Los dioses en la máquina: ficción para comprender la realidad
Por Fernando Lefevre | Ilustración: Gabriela Canteros
¿Y si nada existe y estamos todos en el sueño de alguien?
o peor, ¿y si solo existe el tipo gordo de la tercera fila?
(Woody Allen, Cuentos sin plumas, 1980)
La isla del durmiente
El café que usted está disfrutando, su esposa leyendo en la otra habitación; sus hijos jugando en el jardín bajo el sol de una agradable mañana de domingo, todos sus recuerdos y temores, el Universo entero, diablos, es en realidad un complejo entramado de bits agrupados y elaborados por un sofisticadísimo software. La realidad es un sueño, una simulación perfecta gestionada por una súper computadora que reduce a Multivac a una calculadora de bolsillo.
Este escenario, propio de la literatura y la cinematografía de ciencia ficción, ha sido propuesto, sin embargo, por científicos y filósofos de gran renombre. Incluso Elon Musk, el inventor, empresario y magnate de origen sudafricano ha especulado con esta posibilidad. Recientemente, en un programa de entrevistas, basó esta hipótesis en la idea que, si el Universo tiene una edad de trece mil ocho cientos mil millones de años, es lícito suponer que cualquier civilización lo suficientemente longeva como para perfeccionar sus conocimientos tecnológicos haya alcanzado la edad para crear una simulación indistinguible de la realidad, si comparamos esto con la tasa de crecimiento de nuestra propia tecnología. Incluso señaló que las posibilidades de vivir en una realidad objetiva es una en mil millones. Lo cierto es que, a lo largo de la historia, el hombre se ha planteado muchas veces la posibilidad de vivir en un mundo ilusorio.
Esta hipótesis escéptica puede rastrearse en el pensamiento occidental en Parménides y "la vía de la verdad", en las aporías de su discípulo Zenón de Elea, en el "dualismo ontológico" de Platón. En el pensamiento oriental podemos encontrarlo en el budismo y el taoísmo, los cuales presentan la idea de una realidad enajenadora bajo el nombre de ilusión. También en Chuang Tzu, Confucio, o en el concepto de advaita vedanta que prefiguran el dualismo mente-cuerpo de Descartes o el idealismo berkeliano.
Platón, al comienzo del séptimo libro de La República, nos presenta su más famosa alegoría, que en clave de explicación metafórica nos describe la situación del ser humano respecto al conocimiento. En esta, los hombres son esclavos recluidos en una caverna contemplando el mundo ilusorio de sombras. Consideran como “Verdad” la sombra proyectada de los objetos. Una de estas personas logrará escapar de allí, descubriendo la auténtica naturaleza del mundo. Una realidad más profunda, ya que esta antecede y es causa y fundamento de la primera que está compuesta sólo de apariencias.
Cuando este prisionero vuelve a entrar con la intención de liberar a sus antiguos compañeros, éstos no dudan de asesinarlo por considerarlo un demente. Si bien en esta alegoría puede verse una alusión a Sócrates y su trágico destino, la interpretación tiene también un sentido epistemológico con connotaciones metafísicas.
Por la misma época (Siglo IV AC), Confucio se planteaba dudas acerca de la naturaleza de nuestra realidad: “En cierta ocasión soñé que era una mariposa que volaba libremente. Pero no tardé en despertar, y desde entonces me pregunto: ¿Soy un hombre que soñó ser mariposa? o ¿Soy una mariposa que soñó ser hombre?”.
Ya en el siglo XVII, el filósofo francés René Descartes, desarrollaría el planteamiento más destacado y con mayor repercusión sobre el tema, a partir de la incertidumbre nacida, al igual que la de Confucio, del mundo onírico. En sus Meditaciones metafísicas. Descartes plantea la hipótesis del "genio maligno", y con ella la duda metódica queda establecida, dando nacimiento a la Era Moderna.
Este recurso argumentativo propone que el mundo de los hombres no ha sido creado por Dios sino por un "genio maligno" que nos condena a engañarnos sistemáticamente de tal forma que cuando creemos estar ante la verdad, incurrimos en el error.
