Juan Ameri: zoom al cambio de paradigma
Por Daniel Mundo
Esta nota contiene lenguaje inclusivo por decisión del autor
Como experto en pornografía, me siento obligado a escribir sobre la escena que nos brindó el exdiputado Juan Ameri, que se convirtió no solo en el chivo expiatorio de la clase política sino también en el culpable que necesita nuestra sociedad para justificar su distracción política.
Nadie puede defender lo que hizo el diputado, menos aún conociendo su nefasto prontuario. Nuestra sociedad lo consumió como un fiel representante de la clase social a la que pertenece. Les teleconsumidores gritan horrorizados. Por esas casualidades de la vida, el mismo día que se produjo el affaire Ameri me llegó por un grupo de WhatsApp otra escena incluso peor: en una reunión escolar de padres por Zoom, uno de los participantes varones se masturbaba mientras los otros hablaban. Lo hacía en vivo, obviamente sin advertirlo. A este tipo de eventos los llamo lapsus mediáticos, que vienen a complementar los otros lapsus, los psicológicos. La materia de nuestra realidad está mutando, nuestros patrones perceptuales, afectivos, sensibles, también. Los lapsus mediáticos dan cuenta de la distracción de los usuarios, por supuesto, pero también de la implicación íntima que se produce entre los teleusuarios y los medios. El aburrimiento es tan peligroso como quedarnos sin internet.
Obviamente, Ameri es un idiota que ahora debe estar golpeándose la cabeza contra las paredes. Su llanto nos causa gracia. La clase media se regocija con este tipo de noticias. El consumidor de eventos se regodea imaginando lo que debe sentir este tipo al perder su sueldo suculento y las prerrogativas extras, muy tentadoras, de las que goza nuestra clase política. Las fantasías que merodean en el cerebro de la clase media eslabonan de modo causal poder-dinero-sexo-felicidad. Ser diputado tiene sus privilegios.
Ameri cumple con todo los roles más execrables y envidiados por el común de los ciudadanos. Sería ingenuo creer que es el único. La sociedad argentina no solo tiene que lincharlo mediáticamente, debe también revisar qué entendemos por democracia, por libertad, por política, por obscenidad, por sexualidad, por felicidad. La virtualización no inventa deseos nuevos, lo que hace es evidenciar viejas prácticas siniestras.