En ruta hacia la implosión económica y la explosión social
Por Jorge Beinstein
¿Hacia donde va Argentina?, su evolución está marcada por dos tendencias convergentes que han ido tomando velocidad durante 2018: por una parte la marcha hacia la implosión económica y por otra la ruta no menos veloz hacia la explosión social. No es seguro que cada una de ellas o ambas de manera conjunta lleguen al punto de ruptura que cambie radicalmente el panorama nacional, sin embargo su desarrollo comienza a sobredeterminar el comportamiento de los círculos dirigentes.
Por un lado la economía va entrando en recesión piloteada por el FMI sin ninguna posibilidad de recuperación por lo menos en el corto y mediano plazo. La sucesión de ajustes exigida por el Fondo achicará cada vez más el mercado interno (que ya venía declinando desde la llegada de Macri) destruyendo el tejido productivo y empobreciendo al grueso de la población. Esa dinámica conduce inevitablemente hacia la implosión económica, hacia un momento en el que se desmoronan el conjunto del aparato productivo (solo unas pocas islas podrían llegar a salvarse), extendidas redes comerciales y una multitud de servicios.
Lo teóricamente esperable en esas situaciones es que el tejido social y su entramado cultural se vayan desintegrando al ritmo de la recesión para finalmente colapsar. Sin embargo en el caso argentino se está desarrollando un fenómeno poco frecuente que no seguiría la ruta establecida por la teoría: mientras la economía declina rumbo a la implosión, desde la base de la sociedad se han ido generando formas de acción no solo de resistencia sino también ofensivas que van más allá de las reivindicaciones económicas. Se trata de una tendencia que se va amplificando apuntando hacia una gran explosión popular, un posible tsunami social que amenaza sumergir al entramado institucional y mediático que sostiene al sistema.
De todos modos no es inevitable que se produzcan finalmente la implosión ni la explosión, diversos factores pueden retrasarlas de manera significativa o incluso diluirlas en procesos de degradación de gran amplitud. La recesión por ejemplo podría llegar a encontrar un horizonte de “equilibrio” bajo la forma de una “economía de baja intensidad” con un mercado interno comprimido, altos porcentajes de desocupación, subocupación, pobreza e indigencia y pequeños polos de altos ingresos, coincidente con ello las resistencias y rebeliones sociales ahora presentes podrían llegar a declinar golpeadas por la crisis económica, la manipulación mediática y la represión.
Aunque ese escenario de “paz de cementerio”, ilusión siniestra de la élite dominante, se contrapone a la dinámica financiera, saqueadora, desestabilizante de dicha élite, componente periférica de un proceso parasitario global que la sobredetermina. Y también se contrapone al visible potencial creativo de las fuerzas populares avalado por toda su historia, sin ir más lejos recordemos la revuelta de 2001 precedida por una prolongada degradación neoliberal y las grandes masacres de la dictadura militar.
