son las palabras del peregrino, personaje principal y pseudónimo que el Indio Solari adoptó para su papel en Escenas del delito americano, libro debut del ex redondo.
El concepto comic (sin desmerecerlo) no es algo que le haya gustado al Indio, sí más el de novela gráfica. Pero no hablamos nunca en términos clásicos, hablamos de una novela fragmentaria, en sentido amplio “Con El delito americano invito a un juego sintáctico y gramatical que oculta con ambigüedades -a eso me dedico- el objetivo de enfrentar al lector con el sentido de un futuro atomizado y cruel, en el cual la ciencia ha dejado de robarle tiempo a la eternidad”, nos dice el escritor. Las ambigüedades de las que nos advierte el Solari de la contratapa son, en cierto modo, una poética propia de la que no desea despegarse, sino, como se verá, se profundiza al máximo. Desapegado de los géneros tradicionales e incluso de los exponentes de la literatura nacional, la novela gráfica irrumpe en la escena literaria.
Información del futuro
El peregrino es el personaje, la voz narrativa de estas escenas. Aunque los textuales de Semasendhi funcionen como una bisagra es el peregrino quien los expone. Son escenas de la Mental Grammar Sphere, especie de cápsula en donde se pueden ver los sueños de los freaks de los setenta, internos en la clínica de Semasendhi a los desea ayudar, o algo así… ambigüedades.
La preocupación de este profesional de la salud mental comienza con el descubrimiento de que sus pacientes sueñan lo mismo, todos tiene la misma visión aterradora en cada sesión de la Mental Grammar Sphere, un rugido coral y global de visiones de un futuro próximo, perfumes de la tempestad.
“El imperio dominante cedió poder ante otros feudos. Rusia, México y una China convertida al cristianismo por obra de un sacerdote aficionado a la lisergia juegan el juego del poder. Argentina, Chile y Uruguay consiguen mantenerse apartadas del caos. Mientras, en el norte, Manhattan brilla como último bastión de la resistencia de la Nueva Roma”, nos apunta Marcelo Figueras en el prólogo y nos acerca el contexto en el que se trabaja la materia literaria, que además incluye la presencia de presente pasado y futuro como territorios de escritura: el pasado durante los setenta en la clínica hubicada en Doctor Belmes y dirigida por Semasendhi, un presente difuso en donde podemos ver al Peregrino en un escenario cantando y que incluye una escena de sobredosis, electroshock e inyección de adrenalina, y este futuro cyberpunk de estallidos revolucionarios y pequeñas guerrillas llenas de muerte química y violencia alucinógena.
Un capítulo está dicado a El material coreano, (o gas coreano), con él los cuerpos se disuelven y penetra hasta que se transforma en algo gelatinoso y las entrañas corren por toda la página (o el salón, para quien más guste). Esto se da en un contexto de “órdenes y gritos sordos”, y “puntos de acetileno cegadores” en donde un joven comandante es víctima de esta toxina, una referencia de los primeros tiempos ricoteros, pero que siempre estuvo presente en su idea original del delito americano, cuando publicaba los fragmentos en revistas de los 80.
En toda la novela se van describiendo armas y productos, generalmente químicos, invenciones de estética cyberpunk, con un lenguaje entre lo explicativo de un manual y el delirio psicodélico, algo como lo que le gustaba al William Burroughs de Expreso Nova y una imagen a lo Phillip K. Dick. Toda tecnología tiene pretensiones de biológico y a la inversa, hasta perros robots pueblan en la fauna del delito americano y hasta un órgano sexual híbrido, un implante que funciona como pene y vagina a la vez, de pretensiones corporativas, inunda el panorama social de estos sueños.
Dice Semasemdhi, las cinco oberturas nos pone al personaje como una especie de Zaratustra enajenado, de místico científico que reflexiona sobre cómo será el futuro y sus problemas (o soluciones) variando los estados de ánimo entre una arenga y un lamento, “¡Gloria! ¡Gloria al hipotálamo que dejará de ayudarnos!” exclaman sus textos. Y a la vez “Me envuelve una tristeza genuina. He sentenciado a mis amigos a flotar en un paisaje quemado por una bruma de venenos futuros. Y esto es apenas el principio”.
Como un libro de niños
“Tampoco es un cómic: es como un libro de niños, que tiene el texto de un lado y la ilustración del otro", dijo el Indio en la polémica entrevista a Rolling Stone, hablando sobre esta obra. Suena raro aunque no es tan sencillo como lo expresa el míster (Permítaseme llamarlo así). La narratividad se da en dos planos. Se va de un texto a un gráfico y a la inversa, pero nunca de manera tajante. Las escenas, bastante breves en casos, un poco más extensas en otros, dan paso a las ilustraciones de serafín que recrea gráficamente lo expresado. El autor explica con lenguaje y detenimiento científico las escenas del delito, mientras que por momentos la tipografía se va enchastrando con los colores que la rodean, o a la inversa los colores del texto van (des)tiñendo y se fugan hacia los tonos que serafín moldea.
A modo de advertencia crítica al querido lector
No espere cosas lindas, ni hits, ni demasiadas referencias ricoteras (las hay pocas y breves), ni anécdotas de la vida íntima del autor, ni poemitas lindos para adolescentes. No enfoque sus esperanzas en lo conocido. Si no ha sido lector de Burroughs, es una buena excusa para empezar, como rastreamos al Indio en influencias musicales como David Bowie o Peter Gabriel. Si usted cree en la novela clásica, o busca un libro de Rolón, está frito, angelito.
Ponga sus expectativas en lo desconocido, en lo fragmentario, déjese llevar por el perfume de la tempestad que anuncia constantemente la pantalla del Mental Grammar Sphere, déjese perturbar con las Escenas del delito americano. Acaso la intención del arte sea la incomodidad.
“El delito americano es una fábula” dice Schiwtzer (químico revolucionario o pretensioso creador de ejércitos de comunistas nazis, con lo que queda de los cuerpos de esos freaks semilúmpenes), a modo de ironía. Una impresión personal es que ante cada cosa que me produzca perplejidad la única alternativa posible es ir por más, porque ante la perplejidad que puede causar una obra deslumbrante como ésta no podemos cometer el error de quedar satisfechos, como nunca podemos quedar satisfechos con lo no dicho de la ambigüedad, hay que redoblar la apuesta. El lenguaje del Indio es tan críptico y rebuscado como en sus canciones pero aquí a nivel narrativo, y ese es, fue y será siempre su atractivo. Hoy conocemos a un auténtico y original escritor, el que sospechamos siempre. Y nos viene a romper el cráneo, salud.
Nota del autor: Sepa disculpar la desprolijidad de este texto, su escritura fue producto de condiciones adversas y errores que se dejan ver a cada párrafo. Sin embargo (para llevar agua al molino de uno) para homenajear una obra fragmentaria nada más inútil que intentar ser lineal. Gracias.