Herencia Solari: la cultura infectada
Por Juan Manuel Ciucci
Ilustración: Leo Olivera
La aparición de una biografía oficial del Indio Solari genera claro un interés superlativo en la comunidad ricotera. Encontramos allí datos, indicios, historias que inquietan aquel universo que hace ya tantos años nos conmueve. Revela además el presente del artista, su voluntad de derribar un poco el mito que él mismo significa, y que pudo apreciarse (y que ya hemos comentado) cuando editó su último disco. Es de interés también su lectura de las tensiones que con la sociedad y los poderes ha ido construyendo, y que tomó un tono extremo tras los trágicos sucesos en su último recital hasta la fecha. Algo de esto también ya hemos dicho, en un texto que pretendía ser tanto una apología de la misa ricotera como un cuestionamiento a lo que le pedimos/exigimos a este héroe del rock.
Pero quizás el aporte más sustancial de Recuerdos que mienten un poco sea la fundamentación que Solari despliega respecto a su papel como artista popular, o como intelectual, si se quiere. No son conceptos que se le escuchen decir por vez primera, pero que en esta especie de cierre que viene intentando darle a su obra, cobran un sentido que nos permite pensarlo más allá del Indio y su experiencia. Nos habla de un tiempo pasado, pero también de una actitud vital en torno a un ideario político cultural para pensar el presente.
De aquellas críticas que siempre se suman cuando alguien quiere punzar al mito, la relación con la política suele ser de las más visitadas y complejas, ya que se le pide haga algo más de lo que siempre pudo o supo hacer. Retomando sus letras o posturas, se cree debería haber sido más explícito, o más comprometido, o lo que sea. En numerosos reportajes Solari le ha salido al cruce a estas críticas, pero quizás sea en su biografía donde encontramos desplegado su línea de pensamiento. Nos permite contextualizar los pasos con los cuales ha construido el modo de pensar y encarar su relación con lo real. "Yo me considero un hombre de la psicodelia" dice, y abre un mundo de posibilidades para poder enriquecer aquello que a veces se intenta simplificar.
Su intervención en el discurso social, la posibilidad de interferir la cultura, fue parte del ideario desplegado. "Yo no me dediqué a esto para entretener a la gente, para distraerla mientras le meten la mano en el bolsillo. Yo quería crear cosas que te movilizasen. Lo cual era tan sensato como tirar un tiro al aire, lo sé, porque éramos una minoría. Pero, de un modo u otro, yo vi siempre que ahí había un camino para decir algo". Esos dichos han llegado a convertirse en codigos sociales, que transitan banderas, tatuajes, remeras o tapas de diarios. "Todo preso es político", "Vivir sólo cuesta vida", "El lujo es vulgaridad" o "Violencia es mentir" son algunas de aquellas frases/conceptos que calaron ondo en la cultura popular argentina. Y que permitieron una apertura hacia universos de discusión mayores a las posibilidades de lo que puede llamarse un arte panfletario. "Lo que importa es estar liberado de los dogmas, porque no hay ninguna ideología que resuelva cosas para siempre. De otro modo sería fácil, todos estaríamos rendidos ante ella".
Esa búsqueda que lo ubicaba como un francotirador desde su repliegue personal, le permitía entonces ahondar en preguntas que incomodaban, posibilitando esa intervención que agite. "Más que un planteo personal –una idea que desarrollar lógicamente, para convencer a la gente de que piense lo mismo que yo–, lo que prefiero es presentar un enigma. Trabajar desde la ambigüedad, a partir de lo incierto, que puede concitar el interés de mucha gente por distintos motivos". De allí lo poderoso de su poesía, con la capacidad de atronar nidos: "Mucha gente tendía a menospreciar a nuestro público. Pretenden que no pueden entender lo que les estoy diciendo, por eso de que mis letras son crípticas. Pero en los momentos clave de la canción, soy bruscamente claro. Puede que el relato no sea simple, la forma en que voy encadenando imágenes. Pero, cuando llego ahí, cuando digo violencia es mentir, o todo preso es político, o nuestro amo juega al esclavo… Ahí nadie se confunde ni se pierde. Eso es una bandera y así lo entienden".
Ese canal cultural que permitía una discusión también política fue atravesado por diversos artistas, que introdujeron en la cultura rock una posibilidad disruptiva hasta entonces poco explorada. Recuerda al accionar de Roberto Jacoby, en la otra banda platense que transformaría la escena local: Virus. Su letra en Polvos de una relación aportaría una referencia a la modernidad capitalista, la efímera construcción del valor y el intercambio, en juego con las relaciones humanas cada día más intervenidas por el consumo. Artistas de una misma época, transmiten un modo similar de intervenir sin embanderarse, de provocar sin frivolidades.
En suma, es una clave que encierra multiples posibilidades de expansión, una inquieta propuesta para saltar por sobre los decorados de esta cultura, de esta vida. Quienes hemos sido atraídos por esa apuesta, debemos parte de nuestra formación al sugerente universo que Patricio Rey oportunamente nos ofeciera. De un descreimiento ante el estado de cosas dadas, contra el sistema espectáculo y los canales de difusión que intervenían nuestro estado de ánimo. En ése juego hundió su pluma Solari, y hay que decir con el tiempo como testigo, que sin dudas salió victorioso en su andar. No sólo en las voces y lecturas que nos propició, sino también en el festín de los cuerpos, espacios del ghetto de les pibes que transformaron también nuestro accionar. "Lo que disfrutan esos chicos es su forma de encauzar un sentimiento, una pulsión. Ni siquiera hace falta que entiendan el discurso de una, para eso hay tiempo. Lo que importa durante el show es que esa música les resuene a algo, que les contagie una vitalidad, un ansia libertaria. Y ellos se enganchan, porque necesitan sí o sí exceder el margen que el sistema les concede para vivir".
Una cofradía que permitió además construir un código desde el cual Solari pudiera continuar agitando la modorra social. Una cámara de eco para sus decires, para su voluntad de interferencia. Una complicidad que hasta hoy le ha permitido un impacto único en nuestra cultura popular. "Yo tengo la suerte de que el público de Los Redondos haya proyectado sobre mí ciertas destrezas o aptitudes. Ha pretendido de mí cosas –con respecto a la honestidad, por ejemplo– que, si yo tuviese que reivindicar en un examen,probablemente no aprobaría. ¿Qué pruebas tienen? Son necesidades de la gente, que precisa de algún muñeco que se calce ese chaleco. La ventaja que tiene eso es que te da permiso para ser mejor. Cuando la gente te da ese permiso y no lo aprovechás, sos un boludo. No cuesta tanto ser honesto cuando hay tanta gente a favor".