Pagni y la libertad de actuación

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Pagni y la libertad de actuación

08 Julio 2020

Por Rodolfo Cifarelli*

Resulta interesante ver y escuchar a Carlos Pagni. Sus editoriales deberían ser material obligatorio para los miles estudiantes de teatro del país. Con una dicción precisa y una sintaxis sin ripios, dos características de las que carecen muchos de sus colegas, Pagni monologa todos los lunes a la noche en un tono didáctico, por momentos brechtiano, haciendo un uso táctico y magistral de los silencios. Sí: frialdad y distancia, como garantías indiscutibles de ecuanimidad. Tal vez igualmente lacaniano, Pagni sabe que un corte a tiempo produce significación, y cada uno de sus silencios suele provocar suspenso e incertidumbre ante la verdad que está por venir. Otro truco, y muy bien ejecutado.

A diferencia de Lanata, que apenas puede sostener su discurso con insultos escabrosos (que él debe concebir como pruebas de una incierta legitimidad) y chistes que ya eran viejos cuando los contaban los cómicos de la Costanera Sur a fines de los ´50, o de Majul, cuya gestualidad excitable luce últimamente un poco sedada, si bien el hombre siga sobreactuando el rol de pequeño matón que resistirá ante cualquier enemigo, Pagni es la medida justa y necesaria del mensaje que contiene y da sentido a los desacatados de este mundo, la circunspección objetiva para avalar a los que de verdad tienen la sartén por el mango, el empaque sobrio sin corbata, los ojos de vidrio nada empáticos y algún que otro toquecito de barniz académico para que no olvidemos que estamos ante un ilustrado, no un vulgar condotiero. Ilusiones y máscaras, como en el mejor teatro.

Pero aún más interesante es el modo en que a través de su actuación impecable Pagni falsea los hechos. En la emisión del lunes 6 de julio de su magna odisea por cable, Pagni hizo foco en el caso de Daniel Ellsberg en defensa de la «amenaza» que se cierne sobre el atolondrado Luis Majul.  Ellsberg fue analista de inteligencia de la Corporación RAND (Research And Development), un think tank estatal que procesaba datos sensibles para el Pentágono. Ellsberg no solo tenía acceso a información clasificada de la guerra de Vietnam, también tuvo acceso al campo de batalla, donde recabó datos cruciales sobre el estado de ánimo de las tropas norteamericanas. Y finalmente, sometido a una crisis de conciencia, decidió fotocopiar decenas de tomos del monumental trabajo de la RAND, «Relaciones Estados Unidos-Vietnam, 1945-1967: Un estudio elaborado por el Departamento de Defensa», y enviar las fotocopias a The New York Times y The Washington Post, los dos diarios más importantes de EEUU.

Según Ellsberg, «los documentos demostraban el comportamiento inconstitucional de una serie de presidentes, la violación de su juramento y la violación del juramento de todos los subordinados».  Y los hechos probaron que no estaba equivocado. Que queden claros dos elementos sustanciales, a los que Pagni no hizo la más mínima alusión: Ni Ellsberg era periodista ni su acción tenía como objetivo a los opositores al gobierno, más bien todo lo contrario. 

Lo primero que hizo Nixon cuando vio publicado que desde Einsenhower hasta él mismo, todos los gobiernos habían mentido sobre las bajas, los gastos y las perspectivas de alcanzar una victoria en Vietnam, así como habían ocultado la tortura, las masacres y los bombardeos sufridos por miles de civiles vietnamitas, fue pedir la cabeza de Ellsberg. No la consiguió, como tampoco consiguió evitar las sucesivas publicaciones de la información filtrada por Ellsberg en todos los diarios del país y del mundo.

Lo único que recordó Pagni del caso Ellsberg fue una cita del fallo de la Corte Suprema a favor de la publicación de la información ante la pretensión del gobierno para frenarla. Es más, ampliamos la cita que Pagni hizo del fallo del juez Hugo Black, «no hay ningún secreto que pueda anteponerse a la libertad de expresión», que del mismo modo sentenció que «sólo una prensa libre y sin restricciones puede exponer de forma efectiva el engaño del gobierno» y que, además, «entre las responsabilidades de una prensa libre es fundamental el deber de evitar que cualquier parte del gobierno engañe a los ciudadanos y los mande a tierras lejanas para morir de fiebres extrañas y disparos y bombas extranjeras». Pagni omitió esta última parte, la menos abstracta y la más certera sobre el imperialismo norteamericano. Pero la libertad es libre, y a buen entendedor, pocas palabras.

