Un paso atrás, dos adelante

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Un paso atrás, dos adelante

05 Junio 2019

Por Manuel Saralegui

Aunque me beses la boca

no es suficiente

Y recordé todo, especialmente el corazón,

el corazón sobre todo

- Estelares


La política se trata de tomar decisiones, y la gran política son grandes decisiones. Cristina tomó una decisión. Una decisión enorme, gigantesca, desmedida. Lo enorme de la decisión sólo es comparable con lo enorme de su figura. ¿Qué otro liderazgo en la historia argentina ha cedido semejante cuota de poder de forma desinteresada en función del bien común? Horacio Verbitsky lo comparó con otras grandes decisiones de la historia: Alfonsín juzgando a las juntas, el Pacto de Olivos, el enfrentamiento de Perón con el neoperonismo en los años 60. Decisiones que transformaron debilidades en fortalezas. Pero ninguna de ellas supone de forma tan explícita una cesión de poder político, un gesto desinteresado que antepone lo colectivo a lo individual, predicando con el ejemplo. Quizás pueda compararse con la renuncia de Eva Perón a la vicepresidencia en 1951 o la de Juan Perón en 1955 que eligió el tiempo por sobre la sangre y partió en una cañonera paraguaya para evitar una probable guerra civil.

Detengámonos sobre la idea de decidir, porque toda decisión es indecidible. No es como las matemáticas, la lotería, o "Quién quiere ser millonario". No hay en política decisiones correctas o equivocadas. No hay una chicharra que suena cuando la pifiás. En la política, como enseñó Perón en su manual de conducción, sólo hay éxitos o fracasos. Como sabe cualquier militante de base, tomar decisiones políticas por más pequeñas que sean, es una tarea ardua, extenuante, incluso angustiante. Como dijo Gastón Fabián en su blog, usar la palabra "jugada" para referirse a la decisión de Cristina, corre el riesgo de achicar el análisis a lo inmediato, lo coyuntural. Por el contrario, es probable que la decisión que tomó Cristina, sus causas y sus efectos, tarden años en vislumbrarse de forma completa. Por ahora, quienes militamos en el kirchnerismo debemos, como pidió Cristina, cerrar filas para ganar las elecciones.

Sin embargo, porque para actuar antes hay que ver y apreciar (base para resolver), necesitamos debatir aunque sea un poco sobre el parte aguas que implica la decisión de Cristina. En eso estamos estos días. Por eso, acá van algunas puntas muy precarias y sobre todo provisorias sobre el anuncio de la fórmula Alberto Fernández / Cristina Fernández de Kirchner para la Presidencia de la Nación en 2019.

Del 2003 al 2020

El estupor antiperonista ante la decisión nace de sus propios prejuicios. Si Cristina es simplemente una política corrupta cuyo único objetivo es acumular poder y dinero, ¿por qué retroceder un paso ahora que está tan cerca del premio mayor? ¿Es sólo una "jugada" maquiavélica para retener todo el poder desde las sombras? Las coordenadas gorilas impiden reconocer que Cristina efectivamente ha cedido poder.

Cristina es peronista, por tanto comprende la importancia de la acumulación de poder; pero también es militante, por tanto acumula poder para transformar la realidad, no como un fin en sí mismo. Cede poder a otra persona, en este caso Alberto Fernández, en función de un objetivo mayor. Tampoco es la primera vez que lo hace. Su apuesta continuada a la construcción de una nueva generación política expresada en las organizaciones militantes del kirchnerismo fue también un permanente empoderamiento de pibes que seguramente le hayan traído más de un dolor de cabeza.

