Soy Rocca: en Italia o Argentina, una misma línea de conducta patronal
Por Andrés Ruggeri (*)
La corporación Techint, que en Argentina está presidida por Paolo Rocca, ha sido la punta de lanza de los grandes grupos económicos que operan en el país en la presión para evitar que las medidas contra la pandemia del coronavirus afectasen sus negocios. Un primer episodio tuvo lugar a poco de comenzar el aislamiento social obligatorio, cuando la empresa despidió a 1450 obreros de una obra vinculada a la corporación, que no eran empleados directos de Techint. Este hecho dio lugar a uno de los primeros encontronazos del gobierno de Alberto Fernández con la cúpula empresaria, al tratarlos de “miserables” por no estar dispuestos a “ganar menos”. La corporación de los Rocca no solo había despedido en medio de la crisis sanitaria, sino que pasó por encima de la conciliación obligatoria dictada por el Ministerio de Trabajo. Finalmente, aprovechó la letra chica del decreto que prohibió despidos y suspensiones para acordar el cese temporal de estos empleos con la UOCRA.
Más que su propio caso, lo que hizo Paolo Rocca –y, con toda seguridad, con plena conciencia de sus actos– fue disparar una suerte de “rebelión de los de arriba” contra las medidas de aislamiento obligatorio y suspensión de todas las actividades laborales que no fueran esenciales, entre las que no entra por ningún lado el tipo de producción del grupo Techint. Desde aquel entonces, el gobierno afronta un juego de presiones y amenazas permanente por parte de las grandes empresas y sus aliados políticos macristas que, expulsados del poder político por el voto popular, fomentan cacerolazos –el último con una insólita consigna de “no queremos comunismo”– y feroces campañas mediáticas y tuiteras. Los grandes medios de siempre anunciaron mil veces medidas de flexibilización de la cuarentena que no eran otra cosa que un poco disimulado lobby para imponer esas políticas. Empresas con posición dominante en sus respectivos mercados -como Acindar, Coto o las más importantes cadenas de comidas rápidas, los grandes bancos privados y otras menores- amenazaron con despidos y suspensiones, y en algunos casos los llevaron a la práctica desafiando abiertamente al Gobierno. El resultado final fue un acuerdo entre la Unión Industrial Argentina y la CGT para una reducción de salarios en caso de suspensiones en las grandes empresas.
Todo esto, mientras el riesgo de explosión social por abajo cunde. La necesidad de millones de personas que viven el día a día del trabajo informal o precario, que no alcanza a ser contenida por los programas sociales preexistentes (a pesar del lugar común de los prejuicios clasistas contra “los planeros”, casi nadie vive ni podría hacerlo solo con el “plan” y deben complementarlo con ingresos por trabajos ocasionales y precarios) es el polvorín a punto de explotar sobre el que Rocca y sus pares arrojan chispas, con la clara intención de utilizar la desesperación de los pobres para descargar los costos de la emergencia en sus trabajadores.
Cuestión de famiglia
Paolo Rocca no está solo en esto, lo acompaña su parentela del otro lado del océano. Como explicamos en otro artículo, el titular del consorcio Techint es el único miembro de su familia que tuvo una desviación izquierdista en sus tiempos juveniles, militando durante varios años, a fines de la década del 60 y principios de los 70, en Lotta Continua, una organización de izquierda radical que supo ser la mayor de su estilo en la península en aquellos años tumultuosos que siguieron a las grandes huelgas del 68 italiano. Paolo salió bastante bien librado de la experiencia, en comparación con algunos de sus compañeros que sufrieron detenciones, asesinatos, torturas y, como el líder de la agrupación, Adriano Sofri, largos años de cárcel. En cambio, se vino a la Argentina donde su padre y su abuelo habían montado una gran empresa, a semejanza de la compañía que el primero de los Rocca había sabido forjar en los tiempos del fascismo en Italia.
Su hermano, Gianfelice Rocca, heredó el comando de la corporación familiar en la zona norte de Italia. Techint tiene tres plantas en la Lombardía, el epicentro de la pandemia y en donde se han concentrado el grueso de los fallecidos por COVID-19. Antiguo jefe de la Confindustria (la poderosa cámara de la Industria italiana) de la región, Gianfelice no se quedó atrás de su hermano Paolo en su pretensión de no dejar de ganar a pesar de la catástrofe sanitaria que se estaba desatando sobre la zona. Especialmente en Bérgamo, la ciudad lombarda en la que se encuentra la planta de Tenaris Dálmine. Se trata de una moderna fábrica que, como su semejante argentina, se dedica a la fabricación de tubos de acero sin costura, además de piezas para maquinaria petrolera, tubos de oxígeno y autopartes. Ocupa a 1.200 obreros y 500 técnicos e ingenieros, que se vieron expuestos al contagio del coronavirus que se extendió vertiginosamente en la zona.
