Dossier Fractura: Freak power now
Por Fernando Lefevre
Ilustración: Neto
Hunter Stockton Thompson dio sesenta y siete vueltas alrededor del sol antes de hartarse de la calesita y saltar al estilo de su admirado Hemingway. Este año hubiese cumplido ochenta y tres. ¿Qué pensaría Hunter de la administración Trump, esa especie de Nixon resucitado a la haitiana? ¿Qué impresiones tendría de este periodismo binario, que oscila entre la obsecuencia y la jurisprudencia y que certifica su muerte?
Hunter fue el primero en tomarle el pulso y decretar su defunción. El Gonzo no es más que un intento desesperado de resucitar ese viejo oficio devenido en artificio del poder, inyectándole grandes dosis de su sangre honesta, salvaje e intoxicada. Sospechó, pasando de las abstracciones filosóficas de Schopenahuer, de que en las masas nadie habita, de que las masas no se expresan sino que son expresadas, y trató de sabotear los intentos de los titiriteros. Nunca lo logró, estuvo cerca (quizás) pero fracasó estrepitosamente y ahí radica la fuerza de su éxito. Como un Quijote anfetamínico y alucinado, cargó contra todo lo establecido.
En “Dialéctica del amo y el esclavo” de Hegel, el deseo tiene una función determinante. El deseo y el miedo. El tirano desarticula el deseo y lo vuelve contra el deseador a través del miedo. Hunter deseó el miedo, entonces, y como un eximio judoka dio vuelta esa instrumentación transformándose en un espejo refractario de esa dialéctica y metiéndole el miedo en el hueso a los tiranos. Fue una maniobra brillante, tal vez la más brillante que haya intentado el periodismo político del siglo XX.
Tanto Thomas Wolfe como Capote pretendieron desplazar a la novela del centro de la escena por considerarla agonizante y esterilizada. La de ellos fue una cruzada estética.
La de Thompson fue una declaración de principios. Un manifiesto ético. Entendió quizá mejor que nadie que morir a veces significa una nueva oportunidad. Su primer gran reportaje bien pudo ser el último. En septiembre de 1966 con ventisiete años, dio por terminada su investigación sobre los Ángeles del infierno de California. Durante un año se transformó en uno más de la pandilla. Vivió, comió, bebió y vandalizó con ellos, viajando de costa a costa del país quemando goma y precioso combustible. Llegó a afirmar que no estaba seguro de si estaba investigándolos o si se estaba transformando en uno de ellos.
Cuando concluyó el trabajo, los Angels, creyéndose traicionados, le dieron una de las palizas más memorables de la historia de la literatura norteamericana. Con la cara desfigurada y varias costillas rotas, sólo la intervención piadosa de uno de sus miembros impidió que lo mataran. Cuando se recuperó publicó su primer y fantástico libro titulado “Hell Angel's”.
Fue en 1970 que escribió un artículo llamado “El Derby de Kentucky es un espectáculo decadente y depravado”. En él, Hunter utilizaría por primera vez ese estilo por el cual se convertiría en leyenda.
El abordaje directo de la noticia, la preponderancia del contexto sobre el texto, la deconstrucción subjetiva de la realidad y la inmersión en ella del narrador al punto de transformarse en objeto de la crónica, todo eso desarrollado en primera persona singular, fueron en realidad producto de un bloqueo creativo que persistió toda su vida y la desesperación por llegar a tiempo al límite de entrega. Entonces optó por enumerar varias páginas de su libreta de apuntes y enviarlas sin revisar a su editor. Creía que había sepultado su carrera. Por el contrario, recibió una llamada de felicitación y el exhorto a seguir enviando material. En palabras de Hunter: “Fue como caer por el hueco de un ascensor e ir a parar una piscina llena de sirenas”.
Nacía el periodismo Gonzo. “Miedo y Asco en las Vegas”, su opus magnum de 1972, es una genial y escalofriante vivisección del sueño americano. Se adelanta y sirve de inspiración a Baudrillard en cuanto al delirio de explicarlo todo y lo fútil de la búsqueda de pruebas objetivas en el vértigo interpretativo.
El mundo entero -en el caso de Thompson, proyección demencial de su psiquis eyectada por las drogas-, ya no es real, sino que pertenece al orden de lo híper real y de la simulación. Su certera observación del simulacro norteamericano es una denuncia a las pesadillas que la razón capitalista engendra en sus sueños y la alucinante dicotomía de un país fundado en el concepto de libertad con una Constitución redactada por esclavistas. Es un escrito violenta y descaradamente lúcido.
Todo había comenzado como un encargo de la revista “Sports Illustrated” que consistía en reseñar brevemente una competición de motocross llamada mint 400. Cuando envió un texto de dos mil quinientas palabras la pieza fue rechazada sin contemplaciones pero Jan Wenner, legendario editor de Rolling Stone la leyó y quedó cautivado. Wenner envío de nuevo a Thompson a las Vegas con la misión de extender el artículo con la cobertura de la conferencia sobre Narcóticos y Drogas Peligrosas de la National District Attorney Association. “Miedo y Asco en las Vegas” apareció en dos entregas en los números correspondientes a noviembre de 1971 con ilustraciones de Ralph Steadman y publicado en formato libro al año siguiente. Pero la relación con la revista se había iniciado en 1970 cuando Thompson y su editor intercambiaron correspondencia con motivo de la cobertura del festival de Altamonth realizado por ese medio.
