Hugo Pratt, los años argentinos
Ilustración: Leo Sudaka
Por Gustavo A. Ferrari
Nacido en Italia en 1927, a los 10 años su familia se trasladó a Etiopía luego de la ocupación. Luego de vivir diversas peripecias durante la Segunda Guerra Mundial (incluyendo una estadía en un campo de prisioneros en el norte de África y su repatriación a Italia en un barco de la Cruz Roja), Pratt se asienta en Venecia donde funda la revista de historietas Asso di Picche junto con un grupo de jóvenes colegas (Alberto Ongaro, Mario Faustinelli, Giorgio Bellavitis e Ivo Pavone). Hacia 1948, sus obras comienzan a ser republicadas en Argentina por otro italiano, Cesare Civita, quien luego de de recibir durante un tiempo los trabajos desde Venecia ofrece a Pratt, Ongaro y Faustinelli radicarse en Argentina. Así Hugo Pratt encara un viaje que sería decisivo para su formación personal y profesional.
El vínculo estable con la Editorial Abril y la buena paga que recibían, les permitió a él y a sus compañeros vivir cómodamente esos años. Junto con Alberto Ongaro como guionista, Pratt dibujó las continuaciones de las historias que realizaban en Italia, Asso di Picche y Junglemen. En 1951 crearon "El Cacique Blanco" para la revista Misterix y finalmente en 1954, "Legión Extranjera" publicada en Rayo Rojo.
En 1951 conoció a Héctor Germán Oesterheld quien, luego de unos años escribiendo literatura infantil y divulgación científica, estaba haciendo sus primeras armas como guionista de historietas. De ese encuentro surgió "Ray Kitt", un cuento ilustrado a la manera de folletín, sobre un detective privado. Poco después crearon una de las historietas fundamentales de la década de 1950: El "Sargento Kirk".
El "Sargento Kirk" fue un western atípico, cuyo protagonista era un desertor del ejército norteamericano que por su pasado, también era rechazado por los indios. Paria en el oeste norteamericano, junto con sus compañeros, el indio tchatoga Maha, el Doctor Forbes y el Corto Lea, terminaron actuando como intermediarios entre las sociedades de aborígenes y los blancos, tratando de equilibrar las conflictivas y violentas relaciones que había entre ellos.
Estas historias cimentaron el prestigio creciente de Pratt. Aquí consolidó su arte definitivamente, ajustó su dominio de la figura humana, aplicando grandes planos de negros y fuerte contrastes (a la manera del norteamericano Milton Canniff) mejoró su técnica de entintado y desarrolló un estilo de narración grafica muy influenciado por el cine, que cambió para muchos la forma de hacer historietas.
Para 1955, Pratt ya era reconocido como un gran maestro de la historieta, al punto que formó parte del profesorado de la Escuela Panamericana de Arte, los "Doce Famosos Artistas", que reunió a los más importantes dibujantes del país, como Breccia y Roume entre otros. Fue Enrique Lipszyc, el fundador de la Panamericana, quién editó ese año el libro Hugo Pratt, dedicado íntegramente a la obra del artista. En el prólogo de este libro, Oesterheld sostuvo casi premonitoriamente que si a sus 28 años, Pratt había hecho lo que allí se podía ver, eran inimaginables las posibilidades artísticas que lo esperaban en el futuro.
Luego de esto colaboró nuevamente con Oesterheld en la creación de otros personajes memorables, como "Ernie Pike" y "Ticonderoga Flint" y realizó sus primeros trabajos como autor integral ("Ann y Dann", "Capitán Cormorant" y "Wheeling").
A lo largo de los 12 años que vivió en Argentina, Hugo Pratt maduró como artista y persona. El joven con expectativas que pensaba a la Argentina como un punto de paso para llegar a Estados Unidos, se transformó en un artista completo, seguro de sí mismo, de sus capacidades y de sus posibilidades para narrar historias propias. A Italia volvía un hombre cuya carrera había alcanzado un pico en Argentina, pero que en su propio país era casi desconocido, un hombre que nadie adivinaría que iba a crear uno de los personajes más reconocidos de la historia de la historieta.
En su paso por este país Pratt dejó, no sólo algunas de las páginas más memorables del noveno arte, sino también un enorme legado para todos aquellos que quisieran dedicarse a la historieta después. Disruptivo como pocos, su estilo rompió con la línea del dibujo y significó, para muchos, un antes y un después en la manera de narrar. En Pratt, una línea pasó a ser el horizonte y una mancha una tropilla de caballos salvajes. Quienes tuvimos la suerte de conocer su obra, quedamos para siempre prendidos de sus personajes, de aquellas miradas, de esas historias. Porque en sus viñetas había mucho más que sólo historias de aventuras, en esas viñetas se encontraba una forma de ver el mundo.