CFK no amamanta: conduce
Ilustración: Ro Ferrer
Por Soledad Allende
Desde su origen, las repúblicas se simbolizan con un cuerpo de mujer, custodiado por hombres que la defienden del Antiguo Régimen. Esto es así porque la República es un pacto de hombres/hermanos que reclaman la igualdad, la fraternidad y la libertad frente al rey/padre destronado y decapitado. La democratización del poder se simboliza entonces en el acceso a los cuerpos de las mujeres por su capacidad reproductiva y sexual. Porque para este imaginario ilustrado, las mujeres no somos el segundo sexo, somos el sexo, y el sexo les pertenece a los hombres. Algo que aún es difícil de entender para muchos en los términos que corresponde, que son términos políticos.
Cuando Carol Pateman analiza el contrato social recorriendo los textos filosóficos del Iluminismo y la Ilustración, encuentra a las mujeres habladas por los hombres. Porque el contrato social se va a asentar primero en un contrato sexual, que asigna a las mujeres el rol de madres o de putas tuteladas por varones con derechos de propiedad sobre sus cuerpos. Y esto, que es ni más ni menos que la institucionalización política de la explotación sexual de las mujeres, es lo que entendemos por patriarcado moderno. A fines del siglo XIX, el poder del Estado, por lo menos en Latinoamérica, se simboliza con prostitutas de las que se sirven los oligarcas por ejemplo, o con madres generosas que amamantan. Y esa simbología del poder sigue en pie, porque en nuestro imaginario el poder es eso: un asunto de hombres.
Si no nos hacen ruido éstas imágenes no deberían hacernos ruido las fotos de mesas de conducción gremial y política integradas absolutamente por hombres. Porque no es cuestión menor que la imagen de CFK -que fue vilipendiada durante toda su gestión por su condición de género, con una virulencia nunca antes vista- haya sido la estrategia principal de aquella oposición para transformarse en oficialismo en la actualidad. Ni es una cuestión menor, como dice CFK misma en su libro, que ciertas conducciones sindicales hayan puesto trabas a las negociaciones por su condición de género.
Cuestionar las bases de ese poder patriarcal en su aspecto más profundo, no solamente requiere abordar lo simbólico, sino un universo de prácticas que nos dejan a las mujeres afuera de la política, de los espacios de decisiones, etc. Las mesas chicas de hombres ya no son un obstáculo para las feministas, son un obstáculo para los pueblos, porque la separación de la política respecto del poder de movilización y organización popular y su profesionalización y/o burocratización, siempre fueron recursos de las derechas, y no de las apuestas políticas nacionales y populares.
¿Es la imagen de la maternidad una imagen de poder? En sintonía con lo antedicho, la maternidad ha sido construida por la modernidad, al igual que la prostitución, como ese lugar de ejercicio de poder individual que una mujer detenta en la esfera doméstica. Recientemente, gracias a la capacidad del feminismo de instalar temas en agenda, empezó a nombrarse el trabajo doméstico como trabajo no remunerado, y como un problema de Estado. Esto quiere decir que no nos interesa ese pseudo poder doméstico que nos ofrece el patriarcado moderno, y mucho menos, que siempre el poder se nos ofrezca alejado de las investiduras.