Con esta hipótesis, se cuestiona la fiabilidad de las proposiciones que aparentan tener la máxima evidencia.
También George Berkeley, famoso filósofo irlandés, ha cuestionado la realidad que perciben nuestros sentidos, desarrollando una filosofía propia conocida como Idealismo, que niega la realidad de abstracciones como la materia. La conocida afirmación esse est percipi (ser es ser percibido) condensa su pensamiento.
El concepto de un mundo irreal al que se percibe como verdadero ha servido para ilustrar el concepto de un simulacro de realidad opresivo, por diferentes pensadores, como Marx, Nietzsche, Freud y, principalmente, Jean Baudrillard (Simulacro y simulación).
Recuerdos del futuro
Pero la idea de que los seres humanos viven en una realidad simulada por computadora apareció por primera vez en El túnel bajo el mundo, novela de ciencia ficción escrita por Frederick Phol en 1955. En esta historia, el protagonista descubre que ha muerto pero su conciencia ha sido trasplantada a una realidad simulada por ordenador diseñada por una empresa para probar estrategias de mercado.
Algunos años después fue el ingeniero en robótica austríaco, Hans Moravec, el primero en afirmar que los humanos del futuro podrían recrear el pasado, a través de una simulación muy sofisticada, en su libro Mentes de niños, el futuro de la robótica y la inteligencia humana. Incluso fue más allá al sugerir que nosotros mismos podríamos estar viviendo en una simulación.
La versión actual de esta hipótesis fue formulada por Nick Bostrom en un artículo publicado en 2003 y la ha llevado a debate dentro del campo del transhumanismo. Para Bostrom, y otros pensadores, hay razones empíricas que postulan la hipótesis de una simulación.
Según el filósofo de Oxford, si imaginamos un futuro lejano, podemos imaginar también que una civilización post humana haya desarrollado una tecnología de cómputo que le permita crear sistemas capaces de simular el pasado de sus ancestros. ¿Y por qué no varias simulaciones en lugar de una? El autor nos habla de la posibilidad de crear tantas simulaciones como esa capacidad de cálculo haya sido desarrollada.
De ser cierto esto, existe un alto porcentaje de que usted y yo seamos parte de una simulación elaborada por una civilización futura. De ser cierto, también, tendríamos un 50% de posibilidades de estar dentro de esa simulación, o de ser parte de la civilización que la crea, aunque también eso dependería del número de simulaciones que esa civilización fuera capaz de desarrollar, pudiendo bajar hasta menos de un 1%.
Como corolario a su hipótesis, Bostrom declara que “a menos que ahora vivamos en una simulación, nuestros descendientes casi nunca ejecutarán una simulación de sus antepasados”.
David Chalmers, filósofo analítico australiano, especializado en filosofía del lenguaje y de la mente, es uno de los pioneros de la tesis de la "cognición extendida" y autor del artículo "La Matrix como metafísica", en la que sostiene –al contrario de lo que se podría suponer-, que la hipótesis de Bostrom no es una hipótesis escéptica, sino más bien metafísica.
El experimento del cerebro en una cubeta
¿Se acuerda de Descartes y su teoría del genio maligno que nos engañaba a través de nuestros sentidos? Él creía que los sueños y la realidad eran experiencias indistinguibles entre sí y, a partir de ahí, comenzó a dudar de todo. Pero no podía permitirse eso, puesto que si Dios es bueno, no podría dejar jamás que vivamos en el engaño.
Por lo tanto, planteó la idea de un "genio maligno" creador del mundo ilusorio en el que vivimos y que pretende engañarnos. “Supondré ahora, no que Dios, sino algún genio maligno de extraordinario poder, ha estado engañándome. Debo pensar que el mundo y todas las cosas externas son alucinaciones de sueños, las cuales creó para enturbiar mi juicio”.
A la misma conclusión habían llegado los gnósticos y los cátaros y otras corrientes dualistas mucho antes. Sin embargo, Descartes razonó que, aunque el genio pretenda engañarnos, uno no puede dudar de su propia existencia.