Entonces, toda decisión militante tiene un objetivo. Se pretende intervenir sobre la realidad para modificarla, para abrir nuevas posibilidades y escenarios. Hay un diagnóstico y decisiones que le siguen. O sea, una estrategia. La estrategia  de la hora se llama contrato social de ciudadanía responsable

El diagnóstico tiene por lo menos tres elementos: la tensión democracia/neoliberalismo, una reflexión sobre los liderazgos, y la crisis que padecemos en la actualidad. Sobre el primero habló en el Foro de Pensamiento Crítico de CLACSO a fines de 2018. Su conferencia titulada "Capitalismo, neoliberalismo y crisis de la democracia" tuvo variadas definiciones, pero una es clave, la del poder:

Cuando uno llega al gobierno si tenemos que representar lo que significa el gobierno del poder legislativo y el poder ejecutivo que es lo que se somete a elecciones cada dos años o cada cuatro, podemos decir que eso representa un 20 un 30% del poder, el otro 70 u 80 por ciento del poder está afuera, en organizaciones, en organismos, en sociedades, en medios de comunicación, cosas que no están reguladas ni en ninguna constitución ni en ninguna ley. Por eso es imprescindible darse una nueva arquitectura institucional que refleje la nueva estructura de poder. Hay una estructura de poder que no está reflejada ni en la constitución ni en la regulación, es necesario que esa estructura de poder esté regulada e institucionalizada bajo pena de concebir a la democracia por algo obsoleto...

Se refiere a la erosión del poder democrático en tiempos neoliberales. Recuerda que el sistema constitucional que tenemos se remonta a la idea de división de poderes de la Revolución Francesa, que ya nos quedó viejo. Habla de la necesidad de construir una nueva arquitectura institucional. Decía: un proyecto político gana las elecciones con una serie de objetivos, pero luego se encuentra que no tiene el poder para llevarlos adelante, porque hay otros poderes que están afuera de las instituciones. Fueron esos poderes con los que se enfrentó Cristina a partir del 2008: las patronales terratenientes, los medios de comunicación, los grandes grupos empresarios. En CLACSO, Cristina no propuso quemar Clarín, destruir a la oligarquía, ni expropiar los medios de producción. No planteó la necesidad de destruir a los factores anti-democráticos. Todo lo contrario, propuso crear un sistema institucional que los incluya, que les otorgue reconocimiento pero también les exija cumplir con obligaciones para con el resto de la sociedad.

Luego, en la presentación del libro "Sinceramente" en La Rural, largó la propuesta del contrato evocando el Pacto Social de 1973. Hizo una reivindicación del último Perón y de José Ber Gelbard, pero no fue exactamente un llamado a su reedición. La prensa hegemónica se plagó de editorialistas que le "recordaban" a Cristina que ese pacto había tenido todo tipo de dificultades. ¡Pero eso era exactamente lo que ella quería remarcar! Que a Gelbard y a Perón el empresariado no los acompañó, que el 12 de junio  el presidente puso a disposición su renuncia si no se cumplía el pacto. Cristina recordó la tentativa de renuncia de Perón, pre-anunciando de alguna manera su fórmula con Alberto. Porque, como suele decir Máximo, no hay apellidos milagrosos. Ni siquiera el Perón que ganó con el 63% de los votos logró construir un gran acuerdo patriótico de todos los sectores de la sociedad. Indirectamente, Cristina reconoce que su liderazgo popular no es suficiente para sacar al país adelante. Requiere responsabilidad colectiva.

El tercer elemento es la crisis, de lo que habla primariamente el video que anuncia la fórmula. Crisis global, crisis regional, crisis local. Cristina hace énfasis en que estamos en un momento peor que el 2001, que requiere de altísima responsabilidad de toda la sociedad para salir adelante. 2019 no es 2003, y el kirchnerismo debe asumir la responsabilidad histórica de hacer su parte para levantar la patria, incluso si eso significa hacer enormes sacrificios simbólicos y políticos.

En este blog se dijo infinidad de veces que para poder ganar y gobernar había que nombrar con precisión cada uno de los factores de poder contra los que el kirchnerismo se enfrentaba, cristalizar las tensiones sociales en un discurso político que pudiera oponer una montaña de votos de forma explícita a todo el poder concentrado. Una estrategia populista, definida en términos precisos por Ernesto Laclau. Sin embargo, Cristina ha delineado una estrategia distinta, que no puede ser llamada populismo sino que debe llevar otro nombre: es una estrategia ciudadana, una estrategia republicana, una estrategia patriótica. ¿En qué consiste? No poner las tensiones por fuera, sino meterlas adentro, interiorizarlas. Todo todo todo adentro del campo nacional. Todo lo que no sea Macri y el FMI tiene que estar adentro. Porque esos son los dos adversarios principales. Al primero hay que ganarle las elecciones, y al segundo hay que derrotarlo en su vocación de digitar nuestro destino desde afuera.