A la cabeza de los poderosos industriales de la región, la más rica de Italia, el otro Rocca se opuso con fuerza al cierre de los establecimientos fabriles hasta que la crisis sanitaria estaba totalmente desatada y los camiones militares se llevaban los ataúdes de los fallecidos bergamascos en lúgubres convoyes. Como detalla la sindicalista Eliana Como, el cierre de la fábrica se dio recién un mes después de que los contagios se empezaron a expandir por la zona. La Confindustria, con el apoyo de las autoridades regionales de la ultraderechista Liga Norte, presionó con éxito para evitar la cuarentena obligatoria que ya se había declarado en las provincias vecinas. No solo eso, sino que lanzó campañas publicitarias como “Bérgamo non si ferma/Bergamo is running”. Gianfelice dejaba así a su hermano del otro lado del Atlántico casi como un aprendiz.
Los informes sobre la evolución del virus en Italia concuerdan en que la demora injustificada en establecer medidas de aislamiento social en Bérgamo y otros sitios del norte italiano tuvieron gran responsabilidad en la devastadora rapidez con que la COVID-19 se desparramó y convirtió a Italia en el primer país en superar cuantitativamente a China, lugar de origen de la pandemia, en contagios y fallecimientos. El segundo factor, y no menor, es la destrucción neoliberal que durante las tres últimas décadas arrasó con el sistema público de salud del norte de Italia, anteriormente uno de los mejores del planeta y ahora débil y sometido a los intereses de las empresas privadas del sector. Durante los años previos, el número de camas de terapia intensiva y los recursos de la salud pública disminuyeron enormemente, provocando que la respuesta a la pandemia fuera altamente deficiente, como lo demuestran los dramáticos testimonios de médicos y sanitaristas.
Gianfelice Rocca también está conectado a esto último, pues es el dueño de Humanitas, uno de los mayores hospitales privados de la Lombardía y, por lo tanto, beneficiario directo de la debacle de la salud pública. Se podría incluso relacionar la negativa a cerrar las fábricas y, por lo tanto, la expansión del coronavirus, con el negocio médico, como hace el partido de izquierda italiano Refundación Comunista, una imagen sugerente aunque quizá con exceso de maquiavelismo.
La cuestión es que la conducta de los hermanos Rocca no tiene grandes diferencias en Italia y en Argentina. Incluso Paolo puso como ejemplo, en una carta de singular cinismo, a la Dálmine de Bérgamo para donar 12 millones de dólares en equipamientos médicos para afrontar la crisis, especialmente para la zona de Campana donde está instalada la fábrica emblema del grupo en nuestro país. 12 millones de los 9.000 que consigna la revista Forbes al ubicar a Rocca (el de acá) en la lista de los mayores multimillonarios del mundo. Los hermanos sean unidos, más que por la filantropía, por la voluntad de llevarse puestos al gobierno de turno, en el país que sea, si no es dócil ante su voracidad para acumular capitales a costa de trasladar pérdidas a sus trabajadores.
Los pecados de juventud de Paolo han quedado atrás y las diferencias entre las conductas familiares, si las hubiera, pueden pasar por cualquier lado menos por cómo llevar adelante los negocios. La familia, que hace tres generaciones comenzó a construir su fortuna de la mano del abuelo Agostino en tiempo del Duce, tiene una línea de conducta tan característica que podrían decir, parafraseando el título del libro de Félix Luna sobre el genocida general Roca, que condujo la consolidación del proyecto oligárquico exportador en la Argentina de fines del siglo XIX y al que, quizá, emulan para ser su equivalente en el siglo XXI: ¡soy Rocca!
(*) Andrés Ruggeri es antropólogo social, investigador y docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) y colaborador habitual de esta AGENCIA. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dirige el programa Facultad Abierta, que vincula al mundo académico con el de las empresas recuperadas. Es también director de la revista Autogestión para otra economía, órgano de comunicación de las empresas autogestionadas argentinas. La primera parte de su perfil de Paolo Rocca puede leerse aquí.