¿Qué quieren? ¿Qué decimos?
Por Enrique Mario Martinez*
Foto Manu Fernández
La perspectiva con que la población encara una compulsa electoral tiene por supuesto muchas facetas individuales, pero son los agregados colectivos los que deciden los resultados y también permiten pronosticar si aquello que se busca tendrá probabilidad importante de concretarse.
Cuando Néstor Kirchner dijo en 2003 que quería un país normal, no dio ninguna definición precisa, pero mucha gente la asoció a la serenidad relativa que era necesaria después de un descalabro económico como el de 2001, con decenas de muertos como trágica coronación del sin gobierno. Muchos creyeron entender que un país normal era aquel donde buscás un trabajo en relación de dependencia o asumis una tarea independiente y con esas ocupaciones construis una familia y un patrimonio básico a lo largo de los años, sin sobresaltos frecuentes. A ese escenario Cristina Fernández lo llamó en 2017 “tener la vida organizada”.
Como decía Atahualpa Yupanqui, “cuando nacen los equivocos, aparecen los perjudicos”. A poco andar las interpretaciones divergieron. Muchos – muchos de verdad – creyeron que el país normal era producto de que el Estado se saliera de nuestro circuito vital. Hacía varias décadas en que la manipulación mediática, además de las desastrosas gestiones públicas, marcaban que achicar el Estado y alejarlo de nuestra puerta debía ser lo mejor. No pudieron advertir, nadie les mostró con detalle y fundamentos, que se necesitaba un Estado que al menos regulara las finanzas nacionales e internacionales; las relaciones entre empleadores y empleados; las retribuciones de los jubilados y de quienes no están en condiciones de trabajar; políticas de promoción del desarrollo de las regiones más postergadas; los criterios para las tarifas de los servicios públicos, para evitar valores abusivos; una administración de la tierra urbana que evitara la especulación por parte de unos pocos; y varios planos más de controversia, que no se ordenan automáticamente, porque siempre hay una parte fuerte y otra débil, con finales perjudiciales para el más débil, si es que el Estado no se involucra.
Hasta la escuela privada o la medicina prepaga, decoraron ese marco, donde parecía quedarle al Estado solo evitar que te roben o maten y garantizar una justicia de razonable eficacia. Todo lo demás era “la normalidad”.
No es necesario describir en detalle el cuadro actual. Solo advertir que cómo criterio general, Cambiemos hizo que todas las cosas normales dejaran de existir. Lo grave, lo patético, es que una enorme proporción de las víctimas no entiende qué pasó. Un impresionante número de 160.000 familias tomó créditos UVA impagables, cuya forma de actualización hacía prever esa condición de modo obvio y muchos lo señalamos antes que se implementaran. Miles de comercios de todo tamaño, nacidos de la fantasía que comprar y vender sin ningún valor agregado era un proyecto aceptable, desaparecieron. La estrepitosa caída del salario real arrastró a talleres, pymes, filiales de multinacionales y hasta conglomerados nacionales históricos, generando un cruel dominó de pobreza y desesperanza. Y muchos de los que giran en ese vórtice suicida no encuentran las causas. La mala gestión, que no describen, se reclama que se modifique, como si fuera cuestión de dar vuelta el auto y marchar en sentido contrario. Nada más.
Cambiemos buscó esconder su alevosía detrás de gruesas mentiras sobre los años anteriores y muy especialmente argumentando que “se robaron todo”. No hizo más que agregar confusión a ámbitos que necesitan alguna explicación con sujeto y predicado, con oraciones que el gobierno nunca estará en condiciones de construir.
Hoy estamos a un paso de las elecciones generales. Aquellos que creían entrar al reino de los cielos fueron masacrados.
¿Qué quieren ahora?
Supongo que volver a buscar su vida “normal” en los rincones de su existencia. Cualquiera sea su opción electoral, sin embargo, cualquiera sea, corren el gran riesgo de tropezar por cuarta vez en medio siglo con la misma piedra, si imaginan que esta vez será la opción decisiva para sacarse al Estado de encima.
Que se recupere la posibilidad de pagar los servicios; que mejore el salario real; que paren la inflación; y allá irán de nuevo. No saben cómo sucederá, pero eso es lo que reclamarán.
A comprar dólares, por si algo falla; a pensar y decir que los políticos son todos chorros, que son un mal endémico; a creer que ser rico es garantía de ser buen gestor público. No es un mundo de zombies. Es el resultado de una planificada destrucción del pensamiento colectivo, componente obligado de un sistema económico y social de agobiante concentración, en que los ganadores necesitan que los perdedores crean que se podrán recuperar mansamente.
¿Y nosotros, los populares, qué decimos?
Seguramente no lo mismo que en 2003 o siquiera en 2015 o 2017, porque parece insuficiente. Porque la imagen del país normal es interesante, salvo por el gran detalle que toma formas distintas para quienes quieren recuperar su status de clase media y para quienes quieren un país más equitativo, mas sereno y a la vez más alegre.
Por lo tanto, poco y nada de definiciones genéricas.
Expliquemos con detalle por qué las divisas son un bien escaso cuya disponibilidad no puede ni debe ser libre. Como concepto sustituto establezcamos formas de mantener actualizado el valor patrimonial de los ahorros, que se entiendan y que se puedan implementar ya, financiando YPF o canales de riego o exportaciones de manzana. Hay mil fideicomisos seductores, posibles y fáciles de explicar.
Digamos como vamos a recuperar el inmenso capital industrial dilapidado por Cambiemos, para que los dueños originales de las empresas en evaporación tengan una nueva oportunidad de fortalecer el tejido productivo y social argentino, en un contexto que sirva a todos, que los lleve a pensar de manera diferente. De paso, argentinizemos tantas filiales de corporaciones multinacionales que bajaron sus cortinas, encontrando asociaciones público privadas nuevas para alcanzar ese objetivo.
Digamos que la democracia económica es un eje central del peronismo siglo 21 y que esto quiere decir que todo emprendedor, por pequeño que sea, tiene derecho a contar con acceso al capital, la tecnología y el contacto directo con los consumidores. Nada de parches a un sistema dañino. La cabeza erguida y a producir y atender a los clientes.
Creemos un Ministerio del Consumo Imprescindible, ya que llevamos más de medio siglo afirmando que el derecho universal a comer y vestirse no existe; que la dádiva tapa los agujeros y en definitiva, los sella la muerte de los más débiles. Preguntémonos allí cuales son los mejores sistemas de abastecimiento y cómo cada uno puede acceder a ellos si pone esfuerzo básico, cosa que no está en duda.
A la vez que hacemos todo eso expliquemos al FMI, a los Bancos y a todo Cristo con plata que tenemos un proyecto diferente y serio. Que lo haremos con ellos o sin ellos, que no los joderemos, pero que no permitiremos que lo hagan con nosotros nunca más.
Podría seguir, como siempre me sucede. Para muestra bastan algunos botones. Somos diferentes, compañeros. En todo caso, debemos serlo. Porque de la discusión aislada de la tasa de interés y de la paridad del dólar, no se vuelve.
*Instituto para la Producción Popular (IPP)