El camino de la implosión
En diciembre de 2015 el equipo gobernante consideraba que la situación económica le permitiría realizar gigantescas transferencias de ingresos sin que el barco se hunda. No reparó (o subestimó) que por debajo de esa realidad existían fragilidades que se habían agravado en los últimos años, los precios internacionales de las materias primas habían sufrido un shock depresivo en 2014 lo que ensombrecía el futuro del comercio exterior y la ampliación del mercado interno, impulsado por el gobierno anterior mediante suaves subas de los salarios reales acompañadas por reducciones sucesivas del desempleo, comenzaba a tocar techo. Para seguir por la vía mercadointernista habría sido necesario, más temprano que tarde, poner en marcha una drástica estrategia de desconcentración de ingresos acompañada por el control estatal de áreas claves como las del comercio exterior y del sistema financiero y así impulsar un proceso de rápido desarrollo productivo. Alternativa opuesta a la dinámica concreta y a las aspiraciones de la alta burguesía (parasitaria, transnacionalizada) que apuntaban hacia la realización de un gran saqueo de recursos estatales y privados. Así fue como con la victoria de Macri se produjeron mega transferencias hacia los grandes grupos económicos vía exenciones y reducciones tributarias que aumentaron el déficit fiscal lo cual sumado a la liberación de las importaciones generadora de un enorme déficit comercial y a las devaluaciones del peso, provocaron concentración de ingresos, inflación y enfriamiento económico. La avalancha de déficits fue cubierta con deudas en dólares a lo que se agregó un insólito casino especulativo en pesos convertibles en dólares a altísimas tasa de interés (la orgía de las Lebacs). En el segundo año de su mandato el gobierno buscó amortiguar la recesión con obras públicas financiadas con mas deudas, dólares que además servían para tapar agujeros fiscales y comerciales y para aceitar las fugas de capitales producto de las diversas rapiñas y de la retracción de las inversiones productivas. La burbuja de deudas no podía seguir creciendo indefinidamente y la fiesta concluyó en 2018 cuando asomó el fantasma de la insolvencia y el gobierno desesperado pidió auxilio al FMI que, como no podía ser de otra manera, le impuso un plan de ajuste que va hundiendo a la economía en la depresión.
El gobierno suele echarle la culpa del descalabro financiero a la suba “inesperada” de la tasas de interés en los Estados Unidos provocando una suerte de efecto aspiradora sobre los capitales periféricos. La crisis del endeudamiento acelerado argentino era inevitable, tal vez la suba de tasas norteamericanas la anticipó un poco pero no mucho. El globo de las Lebacs tenía un límite físico marcado por las reservas netas del Banco Central, claramente inferiores al monto dolarizado de esos papeles. A lo que hay que sumar los pagos exigidos por la deuda pública directa en dólares en una coyuntura caracterizada por un fuerte déficit del comercio exterior y una persistente fuga de capitales. Eso ya era visible en 2017 y la situación se fue agravando en los primeros meses de 2018. El poder de fuego debilitado del Banco Central ante posibles turbulencias quedó al desnudo y los acreedores empezaron a olfatear escenarios de insolvencia. La pregunta es que tenían dentro de sus cabezas Macri y los integrantes de su equipo económico entre fines de 2017 y comienzos de 2018 ante la inminencia del desenlace. Algunos analistas suponen que se trató de una evaluación errónea (o de mala información) del comportamiento de los grupos financieros embarcados en la rapiña especuladora, cosa difícil de aceptar ya que los que piloteaban el negocio desde el gobierno formaban parte de esos grupos. El misterio aumenta cuando constatamos que la suba de tasas de interés en Estados Unidos era completamente previsible ya que formaba parte de la estrategia monetaria anunciada mucho tiempo antes por las autoridades de ese país. La explicación mas razonable es que la mega operación financiera montada por el gobierno se convirtió una trampa de la que no pudo (y no puede) salir, la convergencia de intereses que la sobredetermina constituye un súper poder saqueador cuya dinámica desborda a los actores gubernamentales. De todos modos la psicología de Macri, nutrida por la brutalidad cortoplacista de los negocios mafiosos1, se adapta cómodamente a esa loca fuga hacia adelante.
Los crápulas transparentes
Mientras tanto la impopularidad del gobierno crece día a día y la protestas sociales se multiplican. Argentina se encamina a paso rápido hacia una crisis de gobernabilidad probablemente muy superior a la de 2001 alentada por el derrumbe económico en curso.
La alternativa represiva no debe ser descartada, el carácter aventurero del macrismo, su raíz lumpenburguesa, el nucleo duro social neofascista que lo rodea, pueden dar pie a una tentativa desesperada de ese tipo impulsada por la declinante viabilidad de un Plan B bajo control oficialista en torno de la hipotética candidatura de Maria Eugenia Vidal que va perdiendo cuerpo arrastrada por la impopularidad del Presidente a lo que se agregan no pocos méritos propios (como el reciente escándalo a partir del descubrimiento de la utilización de fondos negros en sus campañas electorales).