El mero hecho de dudar, implica que uno piensa. De ahí deriva la célebre frase cogito ergo sum.
El experimento del cerebro en una cubeta es, en muchos sentidos, una versión contemporánea de esta hipótesis. Jonathan Dancy es un filósofo y epistemólogo inglés que en su libro Introducción a la epistemología contemporánea nos plantea la realidad en los mismos términos propuestos por la película The Matrix. En lo que se llama "Experimento mental del cerebro en una cubeta" nos dice: “Usted no sabe que no es un cerebro suspendido en una cubeta llena de líquido en un laboratorio y conectado a un computador que lo alimenta con sus experiencias actuales bajo el control de un ingenioso científico. Puesto que, si usted fuera un cerebro así, y asumiendo que el científico es exitoso, nada dentro de sus experiencias podría revelar que usted lo es; ya que sus experiencias son, según la hipótesis, idénticas con las de algo que no es un cerebro dentro de una cubeta. Como usted solo tiene sus propias experiencias para saberlo, y esas experiencias son las mismas en cualquier situación, nada podría mostrarle a usted cuál de las situaciones es la real”.
Edward Fredkin postuló que el Universo es, en el fondo, alguna clase de computadora; más recientemente Stephen Wolfram adoptó la idea sugiriendo que, en un nivel fundamental la realidad física, puede ser una clase de autómata celular con interacción de bits gobernados por reglas simples.
Algunos físicos consideran la posibilidad que las leyes de la física puedan ser formuladas computacionalmente. “La posibilidad de que seamos creaciones de algo supremo enturbia la frontera entre la física y la filosofía idealista”, nos dice John Barrow, profesor de ciencias matemáticas de la Universidad de Cambridge: “muchas veces me pregunto si las constantes de la naturaleza son fruto del azar o, por el contrario, son fruto de un diseño inteligente”.
Piénselo un momento: las constantes naturales del Universo, tales como la velocidad de la luz, la fuerza de atracción de la gravedad, o incluso el grosor de las capas de nuestra atmósfera, por ejemplo, convierten a nuestro mundo en un lugar “seguro” para el desarrollo de la vida. Un pequeño cambio en estas constantes, por insignificante que sea, haría que el universo tal y como lo conocemos desapareciera. Es lo que en astrofísica llaman “principio antrópico” o “problema de ajuste fino”.
Si estas contantes obedecieran a un diseño inteligente, nada impide pensar que ese diseño forme parte de una simulación informática extraterrestre. “Civilizaciones solo un poco más avanzadas que la nuestra, tendrían la capacidad para simular universos en los que podrían surgir entidades autoconcientes que se comuniquen entre ellas”, concluye Barrow.
La granja de hormigas
La teoría de la simulación también tiene simpatizantes como Alan Guth, físico del MIT o el inventor y gurú de la computación Ray Kurzweil que sugieren que “a lo mejor, nuestro universo es un experimento de ciencia de un estudiante de secundaria de otro universo”.
Guth cree que es probable que el universo pueda ser un experimento de laboratorio concebido por cuenta de un Big Bang artificial por alguna inteligencia superior, aunque asumir esto implicaría que el universo resultante sería perfectamente real, aunque su origen fuera un proceso artificial.
Incluso la física cuántica parece corroborar la hipótesis de un universo virtual. El experimento llamado “Doble Rendija” ha demostrado que la observación directa sobre fotones y electrones alteran su comportamiento.
Esto ya había sido prefigurado por el Principio de indeterminación de Heisenberg que afirma que no se puede determinar simultáneamente y con precisión arbitraria ciertos pares de variables físicas como son, por ejemplo, la posición y el movimiento lineal de un objeto dado.
El experimento del gato de Schödinger nos dice que todas las posibilidades coexisten al mismo tiempo. Esto quiere decir que el observador determina el curso de las posibilidades.