Se podrá decir: ¿no era esta la autocrítica que se le pedía a Cristina? Sí y no. Sí  porque, luego de delinear una estrategia, ha elegido como conductor táctico a un hombre que ha sido explícito detractor y crítico de sus gobiernos. Pero a la vez no, porque el pedido de autocrítica que se le hacía a Cristina y al kirchnerismo era un pedido de autodisolución, de mea culpa, de arrepentimiento por existir, gobernar y politizar. Eso no ha sucedido. Por el contrario, Cristina y el kirchnerismo derrotaron la autocritica destructiva y desde la autoestima ganaron la disputa por el sentido de la oposición a Macri y el sentido del peronismo. Habiéndole ganado la pulseada al antikirchnerismo opositor, ahí sí llegó el momento de incorporar un legítimo pedido de autocrítica que empezó por casa para luego extenderse a toda la sociedad. Autocritiquémonos todes, parece que dice Cristina: "arranco yo, siguen ustedes".

Tenemos que ser mejores todes, no sólo Cristina. El llamado a un contrato social de responsabilidad ciudadana no es únicamente una estrategia para pilotear la tormenta y salir de la crisis. Cristina propone una profunda transformación social y la fundación un nuevo orden en la Argentina. La insistencia en la palabra ciudadanía indica sus dos caras: los derechos y las responsabilidades. El país no se salvará ni con un pacto de cúpulas (que debe existir), ni con grandes liderazgos (que son imprescindibles), ni con fuertes consensos políticos (que hacen falta): para iniciar un tiempo nuevo, se requiere el involucramiento de la sociedad toda en los asuntos públicos. Todes tendremos que hacer renunciamientos, y ella da el primer paso para atrás, lanzándonos hacia adelante. Lo explica mejor ella, en el epílogo de su libro (spoiler alert):

Ante la caótica situación que vivimos en nuestro país y como sociedad, escucho hablar de un gobierno de Unidad Nacional o de un acuerdo social y económico. Nadie puede estar en contra de semejantes postulados y propósitos, pero me da la impresión que sólo refieren a acuerdos dirigenciales, superestructurales, de partidos políticos, sindicatos, asociaciones empresarias, iglesias y movimientos sociales... Y está muy bien, pero después de gobernar la Argentina durante dos períodos consecutivos y de haber sido testigo, parte y protagonista de la vida política de este país -como doy cuenta a lo largo de este libro-, creo que con eso no alcanza. Se requiere algo más profundo y rotundo: un nuevo y verdadero contrato social con derechos, pero también con obligaciones, cuantificables, verificables y sobretodo exigibles y cumplibles. Un contrato que abarque no sólo lo económico y social, sino también lo político e institucional. Hay que volver a ordenar todo, pero no en el viejo orden, sino en algo nuevo, distinto y mejor de lo que tuvimos.

 

Me bajé por vos

Hay un cierto extrañamiento en el kirchnerismo. Alberto Fernández se fue cuando llegaba la militancia. Alberto Fernández se fue exactamente cuando nacía el kirchnerismo, en el 2008, en el conflicto con las patronales rurales. Más aún, se fue precisamente por los mismos motivos por los cuales nosotres llegamos. ¿Esto quiere decir que el kirchnerismo se terminó? De ningún modo, pero el kirchnerismo como lo conocimos en el período 2016-2019 se ha terminado. La decisión de Cristina abre una nueva etapa de madurez y responsabilidad colectiva, donde el kirchnerismo y la militancia tendrán un papel central. ¿Quién entiende más de asumir responsabilidades que quienes dedican su vida a la organización popular?

