Una vez más la macro manda, por Enrique Martínez
Por Enrique Martínez* | Foto Carlos Pérez
Casi nadie duda en el mundo actual que la forma en que el capitalismo global resolvió sus periódicas crisis de excedentes financieros es la construcción de un mundo virtual de timba, donde se hace dinero solo con dinero, a la vez que se destruyen cantidades equivalentes, en un enorme juego de suma cero vertiginoso.
Para garantizar que los Estados nacionales y los ámbitos multilaterales den continuidad al casino, sin permitir que se convierta en una rueda loca aislada de la actividad económica real y concreta, los financistas han intentado – con total éxito – construir los siguientes escenarios:
-Las grandes corporaciones productivas se han “financiarizado”, esto es: han derivado excedentes importantes a la timba, en lugar de pensar exclusivamente en la inversión productiva.
-Los países periféricos, con perspectivas políticas o económicas no consolidadas, son sumados al casino, como deudores, a consecuencia de la fragilidad de sus balanzas de pago internacionales.
-Los fondos de pensión de los grandes sindicatos norteamericanos, que implican la administración de grandes sumas, abandonan su lógica conservadora de ahorrar en bonos a largo plazo, para sumarse a la especulación.
Hay más ejemplos, como los tres mencionados, donde las finanzas se vinculan con el mundo de la producción y la vida comunitaria en general, evitando de tal modo que la sociedad se desentienda de ellas.
Consiguen más, mucho más. Consiguen instalar cómo valor superior que es posible ganar dinero sin producir nada, ya que de los que pierden nadie se acuerda, y legitimar la amenaza permanente sobre nuestras vidas, especulando con nuestros flancos débiles, sean las exportaciones insuficientes, la inflación persistente, hasta una sequía prolongada.
En el mundo actual, por lo tanto, la timba financiera establece buena parte de las normas económicas. Hasta cambia el lenguaje. Llama inversores a los apostadores; llama mercados a las diversas mesas de apuestas.
Sin embargo, todos esos escenarios navegan sobre una cruel fantasía, ya que la economía y la sociedad reales están allí, para que nos ocupemos de ellas, sin que deban depender de la tasa de interés de un bono público.
No solo frentes comunes básicos como la salud o la educación públicas, sino la producción de todos los bienes y servicios imaginables, necesitan tierra, trabajo, tecnología e inversiones concretas, que caso a caso deben ser examinados, evaluados, promovidos. Este espacio, el de la estructura productiva, necesita interactuar con las finanzas, pero no hay razones inevitables para que esté subordinado a ellas. Ni puede imaginárselo como evolucionando solo en función de eventuales señales que provengan de la macroeconomía.
En realidad, la relación que importa es la inversa. La estructura productiva, con sus relaciones virtuosas o deficientes en materia de disponibilidad de tierra; de formación de los trabajadores; de soberanía tecnológica; de administración del crédito y la inversión; determina a la macroeconomía, que tiene evolución positiva o negativa, pero en función de aquellos condicionantes, no de la expectativa de un manojo de especuladores con bonos de deuda externa argentina.
Si esto último es lo que sucede, significa que estamos haciendo las cosas mal.
Si prendemos la televisión y solo se habla de macroeconomía y además en términos de urgencia permanente, es que estamos haciendo las cosas muy mal.
¿Cómo se resuelve? A mi criterio, con un flanco del Estado que regule la especulación financiera y otra fracción, mucho más grande que la anterior, que hoy casi no existe y a la que se debe construir, que elimine cada obstáculo para la producción, el comercio local, la exportación, de todo aquello fruto de la actividad de nuestra gente, en todo rincón de la Argentina.
El desarrollo local; la vivienda masiva y popular; la generación de energía renovable y distribuida; el cuidado de los consumos básicos necesarios; deben tener una teoría concreta, una estrategia diseminada en la geografía nacional, actores visibles que puedan ser premiados por sus logros. Sin soportar la incesante carga de preguntas estúpidas sobre quien financia las inversiones, que surge de esta sociedad de suma cero, donde se termina creyendo que todo nuevo trabajo se crea con dinero que nos sacan del bolsillo, aunque la evidencia es la contraria: Generar trabajo mejora la vida de todos, no solo de los nuevos trabajadores.
Estos temas queremos escucharlos de boca y de corazón de nuestros futuros representantes. Queremos que además nos digan que es imposible que la macroeconomía funcione mal en un país con toda la ciudadanía apta trabajando y preocupados de manera permanente por aumentar su productividad.
Somos todo oídos.
*Instituto parala Producción Popular