De acuerdo con estas teorías, así es como se comporta la realidad: es creada a medida que es observada. Esto es muy parecido al comportamiento de un video juego, cuando muestra el nivel en el que se está jugando y no todo el juego al mismo tiempo. Conforme el jugador avanza, según las decisiones que vaya tomando, la consola procesa la información y las diversas posibilidades y elige qué mostrar.
“Si uno mira las entrañas del cosmos conocido, se da cuenta de que en su escala más pequeña, la estructura de la materia no son más que bits realizando operaciones digitales locales” afirma Seth Loyd, profesor de física del MIT.
¿Todos somos sims?
Cuando era un chico de no más de cinco o seis años, vivía angustiado por una idea inquietante: la sospecha de que mi madre era una impostora. Cada noche, al irme a dormir y darle un beso, la tomaba del cuello y buscaba alguna costura o cierre que delatara el engaño.
En filosofía esto se llama “escepticismo de las otras mentes”: es la aterradora sospecha de que usted es el único ser real que existe. Un angustioso mundo similar es en el que viven los pacientes con Síndrome de Capgras: ellos creen que uno o algunos de sus seres queridos son impostores. Quizá no solo vivimos en un mundo simulado, sino que nosotros existimos como simulaciones también.
El universo digital
Existe otra posibilidad. Recientemente, científicos de un instituto de física teorica con sede en Los Angeles, han formulado una nueva hipótesis en un trabajo titulado La interpretación de la hipótesis de autosimulación de la mecánica cuántica y en ella se plantea la idea de que en lugar de vivir en un mundo simulado por ordenador, quizá nuestra realidad sea una autosimulación mental generada por el propio Universo. Esto implicaría que no existe el mundo físico sino, más bien, una expresión de la conciencia del universo que se auto actualiza a través de nuestra conciencia. Muy en sintonía con el idealismo berkeliano, el físico David Chester nos dice que en cierto sentido la construcción mental de la realidad crea el espacio tiempo para entenderse eficientemente a sí misma, creando una red de entidades sub consientes que pueden interactuar y explorar todas las posibilidades.
El ordenador de los dioses
Llegados hasta aquí, imaginemos por un momento que este hipótetico escenario es real.
Algunas doctrinas religiosas y esotéricas proponen la idea de que somos partícipes de un juego colosal de proporciones cósmicas. Algunas veces, como jugadores involuntarios, piezas de un sofisticado tablero que no alcanzamos a percibir. Otra opción es que seamos jugadores consientes de un formidable video juego. En este último caso, seríamos entidades superiores inmersas en una realidad material simulada.
Esta experiencia podría ser una forma de ocio donde el nacimiento es una nueva partida y la muerte un nuevo final del juego. Esta idea es compatible a la que conocemos como reencarnación.
Existe también la posibilidad (las posibilidades son casi infinitas) de que seamos un complejo simulacro digital que permita predecir variables en un futuro lejano, diseñado por una civilización post humana o un intrincado experimento de una ultra tecnologizada civilización extraterrestre.
O peor aún. Tal vez este mundo virtual no sea un entretenimiento, sino más bien una forma de castigo.
¿Qué mejor prisión que un universo simulado, donde la experiencia humana es el uniforme de reo en una cárcel intergaláctica, donde los peores delincuentes del universo purgan sus condenas, sometidos a un régimen espacio temporal simulado computacionalmente, donde una memoria implantada reemplaza a la verdadera mientras dura el suplicio?
Esta idea es inquietante, ¿verdad? Quizá amar sea una condena…
Desde Calderón de la Barca, Shakespeare y Lewis Caroll, pasando por los laberintos metafísicos de Borges o los experimentos literarios de William Burroughs, los relatos de Phillip K. Dick o Harlan Ellison hasta las visiones cyber punks de William Gibson a la increíble trilogía de The Matrix y películas como Abre tus ojos, Dark city y Blade runner, entre otras, la literatura y el cine han plasmado la misma idea una y otra vez: una inteligencia superior nos tiene aquí encerrados por diversión, castigo, contención, cálculo o accidente. Sin dudas, una muestra de lo que aparenta ser ficción, ha sido una sospecha desde siempre…