Además del extrañamiento, hay un deseo que quedó interrumpido: el anhelo de Cristina presidenta no va a poder ser. Nos quedó trunco, incompleto, a medias. Si ganamos las elecciones ella será vice, será presidenta del Senado, será lideresa regional y global, será leyenda viviente y conductora estratégica... pero no será presidenta. Muchísimes militantes (por lo menos yo) sentimos un pequeño dolor, una tristeza, una desilusión al escuchar sus palabras calmas, serenas y completamente razonables en el video. Porque razonó con nosotres y nos dijo: cierren filas, la tarea es ardua y hay que arrancar de nuevo. 

La ilusión de que Cristina podía volver así nomás y todo sería hermoso, que podríamos borrar de un plumazo cuatro años de destrucción total y concluir las tareas inconclusas de la década anterior nos trajo hasta aquí, pero aquí mismo debía ser abandonada. Al anunciar su candidatura a vice, produce un recalibre de expectativas. Hay que hacer un enorme esfuerzo por ganar las elecciones, y luego habrá que hacer un enorme esfuerzo por gobernar.

Entonces, Cristina trunca nuestro deseo de su retorno pleno. Pero lo trunca no como una desilusión o un fracaso; sino como un llamado. Nos devuelve la pelota: "no crean que yo sola puedo arreglar este quilombo". Ese deseo trunco no es otra cosa que el deseo de liberación de la patria, de emancipación, de revolución. El deseo que nos hizo sumarnos a participar de un proyecto político. El proyecto político se mantiene vigente, vive en nosotres, y es nuestra responsabilidad hacernos cargo. Entonces ese dolor, ese deseo de obtener algo que no obtuvimos tiene que ser el puntapié para la construcción de un nuevo kirchnerismo. Es el momento de parir una nueva madurez militante, de hacerse cargo del legado de Néstor y Cristina.

Cristina insistió en la Feria del Libro y en su video: la juventud es su debilidad, es su gran apuesta, es ahí donde ve su legado. Es notorio: hay una generación militante en las entrañas del kirchnerismo que está a punto caramelo. Tiremos algunos nombres, seguro se les ocurren más: Axel Kicillof, Mayra Mendoza, Máximo Kirchner, Anabel Fernández Sagasti, Leandro Santoro, Vanesa Siley, el "Cuervo" Larroque. Enormes cuadros políticos que se han consolidado en la adversidad del macrismo, que forman parte de organizaciones políticas y toman decisiones de forma colectiva. Militantes que saben dar un discurso, que saben gestionar, que saben luchar, que se bancan presiones y no claudican. Que saben tender puentes y escuchar; que saben liderar a otres, que pueden mostrar el camino hacia adelante. Para esa generación, el peronismo no es la llave para administrar el poder vigente, sino el vehículo para transformar la Argentina. 

Finalmente, Cristina se bajó de la candidatura presidencial por el mismo motivo por el cual se subió a la candidatura a senadora hace dos años: lo hizo por nosotres. Se puso la fuerza política al hombro porque nos veía verdes, inmadures, todavía no en condiciones de dar la pelea contra el macrismo. Se lanzó a senadora para mostrarnos que se podía y se debía enfrentar a Macri y a Vidal en su "mejor momento"; le puso el cuerpo y la cara a una derrota electoral para empujarnos hacia el futuro, para que no nos resignemos. Y ahora, que las encuestas todas dicen que podía ganar incluso holgadamente, que gobernadores, intendentes y sindicalistas piden por su candidatura, que todo el mundo creía que volvía triunfante; ahí toma la decisión de empujarnos al futuro otra vez. Como si nos dijera: "No, no soy yo, son ustedes, apiolensé". 

Hay una elección que ganar. Todo el mundo a cerrar filas y a persuadir, a convencer, a organizar. El paso atrás que ha dado Cristina en la fórmula es un don, una ofrenda, un gesto a cada ciudadano y ciudadana; una demostración de que ella está dispuesta a ser mejor, a ser distinta, a acercarse a cada argentine para escuchar, para tender la mano y pedir ayuda. Salgamos a militar a Alberto y a militar la decisión de Cristina, para ganar y gobernar; para acabar con este caos y abrir un nuevo tiempo para nuestra Patria. A vencer.