Un pieza importante tanto en la instalación como en el funcionamiento posterior del gobierno ha sido y sigue siendo el opoficialismo, mezcla gelatinosa de dirigentes políticos y sindicales, donde predomina la derecha peronista pero también poblada por no pocos gorilas sueltos, que suelen combinar “criticas sensatas” al oficialismo, alguna que otra rebeldía de poca monta y obsecuencia practica. A medida que la crisis se agrava van surgiendo desde ese espacio toda clase de opciones, algunas fantasiosas y otras más realistas, destinadas a preservar los intereses dominantes, desde la ampliación del gabinete presidencial en una suerte de gobierno de “unidad nacional” hasta la conformación de una variante electoral gatopardista que remplazaría a Macri en 2019 (o antes).
Como parte del show no podían faltar las declaraciones de Eduardo Duhalde que tras vaticinar que: “el próximo presidente… va a ser Roberto Lavagna”, y luego de elogiarlo, agregaba que “el acuerdo con el FMI ayuda a salir (de la crisis), a pesar de que la mayoría de los argentinos está en contra de esa medida”2. El rostro de empleado de pompas fúnebres de Lavagna encaja bastante bien con el destino fondomonetarista que Duhalde le asigna a la Argentina sin embargo no es para nada evidente que esa alternativa u otra parecida funcionen ante a la tormenta que se avecina.
El camino de la explosión
A diferencia de las danzas cupulares y desde el comienzo del gobierno macrista se ha venido desplegando una amplia variedad de protestas populares que con el correr de los meses fueron no solo ganando en masividad sino también en autonomía, que no es total sino que aparece como una suerte de fenómeno complejo que incluye desde expresiones sociales independientes de las dirigencias políticas y sindicales, donde se hace visible la autoconvocatoria, hasta llegar a las encuadradas por dirigencias sobre todo sindicales, pasando por otras que acompañan a los dirigentes orgánicos desbordándolos en ciertos casos y en algunos colocándolos en situaciones incómodas.
Se trata de una sucesión interminable de movilizaciones populares de todo tipo, muchas de ellas gigantescas, mayormente pacíficas pero con algunos brotes de radicalización (por ejemplo las protestas del 18 de Diciembre de 2017 frente al Congreso) preocupantes para oficialistas y opoficialistas, que les hacen temer puebladas de gran magnitud en un futuro no muy lejano . A medida que la crisis se vaya profundizando ese escenario será cada vez más probable, la ola puede seguir creciendo hasta engendrar un estallido social de dimensión oceánica mucho más devastador que el huracán de 2001.
La intoxicación mediática no la ha podido enfriar, peor aún su rendimiento manipulador es decreciente, las represiones puntuales han resultado ineficaces, no han generado temor sino indignación. De todos modos desde el primer día y de manera sistemática el gobierno ha ido conformando una suerte de policía militar integrando fuerzas convencionales (policías, gendarmería, etc.), entrenándolas con asesoramiento norteamericano-israelí, dotándolas de armamento idóneo, la última novedad ha sido la decisión de incorporar a las Fuerzas Armadas a tareas de represión interna. Pero nada le asegura al gobierno la utilización eficaz de ese engendro ante una revuelta popular a gran escala. El blindaje mediático se está oxidando y el blindaje militar-policial tiene un destino incierto, mientras tanto el gobierno sigue haciendo más (mucho más) de lo mismo: continúa con su estrategia de control mediático total atacando ahora los últimos (y ya marginales) reductos críticos y desarrollando el aparato represivo convencido de la inminencia de estallidos sociales. No sabe cuando se producirá una nueva corrida cambiaria, ni cual será el ritmo del hundimiento económico (los últimos datos comparativos mayo 2017-mayo 2018 muestran, según datos oficiales, una caída del Producto Bruto Interno del orden del 5,8 %), tampoco sabe cuando ni como se expresará la bronca popular en lo que resta del año, pero enfrenta a esos y otros peligros acentuando su dinámica dictatorial, Argentina ha ingresado en Terra Incognita.