Es obvio, y Pagni lo sabe, que Majul no tiene ni un gramo de la conciencia moral de Ellsberg, así como sería francamente sorprendente que Pagni desconociera que el uso que Majul hizo de escuchas ilegales realizadas por la AFI macrista buscaba denigrar a las figuras más importantes de la oposición, y entre ellas, lógicamente, en primer lugar, a Cristina Fernández de Kirchner. Pero Pagni, corporativamente solidario, de la recortada (por él) sentencia de Black derivó su análisis, bruscamente, a los riesgos que implicaría para la libertad de expresión una imputación penal a Majul. Nobleza obliga: Pagni sí dijo que la AFI se financia con dinero público, algo que tanto le preocupa a él y a sus invitados, cuando ponen prestos la lupa en «el gasto social», en «el déficit fiscal» o en «el sector público», pero desligó a Majul de la acción de revender impúdicamente esa mercancía espuria una y otra vez. Al fin de cuentas, además de colega, Majul es un servidor privado del sector privado. En cuanto al análisis económico, sería bueno que alguna vez volviera a los brazos de Pagni su ex compañero, el simpático «Nico» Dujovne, para hablarnos sobre los modos de solucionar todos estos males que nos legó el populismo.

Menos, desde ya, hizo mención Pagni a su propio caso, que no fue por obtención de escuchas ilegales sino por usar mail robados a Cristina Kirchner (Presidenta de la nación), Daniel Scioli (Vicepresidente), Alberto Fernández (Jefe de Gabinete), Nilda Garré (Ministra de Defensa), Jorge Taiana (Canciller), Héctor Timerman (Cónsul en Nueva York), entre muchos otros. Pagni fue procesado en 2012 junto a Juan Bautista “Tata” Yofre, Edgar Mainhard y Roberto García. Todos demócratas de pura cepa. Pagni, hay que reconocérselo, es subrepticio y sutil, un libertario más nocturno que diurno, que no se ocupa, como Mariano Grondona, de la etimología de las palabras, sino que se sumerge en la arqueología conceptual de los fenómenos para explicarnos el funcionamiento de las cosas. El clasicismo grecolatino de los golpistas de ayer se ha rendido definitivamente ante los ardides heterodoxos de los destituyentes de hoy.

No cabe duda de que el caso Majul tiene diferencias con el de Daniel Santoro. Majul se regodea exhibiendo las conversaciones cotidianas de Cristina y sus colaboradores más cercanos, azuzando el morbo sobre la intimidad ajena y, principalmente, esa carga pulsional irreprimible que su audiencia tiene contra Cristina y todo lo que huela a peronismo. En cambio, Santoro, ariete del periodismo de guerra clarinesco que espiaba a sus propios compañeros en otro artificio televisivo, se había asociado al fiscal Stornelli para extorsionar a ciudadanos indefensos con objetivos más pecuniarios que políticos. Pero también Majul hizo de esas escuchas ilegales un preciado trofeo de guerra que le ha valido y le vale rating y por lo tanto beneficio económico. 

Volviendo a Pagni. En las entrevistas que hace también demuestra su calidad actoral. Escucha atentamente, el único gesto que se permite es un alzamiento de cejas y nunca interrumpe. ¿Finge? No, en absoluto: los verdaderos actores se paran frente a su público y dicen su verdad tan claramente como su voz se lo permita. El remate de tanta concentrada y excesiva mesura es el «momento whisky». Experto jugador de las tablas, en el relax final de su faena Pagni comparte un trago con dos anodinos compinches, claque bien elegida, para comentarse, a media luz, otro hallazgo artístico, chismes pretendidamente picantes sobre algún hecho o personaje de la semana. Allí, para quienes no tuvieron aun el gusto sepan disculpar el spoiler, prevalece la malicia boba de la olvidada tía Valentina y nada del destello de la causerie aguda de un Mansilla o un Wilde.

*Escritor