Tiempo después Wenner lo invitó a la redacción y sus destinos quedaron sellados para siempre. La primera pieza de hunter Thompson se llamó La batalla de Aspen y estaba centrada en su lucha por llevar el Freak Power al gobierno en Colorado. Thompson había dedicado sus esfuerzos a que Joe Edwards, un abogado de ventinueve años, fuera elegido alcalde. El propio Hunter era candidato al puesto de sheriff de Pitkin County. “La idea no era presentarme para ser sheriff, sino darle la vuelta al proceso político hasta la idea del Freak Power. No queríamos tanto el poder, como el control sobre el poder. Mi idea era hacerme sheriff y luego nombrar a un ayudante a cumpliera esa función y convertirme en una especie de ombudsman y dar mi salario al sheriff que contrataría”. Perdió sobre la raya, pero más allá del resultado electoral, significó una victoria personal.
Entre sus propuestas figuraba la de instalar una plaza pública con cepo para castigar a los vendedores de droga de mala calidad. Pero fueron sus notas políticas lo mejor de su colaboración con la mítica revista. Odiaba a Nixon e incluso realizó campañas para que desapareciera de la política.
Sin embargo, cuando el republicano renunció en medio del escándalo del Watergate, fue Hunter el único en tener acceso a él en una legendaria retirada en limusina de la Casa Blanca. “En esencia soy anarquista” dijo una vez, al entender que “desde los 60 ser estadounidense ya no es una profesión honorable. Cada vez que las cosas te hartan, hay una deriva natural hacia una solución de carácter fascista. Hay mucho espacio para voces disidentes, lo que no hay es gente suficiente que esté dispuesta a correr el riesgo. Es una especie de mentalidad de rebaño, una mentalidad como de lemmings. Si no sigues la corriente eres antiestadounidense y por lo tanto sospechoso. Es muy conveniente tener una guerra no declarada que puedes llamar guerra e imponer tribunales y seguridad y tenemos estos generales diciéndonos que hay una guerra que durará mucho mucho tiempo. Este es un país canalla, somos una nación enloquecida por la guerra, dependiente de la guerra y eso conduce directamente a la industria del petróleo.” ¿Les suena conocido?
Con el tiempo Thompson se convirtió, quizás un poco como Conan Doyle, en una víctima de su éxito. Debía estar a la altura de la leyenda que había fogoneado. La del escritor demente y politóxico, la del iconoclasta excéntrico y provocador; esa especie de Indiana Jones de las drogas que ha quedado grabada en la cultura popular.
La imagen que tenemos de él es un tanto bufonesca. La interpretación de Johnny Deep en la adaptación de “Miedo y Asco en las Vegas” - y anteriormente la caracterización de Bill Murray en el film “Donde vaga el búfalo”- sin lugar a dudas han ayudado; pero fue Garry Thrudeau , en su tira “Doonsbury” ,quien transformó a Thompson en una caricatura, con el tío Duke aunque, en honor a la verdad, fue el propio Hunter quien brindó generosamente el material para su imagen distorsionada de bufón contracultural, pero lo fue más allá de esa pose efectista, porque lo cierto es que fue uno de los mejores escritores cómicos de la historia norteamericana, el mejor tal vez desde Mark Twain; incluso en sus propias palabras, “en un uso vago de la palabra me convertí en una figura pública. De alguna manera el autor se ha hecho más grande que sus escritos y eso es una mierda”
La tarde del 20 de febrero de 2005, Thompson estaba hablando por teléfono con su esposa Anita cuando en algún momento de la conversación él le pide que espere. Ella se quedó en línea cuando de pronto escuchó un fuerte ruido. Anita creyó que se trataba de algo que se había caído, pero lo cierto es que el periodista se había disparado en la boca con una pistola calibre 45. Su cuerpo fue encontrado frente a la máquina de escribir. En el rodillo, una hoja de papel y en su centro una palabra escrita: “CONSEJERO”.
En un documental hecho por la BBC en 1978 puede vérselo explicando cómo imagina su propio funeral: un gran cañón consistente en una alta columna metálica con una inmensa mano que entre sus dedos sostenía un peyote (símbolo del periodismo Gonzo) desde donde dispararían sus cenizas al aire. Para su funeral el actor Johnny Depp llevó adelante su último deseo costeando todos los gastos, que ascendieron, según dicen, a unos tres millones de dólares. El Doctor lo había hecho de nuevo.
En esta era distópica en la que nos vamos adentrando, marcada por el híper control digital y la supresión de las libertades individuales, donde la denuncia canalla del prójimo es la norma, donde el cuerpo y la voluntad forman el territorio político a conquistar a través de proyectos de ingeniería social destinados a desarrollar necropolíticas de dominación, donde imperan las dietas vegetarianas, los sitios antifumadores y las pandemias genocidas, es imperiosamente necesario reivindicar la figura del gran judoka como símbolo de la lucha por la individualidad y la libertad de elecciones. Hoy más que nunca todos somos Gonzo.