Nicolás Massot, vocero de genocidas
Por Juan Carlos Martínez
Nicolás Massot es uno de los más jóvenes diputados nacionales. Preside el bloque del PRO, no tanto por sus méritos personales sino por portación de apellido. Que es como decir por ideología.
Pertenece a una familia ultraconservadora, propietaria del diario La Nueva Provincia, cuyas páginas han estado generosamente abiertas a los sectores más reaccionarios de la sociedad.
Durante el terrorismo de Estado, el diario de los Massot fue algo más que vocero incondicional de la dictadura cívico-militar-clerical. Genocidas como Camps aparecían entre las cotizadas plumas que el diario incluía en la despiadada cacería humana.
Su tío, Vicente Massot, está acusado de haber cometido delitos de lesa humanidad. Dos de sus obreros gráficos desaparecieron en medio de un conflicto gremial interno.
En sintonía con la nueva ofensiva que agita las banderas de la llamada reconciliación, el jefe de la bancada oficialista acaba de reclamar una suerte de borrón y cuenta nueva sobre la orgía de sangre desatada por el terrorismo de Estado.
“Lo que no puede pasarnos, y no le pasa a sociedades que han vivido situaciones como la nuestra, es que generaciones que ni siquiera vivimos esa época tengamos que seguir dedicándole el tiempo que tendríamos que dedicar a los combates de la actualidad”, dijo Massot como si la historia de la Argentina y del mundo hubiesen comenzado el día de su nacimiento.
Después de todo, ¿a quién le importa el exterminio de los pueblos originarios? ¿Quién se acuerda de Roca, de Uriburu, de Aramburu, de Rojas, de Hitler, de Mussolini, de Franco, de Batista, de Pinochet, de Videla y de otros sanguinarios dictadores que sembraron muerte y miseria en este continente?
Nicolás Massot completó su propuesta haciendo hincapié en que “el desafío es superar ese capítulo con mayúscula, que implica no sólo memoria, justicia y verdad. Es también perdón”, sostuvo para estar a tono con los tiempos de impunidad que se viven en este país con genocidas como Etchecolatz en su residencia en la costa atlántica.
Quizás el diputado Massot haya imaginado a Etchecolatz de rodillas pidiendo perdón por las atrocidades cometidas mientras arroja un ramo de rosas en las aguas de la costa atlántica para rendir homenaje a las Madres y a otras víctimas de los vuelos de la muerte.
¿También imagina al genocida revelando el destino que le dio a Clara Anahí, la nieta de Chicha Mariani aquel 24 de noviembre de 1976 cuando él y Camps dirigieron el sangriento operativo en la calle 30, de La Plata?
¿Cree Massot que este asesino despreciado por su propia hija revelará qué hizo con otros niños que él y Camps repartieron como si se tratara de mascotas?
¿Confía que en nombre de la reconciliación Etchecolatz revelará todo lo que sabe sobre los chicos de la Noche de los Lápices?
¿Será capaz de decirnos todo lo que hizo con Julio López y los cientos de hombres y mujeres que pasaron por los campos de concentración donde él era dueño de la vida y de la muerte de sus semejantes?
Una cosa más, Massot. Tu descabellada propuesta no es otra cosa que un nuevo ensayo para legalizar la impunidad de asesinos, torturadores y apropiadores de niños.
Más que en los ejecutores de esas atrocidades, estás pensando en los civiles que hicieron lo suyo para que el plan criminal de la dictadura no fracasara.
Estás pensando en tu propia familia.