¿Para qué negar la pandemia?
Por María de la Paz Guido* | Foto: Daniela Amdan
No hay que ser especialista para señalar los costos que la pandemia se llevará en lo que respecta a nuestra salud mental. Sin embargo, lo que aquí queremos plantear es entender por qué hemos caído en la utilización de mecanismos defensivos más precarios como la negación, la escisión, la proyección… ¿Por qué nos cuesta tanto caer en la realidad que estamos viviendo? ¿Qué nos impone este real, esta situación? ¿Por qué y para qué respondemos con tal negación?
La pandemia, podría ser definida por Lacan como un “real”, es decir, una situación que se impone sin posibilidad de entrar en el registro imaginario y/o simbólico. Lo real es aquello que no podemos pensar, imaginar o representar, es decir, lo inconceptualizable, lo que no se puede poner en la palabra o en el lenguaje, constituyéndose como un indeterminado incontrolable. La pandemia saluda a nuestro aparato psíquico presentándose como alguien no imaginario ni simbólico. Es por esto mismo que ningún país pudo evitar las consecuencias de este real, ni evitar la catástrofe que nos traería. Nadie pudo imaginarlo ni buscarlo en los símbolos porque ninguna imagen ni metáfora fue suficiente para prevenirlo. El concepto de muerte, comórbido o intrínseco al concepto de pandemia, podemos interpretarlo desde esta misma lógica. La muerte es definida, desde el psicoanálisis, como aquello que el aparato psíquico no se puede representar. ¿Por qué no podemos representarla? Simplemente porque no la hemos experienciado, vivido, por que vivirla sería estar muerto. El yo no puede representarse su muerte porque esta sería la misma ausencia de toda representación. En 1915, en De guerra y muerte, Freud plantea su famosa frase: “La muerte propia no se puede concebir; tan pronto intentamos hacerlo podemos notar que en verdad sobrevivimos como observadores. Así pudo aventurarse en la escuela psicoanalítica esta tesis: en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el Inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad.” Frente a una realidad política capitalista, que pronuncia en su núcleo la promesa de siempre más (objetos, juventud, vida, viajes, dinero, etc.), se refuerza esta idea de omnipotencia de la psique. En este contexto capitalista, de globalización y neoliberalismo, encontramos que la concepción intrínseca del progreso, desarrollo y el siempre más, crean un obstáculo para que la mortalidad como representación halle un lugar, apartando de este modo al sujeto de su condición trágica. Es por esto que a la muerte se le teme, porque el miedo es esa emoción básica, que consiste en la sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. El hombre teme lo desconocido, porque lo desconocido le implica un peligro: el miedo al derrumbe es el miedo a lo irrepresentable.
Es por esto que el hombre no habla de la muerte, porque como decía Lacan en su Seminario 5, “no se puede hablar de la muerte, pues la muerte es, muy precisamente, límite de la palabra y al mismo tiempo quizás también el origen de donde parte”. Frente a esta falta de palabra, el hombre reduce la muerte a una cuestión de contingencia. El neurótico necesita construir una propia novela: asumir que en un momento puede haber no yo, le genera terror. Nos creemos que somos inmortales, que nada nos puede pasar, y por eso todo aquello que nos confronte con la muerte y esta posibilidad de no ser, es expulsado de nuestro imaginario.
Asociada la muerte, considerada como carente de representación, con la pandemia, ésta última cae bajo la misma anestesia. Negamos la muerte, como negamos la pandemia. Vetamos la posibilidad de que algún ser querido sea atrapado por la pandemia y por esto mismo, nos abocamos a las cuestiones superfluas de este real. Nos agarramos de la cuarentena, de sus aspectos formales y políticos. ¿Cuánto durará? ¿Será una jugada política?, De esta manera, rebajamos la cuestión de la pandemia a una jugada de ajedrez, entre particulares que no velan nunca por el bien común. Y ¿por qué lo hacemos? ¿para qué esto? Para no enfrentarnos a lo que este real nos cristaliza: la muerte en sí.
¿Para qué negar entonces la pandemia? Para no encontrarnos con la angustia terrible de la idea de no ser, de que nuestra vida es finita. Entender esto nos confrontaría con lo que se nos impuso desde pequeños: “Siempre más”. Siempre se puede ser más, querer, tener, desear y millones de verbos que podrían entrar en este in eternum del que somos víctimas. Reconocer la muerte es entender que hoy estamos y que mañana no. Que ningún ser humano está dispuesto a aceptar su imperfección, su castración, su finitud. Aceptar este real, esta pandemia, es entender, que lo único constante en la vida, es el cambio. Y negar el cambio, es creer que uno se aferra a la vida, cuando en verdad no entiende que la vida no es más que un mutar constante.
*Licenciada en psicología.