Sade y los nombres

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Sade y los nombres

10 Mayo 2020

Por Daniel Mundo

 

Me cuesta imaginar que alguien no sepa qué significa el nombre “Sade” o el adjetivo “sádico”, aunque sea vagamente. Puede acertar o estar equivocado, pero conoce la palabra. Durante la misma vida del Marqués ya se utilizaba el adjetivo para calificar a ciertas personas. Sade y sadismo son como conceptos redondos y universales. Y si bien Sade nunca renegó de su nombre, sí utilizó un montón de seudónimos a lo largo de su vida. Lo hizo por lo general escapando de la justicia. Obvio que utilizar la palabra “justicia” en el caso de Sade tiene que sonar irónico. Tuvo una sola condena firme en toda su vida, aunque pasó la mitad de ésta preso. Fue una condena a muerte, que se cumplimentó en efigie.

El nombre oficial completo de Sade es: Donatien Alphonse François de Sade, el “divino Marqués”. A veces pienso que el título de marqués está como soldado al nombre Sade, aunque a Sade en realidad correspondería llamarlo conde, ya que los títulos nobles eran y son automáticamente heredados en cuanto muere el progenitor. En algún prontuario policial se lo nombra como conde, de hecho, pero muy pocas veces él se reconoció como tal. Por otro lado, todos los descendientes de Sade se negaron a utilizar el título de marqués.

No voy a explicar todos los apodos que se puso Sade, porque cada uno encierra una anécdota espectacular que desborda los límites de esta nota. Me referiré a algunos.

Para empezar cronológicamente, debo decir que de hecho los nombres con los que fue registrado Sade en el registro civil no eran los que habían elegido sus padres, que mandaron a dos sirvientas despistadas con el bebé para realizar este tedioso trámite. El nombre elegido por sus padres era Donatien Alphonse Louis, ya que hacía muchas generaciones que los Sade contaban con el Louis entre sus nombres de cabecera. Debía quedar claro que por su sangre corrían gotas borbónicas reales. Cada vez más creo que el nombre que elegimos para nuestros descendientes es una cosa muy seria. En parte estamos escribiendo una línea de su destino. Durante toda su vida Sade se sentiría casi ultrajado por no haberse llamado Louis. Para bien y para mal, gran parte de los documentos oficiales que firmó cuando fue grande lo hizo como Louis Aldonse Donatien de Sade, lo que le acarrearía pésimas consecuencias durante los años de la Revolución (los Sade provenían de Provenza, donde Alphonse se escribía Aldonse, traducción que utilizaría Sade en algunas ocasiones). Tal vez sea exagerado, pero para mí en este fallido al anotarlo de bebé se encuentra la cifra de todas las desgracias que le ocurrirían a Donatien ni bien saliese a la vida. Siempre fue castigado más por lo que podía hacer que por lo que había hecho efectivamente.

Ahora voy a empezar con una generalidad: supuestamente antes de que Sade escribiese una sola línea novelística, la policía mandó incautar y destruir todos los escritos que se encontrasen de él. Su fama lo precedía. Se supone que Sade había escrito un texto híper crítico de la realeza (clase social a la que pertenecía, pero a la nunca se adecuó), texto que hasta donde sé se perdió.

Sus novelas más famosas, Justine o las desgracias de la virtud, y Juliette o la prosperidad del vicio, fueron publicadas anónimamente, y de hecho murió sin reconocer que Juliette era una obra de su autoría. Durante todo el siglo XIX se vendieron clandestinamente. Su obra cumbre, Las 120 jornadas de Sodoma, desapareció cuando asaltaron la Bastilla, dando inició a lo que sería recordado como la Revolución Francesa. Sade murió 25 años más tarde creyendo que el que él consideraba su libro más importante se había perdido para siempre. Lágrimas de sangre vertió por esta pérdida. Todo esto es muy conocido, está en cualquier Wikipedia, pero tengo que contarlo igual. La celda de Sade en la Bastilla (que tenía 2 habitaciones, una para su sirviente, un baño y una biblioteca con 600 libros, y que se ubicaba en la Torre Libertad) era periódicamente requisada por las guardias, que debían impedir que este personaje peligrosísimo escribiera cualquier cosa. Para burlar estas inspecciones, Sade escribió Las 120 jornadas… en hojas de papel de unos 11 centímetros de alto, encoladas entre sí, y 12 metros de largo, con letra microscópica, de un lado y del otro. Lo escribió en 37 días, del 22 de octubre hasta el 28 de noviembre de 1785, entre las 19 y las 22 horas. A este rollo Sade lo escondía entre los ladrillos de la pared. En el asalto al presidio fue rescatado por Arnoux Saint-Maximin, que lo vendió a la familia Villeneuve-Trans, en cuya posesión estuvo durante tres generaciones. El manuscrito lo compraría el psiquiatra Duehren a principios del siglo XX.

Hay que agregar que Sade le rogó en todos los idiomas a su mujer de ese momento, su primera mujer (Sade tuvo en su vida 2 mujeres, tal como nosotros entendemos esta relación, como un matrimonio), que fuera a la celda a retirar sus pertenencias. Ella no fue. Hay distintas versiones de por qué: 1) ya estaba distanciada de su esposo y no le importaban su destino ni su obra; 2) el jefe de la prisión se la hacía larga y todos los días le decía que fuese al siguiente, durante toda la semana entre el traslado del Marqués y la toma de la Bastilla; 3) el 14 de julio de 1789 Renée-Pélagie de Sade, su mujer, tenía acordada una cita con el jefe de la prisión a las 16 horas. A esa hora el jefe de la prisión ya estaba muerto.

En esta nota voy a referirme solo a otra anécdota más en la que Donatien se cambió de nombre. Fue en lo que se conoce como el Caso Marsella. Sade tenía treinta y pico años, hacía ya un tiempo largo que se había casado y también había ocurrido el Caso Keller. Estamos en el 27 de julio de 1772. Fue por este Caso que Sade sería ajusticiado en ausencia. La condena no se centraba en la sodomía, que estaba penada en aquella época con la muerte, y a la que Sade era devoto, sino en unos “bombones” caseros que Sade les había proporcionado a las “chicas”, que contenían un afrodisíaco que les provocaron trastornos estomacales. Alguna casi murió. Como defensa en el juicio Sade alegó que se trataba de un experimento científico.

Como sea, unos días antes de la fatídica fecha de la orgía, Sade y su sirviente y compinche, monsieur Latour, habían llegado a Marsella. Mientras el primero se la pasaba con Jeanne Nicou, una mujer de 19 años, en el prostíbulo de la Rue Saint-Ferréol-le-Vieux, el segundo recorría los callejones del puerto buscando candidatas para la fiesta que iban a darse ese domingo a las 12 am. La orgía se consumaría en el segundo piso de la Rue d’Aubagne, 15 bis, el departamento de la anfitriona y también prostituta Mariette Borelly, de 23 años. A la hora señalada las chicas esperaban el arribo de Sade y Latour. Estos llegaron puntuales. Para esa reunión Sade se hizo llamar Lafleur (como trece años más tarde nombraría al ayuda de cámara en La filosofía en el tocador), mientras que a su mucamo lo llamaba Monsieur le Marquis.